Ya se sabe que en este país pensar es posicionarse. Uno no puede simplemente analizar, sino que las hipótesis se leen como dogmas que el sectarismo ideológico se encarga de etiquetar: neoludita o cibeoptimista, apocalíptico o integrado, tecnófobo o ciberutópico.
Sin embargo, mientras no se llegue a demostraciones, aquí seguiremos buscando opiniones que nos ayuden a entender cómo incide la tecnología en la vida de los usuarios para los que trabajamos, entre otras cosas porque nosotros también lo somos.
Y es de nuevo El País, esta vez con Jerónimo Andreu quien en un completísimo artículo titulado Por favor, ¿podrían #dejarme desconectar? hace balance de algunas opiniones ya reseñadas aquí como la de Carr o la de Stone.
Recogemos hoy la de Sherry Turkle, una conversa cuya opinión tiene por eso quizá más valor: pública y descaradamente ciberoptimista en los noventa, han empezado a preocuparle los efectos de la comunicación virtual. Hace 15 años se convirtió en ciberdiva tras publicar el ya clásico Life on the screen, donde presagiaba con optimismo el efecto terapéutico que tendría sobre el ser humano nuestra interacción con Internet, los robots y los ordenadores.
Deslumbramiento tecnológico
«Como psicóloga fue un momento fascinante. Comenzaban los primeros chats, los primeros juegos y comunidades virtuales. Podías tener múltiples personalidades, ser hombre, mujer… pero siempre en un ámbito anónimo, y eso permitía muchísima libertad. Fue un momento de experimentación fabuloso y yo era muy optimista respecto a los efectos positivos que tendría en nuestra psique».
Falsas expectativas
«Entonces no fui capaz de ver que nuestra vida real se vería truncada por nuestra existencia digital. Creía que entraríamos en Internet y lo que aprenderíamos dentro nos ayudaría a mejorar nuestra vida fuera, que nuestras experiencias digitales enriquecerían nuestra vida real, pero siempre entrando y saliendo de ella. No entendí que el futuro consistiría en vivir constantemente en simbiosis con un ordenador encendido: el móvil».
Consecuencias: conectados, pero aislados
Lo que antes permitía romper el aislamiento, probar roles y conocer gente, puede provocar ahora distorsiones afectivas: «Cada vez esperamos más de la tecnología y menos de los humanos. Nos sentimos solos, pero nos asusta la intimidad —la intimidad real y física y la intimidad con nosotros mismos—. Estamos conectados constantemente. Nos da la sensación de estar en compañía sin tener que someternos a las exigencias de la amistad, pero lo cierto es que pese a nuestro miedo a estar solos, sobre todo alimentamos relaciones que podemos controlar, las digitales. Pero aún estamos a tiempo de cambiar esa convivencia con la tecnología. Tenemos que volver a aprender el valor de la soledad».
«Apaguen sus teléfonos y empiecen a vivir» dijo alto y claro nada menos que en una conferencia TED y ante un auditorio en el que estaba nada menos que el fundador de Twitter, el de Amazon o Melinda Gates:
Quince años después: juntos y solos
Y es que tras quince años estudiando cómo interactuamos con las máquinas, ha escrito un nuevo libro, Juntos y solos, dedicado a su propia hija Rebecca de 21 años a la que ha visto crecer rodeada de tecnología.
«Psicológicamente es fundamental aprender a conversar, a negociar, a sentir empatía, a pedir perdón. Hemos criado una generación que no es capaz de pedir perdón. No es lo mismo pelearte con un amigo y enviarle un SMS o un mensaje en Facebook y seguir con tus cosas que sentarte frente a él, sudar, sufrir y decir: “Lo siento”. A su vez, quien lo escucha también siente, y perdona, o se enfada, pero siente. Es doloroso y complicado, pero es fundamental. Es la manera en la que aprendemos a construir relaciones humanas»
«Ya no sabemos estar solos, y la soledad es importantísima. Es necesaria para reflexionar, para concentrarse, para retener conocimientos, para conocernos… Nuestro uso compulsivo de los teléfonos móviles y de los ordenadores responde a nuestra incapacidad de estar solos. Pero lo preocupante es que la gente parece esperar más amor de las máquinas que de las personas». Como ocurre actualmente con las mascotas siempre disponibles, siempre fieles, «Conlleva menos riesgos: amor, amistad, trabajo, que se puede controlar desde la punta del dedo, sin las complicaciones de una relación cara a cara».
