Llevamos veinte años reflexionando sobre la aparición y naturaleza de las ya «viejas tecnologías». Hemos vivido la invención de los móviles; la aparición de internet; la irrupción del smartphone; cómo se saturaba el mercado con dispositivos prácticamente regalados al consumidor; el depósito de la nube; la extensión de las redes sociales y su fauna de influencers, youtubers, tiktokers y twitchers varios; la expansión y desarrollo de los videojuegos; la transformación de la información en twitterismo burbuja; el desarrollo de la política pop, su polarización y populismo; el internet de las cosas o la inteligencia artificial aplicada a todos los campos de la vida cotidiana desde la aspiradora al automóvil; los diálogos – ¿o son monólogos?- con Siri o Alexa; la eclosión de Amazon y el comercio electrónico; la progresiva digitalización -es decir, la desaparición de las personas- de bancos, de instituciones y de la propia administración.
Los principios fueron muy muy rápidos. La bienvenida social fue tan entusiasta como irreflexiva, un largo periodo inicial de ciberoptimismo radical en el que cualquier planteamiento crítico frente a la marea digital era recibido con abucheos de tertulianos, periodistas, padres, colegios y expertos varios. Se hablaba de la existencia de ‘nativos digitales‘ una nueva clase de extra-personas, una mutación de la naturaleza humana.
Mientras se generalizaba naturalmente el uso de la tecnología y se evidenciaba la toxicidad de su uso en las relaciones humanas, se ha ido incrementando el poder económico, político y la capacidad de influencia de las grandes corporaciones de Sillicon Valley, que ofreciéndonos el gratis total se han ido apoderando de nuestro tiempo, nuestra intimidad, toda nuestra vida convertida en datos, de modo que son ahora dueñas de gran parte de nuestros pensamientos, emociones y decisiones. Hemos ido viendo cómo nos facilitaban la vida, mientras la vida (familiar, escolar y personal) se nos iba haciendo cada vez más difícil en la (in)comunicación digital. Y, finalmente y sobre todo, hemos sido testigos del desastre de la incorporación masiva de los jóvenes, desde muy jóvenes, desde demasiado jóvenes, al mundo digitalizado.
En estos últimos diez años han ido saliendo voces, artículos y libros críticos ante el marasmo cultural, la desinformación, la polarización política, la crisis relacional del individualismo, la desaparición de la infancia y la tensión e infelicidad de una adolescencia atrapada en la pornografía, la desorientación y la esclavitud del 24/7. Voces, artículos y libros de los que nos hemos hecho eco aquí, mientras nosotros nos íbamos quedando sin palabras: ya lo hemos dicho todo.
Hoy traemos tres «acontecimientos» que pueden ser síntoma de un principio de cambio en la percepción social de la tecnología. Tres sucesos aparentemente dispares, pero que tienen en común poner de relieve el efecto que están produciendo las redes y las corporaciones que nos las ofrecen en el desarrollo de los jóvenes. En las tres se pone de manifiesto que el primer acoso que sufren los jóvenes no es el de la escuela ni el de sus compañeros a través de la red, sino el del 24/7 del ciberacoso de estas corporaciones a través de los móviles inteligentes conectados a la red y que están produciendo enormes dosis de infelicidad al afectar a la vulnerabilidad del crecimiento puberal y adolescente. Esa imagen idílica de una juventud formada por supuestos habilísimos nativos digitales disfrutando de sus habilidades en la red se ha quebrado por la vía de los hechos: primera causa de muerte entre los jóvenes, el suicidio; aumento espectacular de las autolesiones; confusiones de identidad; transicionalismo cibernético; contacto prematuro con la pornografía como primera educadora de la sexualidad adolescente; desaparición de la infancia; ciberbulling; tensión ante la contemplación de vidas imposibles en la red y la comparación con la propia; adicción al dispositivo creada artificialmente por el diseño de las interfaces y los dispositivos…
En primer lugar una novela. El hecho de que la ficción se ocupe de la tecnología y sus efectos es un evidente síntoma de que quizá el asunto empieza a preocupar y, en cualquier caso es un paso adelante en la concienciación social. Ya lo hizo magníficamente la serie «Black Mirror» de Charlie Brooker desde el punto de vista audiovisual, más apocalíptica que realista o quizá muy realista por ser apocalíptica.
