Director: Jason Reitman, Guion: Jason Reitman y Erin Cressida Wilson, basado en la novela de Chad Kultgen.
Intérpretes: Adam Sandler, Jennifer Garner, Rosemarie DeWitt, Emma Thompson, Ansel Elgort, Judy Greer, Kaitlyn Dever, Dennis Haysbert, J.K. Simmons. 2014
116 min.
Tiene razón Ana Sánchez cuando se enfada con Jason Reitman al terminar de ver su película. Nos presenta un problema real, un cadáver, y nos deja a solas con él sin darnos ni un solo atisbo de como afrontarlo: «así son las cosas y así se las hemos contado». Sin embargo, a nosotros nos parece de inmenso valor solo el hecho de que alguien se aproxime a esta realidad y la muestre tal y como es. E incluso nos parece legítimo que el director no aporte soluciones porque es una forma de retratar también nuestra indiferencia. Todo lo que cuenta está pasando. Todo habría que afrontarlo desde el punto de vista familiar, educativo, social, pero a nadie parece interesarle hacerlo. Dice Sánchez que el director, igual que en el resto de su filmografía, se acerca a los problemas reales (el aborto en Juno, la adicción al tabajo y el poder de los lobis en Dejar de fumar, la crisis y el desempleo desencarnado en Up in the air), pero no cierra los planteamientos dejando al espectador indefenso ante lo inevitable y que lo hace por miedo a que le tachen de conservador. Y puede que sea cierto. Pero las cuatro películas nos dejan una desasosegante inquietud y eso no es poco. Porque esos finales abiertos y aparentemente indefinidos son también un retrato y una denuncia fuera de cámara de nuestra indefinición. Porque retrata realidades tremendas, reconocibles, cotidianas, pero entre las que nos movemos con toda naturalidad como si no existieran.
Es el caso aquí de la incomunicabilidad de los seres humanos enfrascados en sus pantallas, la superficialidad de los contactos en la red, la hegemonía de la imagen, la búsqueda de la fama a cualquier precio, el aislamiento generacional de padres e hijos -más que la brecha digital- ante un fenómeno imposible de controlar e integrar a la vez en el diálogo educativo, la adicción y el refugio irreal de los videojuegos, la banalidad y el sinsentido de las relaciones sexuales exacerbado también por la estupidez banal de lo virtual, el encuentro temprano con la pornografía que distorsiona la gestión de la propia sexualidad en la fragilidad de la pubertad y la adolescencia hasta el punto de impedir el desarrollo de una capacidad de relación física normal, el consumo de pornografía por parte de los adultos que les aleja aún más del sentido de sus propias relaciones físicas de pareja, la facilidad del clic para establecer relaciones extramatrimoniales a través de las Apps de contactos, la absoluta falta de empatía con los demás provocada por la virtualidad de las redes, el desconcierto de la soledad real en medio de la multitud digital, el riesgo de la caída en la anorexia y la bulimia, el aburrimiento sexual que produce la presencia continua y la accesibilidad del sexo en nuestras pantallas, incluso la inutilidad de un control parental exacerbado y obsesivo sin un verdadero diálogo educativo o cómo la tecnología se adueña rápidamente de los espacios vacíos que le deja la incomunicación humana no para llenarlos, sino para ahondar más en el aislamiento que supuestamente combate.
«Lo que cuenta Reitman es duro, incómodo, excesivamente subrayado y explícito… pero real», dice Ana Sánchez. Y es lo mejor de la película. No hay soluciones para ese cáncer, pero hay al menos el retrato del tumor. Con eso me basta, que no es poco. Para que los jóvenes, lo vean y se vean, para que los padres lo miren y se miren, para que los ciberoptimistas lo contemplen y nos miremos todos como en un espejo. Me conformo con eso. A ver si por lo menos la contemplación del cadáver consigue dar la voz de alarma y nos ponemos manos a la obra. Lo primero es ver que hay un problema para empezar a plantearse cómo solucionarlo.
Magnífica película para un diálogo posterior con padres e hijos. Muy, muy recomendable.
Referencias