Gratificaciones falsas pero eficaces
«Esos teléfonos que tenemos en nuestros bolsillos cambian nuestras mentes y nuestros corazones porque nos ofrecen tres fantasías muy gratificantes: podemos tener atención constante, siempre va a haber un foro en el que ser escuchado y nunca tendremos que estar solos. Las dos primeras necesidades se satisfacen a través de las redes sociales, pero la tercera es la que nos está llevando a situaciones emocionales de graves consecuencias».
Doble engaño
La gente hiperconectada se sumerge en una doble distorsión: por un lado creen que están acompañados cuando en realidad están cada vez más aislados y tienen la sensación de que producen cuando en realidad lo que hacen sobre todo es perder el tiempo con Twitter, Facebook o el e-mail.
«Ha venido a felicitarme mucha gente —decía después de la conferencia—, pero todos con el móvil en la mano. Interrumpían su sesión de e-mails para hablar conmigo un minuto y después regresaban a sus aparatos. Aquí hay algunas de las mentes más sofisticadas y brillantes del planeta, han pagado miles de dólares por venir y ¡se dedican a contestar e-mails y a colgar fotos en Facebook en vez de hablar entre ellos!».
«Cada vez más gente se cuestiona si tiene sentido estar conectado y disponible 24 horas al día. Las mejores mentes de mi generación pasan el 90% de su tiempo de trabajo contestando e-mails. ¿Te das cuenta de la pérdida intelectual que eso supone? Llevamos solo 15 años conviviendo con Internet, seguimos en pañales en cuanto a nuestra existencia tecnológica, por eso confío en que aún cambiará muchas veces nuestra forma de relacionarnos con la tecnología».
Recomendaciones
«Hay que poner límites a la tecnología. Crear espacios libres, como la cocina o el dormitorio. Es importante enseñárselo a nuestros hijos. Crear horarios para contestar al e-mail, respetar nuestros momentos de intimidad con la gente apagando el teléfono. Por encima de todo, creo que hay que hacer una fuerte campaña a favor de la soledad. Ahora es lo que nuestra sociedad necesita con más urgencia”.
Impagable.
P.S.: vuelvo a recomendaros el post de CO2 de hoy en el que Antonio Uriarte hace una resumen de su posición escéptica para una ponencia.
Me he «metido» en Sherry Turkle (desde el enlace del propio texto) y, tras pasearme por sus títulos, conferencias, artículos, etc, etc, estoy anonadado. Tiene a sus espaldas esta autora una vasta labor en materias de las que se ocupa este blog. Tan vasta, que no he podido evitar el resabio de pensar si además de amplia, su actividad es también importante, densa, profunda o, por el contrario, de fácil y rápida producción. Y no lo he pensado por nada sino porque el lenguaje que utiliza Sherry Turkle me parece rápido, escasamente académico, sobradamente metafórico, casi literario; es decir, impreciso a la hora fijar conceptos, de evidenciar con qué metodología ha trabajado.
En cuanto a lo que nos planeta, a saber: la necesidad de recuperar la solvencia de la soledad, entiendo que acierta plenamente.
José Luis
Llego tarde a este interesante post y blog. Me gusta, y me gusta lo que dice Sherry Turkle, conozco otros de sus temas, como el efecto de los objetos en la cognición. En relación al lenguaje que utiliza, sólo puedo plantear mi duda sobre si es necesaria y suficiente la comunicación reglada académica para garantizar la adecuada comprension de los temas. Vilayanur Ramachandran, al describir las complejidades del cerebro o la hipótesis sobre la sinestesia y el origen del lenguaje, no carece de profundidad a pesar de que puede entenderlo cualquier persona que preste atención. El MIT no está en crisis por tener en sus filas a una académica «sencilla» para comunicar lo que piensa. Y el objetivo de la divulgación, precisamente, es «dejar de cocinarse en la propia salsa».
Lo interesante es que se ha posicionado en el lado crítico desde el entusiasmo inicial a partir de la experiencia propia, del ver crecer a su alrededor una nueva forma de vivir con la tecnología, de experimentarlo en su propia carne educativa a través del crecimiento de su hija… Eso para mí tiene más valor que lo puramente académico.
Desde luego que sí. Para mí también.
José Luis