Lo han hecho también desde otros ángulos, Hombres, Mujeres y Niños, de Jason Reitman, estupenda película para ver con los hijos y sacarle punta:
o Her, de Spike Jonze, más compleja y profunda alrededor de la relación afectiva con la IA.
En literatura, «El Círculo» de Dave Eggers fue un primer paso en la denuncia de la transparencia total que ya glosamos aquí,
o el retrato autobiográfico inmisericorde de Silicon Valley en el Valle Inquietante de Anna Wiener, también glosada aquí.
Se publica ahora «Los Reyes dela Casa» de Delphine de Vigan
adentrándose en el fenómeno de las redes, la exposición pública, el 24/7, la transparencia y la pérdida de la intimidad… y el daño que están produciendo en el entorno personal y familiar. La cita que encabeza la novela de De Vigan es muy significativa:
«Tuvimos la oportunidad de cambiar el mundo y preferimos la teletienda».
STEPHEN KING, Mientras escribo
Una «teletienda» –en palabras de la solapa editorial− muy desasosegante: «…una narración perturbadora que es al mismo tiempo un thriller inquietante, un relato con pinceladas de ciencia ficción sobre algo muy real y un documento demoledor sobre la alienación contemporánea, la explotación de la intimidad, la falsa felicidad proyectada en las pantallas y la manipulación de las emociones…
En segundo lugar, un nuevo ensayo:
Un análisis del tsunami que se está produciendo en la educación afectivo-sexual de la adolescencia –de ahí ‘las hormonas‘ del título−, a partir del primerísimo papel que, según el autor está jugando la red –’las pantallas‘–en ese tremendo revolcón afectivo; y el consejo que propone a los padres y a los propios adolescentes de ir contracorriente –como los ‘salmones’–si se quiere realmente crecer como persona. La Fábrica de Cretinos Digitales, de Desmurget, fue un primer y exhaustivo aldabonazo desde la neurociencia:
Pero la gran novedad de este nuevo ensayo del epidemiólogo Martínez-González es la afirmación, tantas veces repetida aquí, de que lo que está pasando con los jóvenes e internet es ‘un problema de salud pública‘. Transcribo parte de la entrevista que el periódico El Mundo hace al autor con motivo de su publicación subrayando algunas de sus frases más potentes:
«Las pantallas, […] Un problema que está tomando tintes epidémicos. Ahora mismo no hay familia con hijos de 11 a 20 años que no esté preocupada por el tema de la adicción al móvil, del uso de la pornografía, de los problemas de salud mental que está viendo o bien en su hijo o en sus amigos o en el colegio. Un 10% de las muertes que se producen en los jóvenes son por suicidio. Una persona que trabaja en salud pública como yo no puede quedarse indiferente ante eso».
«De nuevo estamos David frente a Goliat. La salud pública contra unas corporaciones industriales de un tamaño gigantesco y con unos recursos económicos brutales […] Son industrias que están dispuestas a arrasar con lo que sea y están atacando a una población muy vulnerable, los adolescentes, que están sometidos a una tormenta hormonal que les hace especialmente susceptibles a que todas esas exposiciones tengan efectos dañinos sobre su cerebro. […]
«Ahora mismo me preocupa más la salud mental de nuestros adolescentes que la obesidad infantil porque es más grave lo que está sucediendo en las neuronas que en los adipocitos.»
«En el tema de las pantallas también habría que intervenir de forma inmediata.» […]«Creo que hay que ser muchísimo más exigente con las regulaciones a las redes sociales. […] Hay que poner una extensión .xxx a todos los contenidos pornográficos. Quien quiera ver pornografía, que la vea, pero que se sepa dónde está.»[…]«También creo que habría que regular la edad legal para usar el móvil. […]
Siempre digo que los padres listos les dan a sus hijos teléfonos tontos, que no tienen conexión a internet. El Gobierno no puede ponerse de perfil ante este problema porque todos los psiquiatras están asustados».
Se puede decir más alto, pero difícilmente más claro.
La tercera noticia no es ficción ni ensayo, sino un hecho, un paso al frente: una demanda judicial extraordinaria que constituye toda una denuncia jurídica, pero también social que pone negro sobre blanco la enorme influencia negativa de las pantallas:
Copio y pego de una crónica de Aceprensa:
Referencias
Hombres, mujeres y niños, en el blog
El Valle Inquietante, en el blog