Tal y como anunciamos nos hemos leído el último libro de Nicholas Carr y vamos a dedicar unas cuantas entradas a desmenuzar su contenido. Podéis encontrar la reseña completa en la página Pensar los medios. Para hacer más cómoda la lectura de estos extractos, hemos obviado señalar las sustracciones de texto, pero todo lo que aparece entrecomillado y en calibrí pertenece al autor.
Comienza Carr en el prólogo citando a McLuhan para fijar la primera idea importante del texto: las tecnologías no son inocuas, sino que su uso provoca alteraciones en la vida individual y social.
Con «El medio es el mensaje― nos dice― McLuhan no estaba sólo reconociendo el poder transformador de las nuevas tecnologías. También estaba emitiendo un aviso sobre la amenaza que plantea ese poder, y el riesgo de no prestar a tención a esa amenaza.
Siempre que aparece un nuevo medio, la gente queda naturalmente atrapada en la información ―el “contenido”―. La tecnología del medio, desaparece detrás de todo aquello que fluya por él.» Pero «el contenido de un medio importa menos que el medio en sí mismo a la hora de influir en nuestros actos y pensamientos. Un medio moldea lo que vemos y cómo lo vemos ―y con el tiempo, si lo usamos lo suficiente, nos cambia, como individuos y como sociedad―.
Acabamos fingiendo que la tecnología en sí misma no tiene mayor importancia. Nos decimos que lo que importa es cómo la utilizamos. La tecnología sólo es una herramienta inerte hasta que la tomamos, e inerte de nuevo cuando la soltamos.»
Sin embargo, «McLuhan se burla de esa idea: “Nuestra respuesta convencional a todos los medios, en especial la idea de que lo que cuenta es cómo se los usa, es la postura adormecida del idiota tecnológico”. El contenido de un medio es sólo “el trozo jugoso de carne que lleva el ladrón para distraer al perro guardián de la mente”» del que Internet nos ha proporcionado un banquete con «un plato detrás de otro, cada uno más apetecible que el anterior. … «las dudas pueden considerarse débiles ante la certidumbre del medio» termina citando al crítico de cine David Thompson.
No está mal como aperitivo ¿no?
Superficiales, (2) Crónica de un cambio: de lo analógico a lo digital
Carr insiste en la idea expresada en el post anterior para iniciar el segundo capítulo: «los medios no son sólo canales de información. Proporcionan la materia del pensamiento, pero también modelan el proceso de pensamiento».
Propone Varios testimonios de gentes que se entregan gustosamente a este nuevo surfing y rechazan el anterior buceo por las profundidades del libro a cambio de la enorme cantidad de ventajas que le ofrece la web.
«Internet puede haber hecho de mí un lector menos paciente, pero creo que en muchos aspectos me ha hecho más inteligente ―afirma uno―. Más conexiones implican más influencias externas en mi pensamiento. No leo libros ―dice otro― acudo a Google, donde puedo absorber información relevante rápidamente. Sentarse y leer un libro de cabo a rabo no tiene sentido. No es un buen uso de mi tiempo ya que puedo tener toda la información que quiera con mayor rapidez a través de la Web».
Carr ―en una rememoración de su historia personal que puede ser la de cualquiera de nosotros―recuerda el teléfono, el televisor, el periódico de la mañana, el aparato de alta fidelidad en el salón, los discos … de su juventud analógica, acompañados de libros, muchos libros. en 1977, en la universidad, entra en contacto con su primer ordenador en la sala de informática durante un par de horas a la semana. «Pero por cada hora que pasé ante el ordenador debí pasar dos docenas en la biblioteca leyendo, buscando información y preparando exámenes. …A pesar de estar rodeado de decenas de miles de libros, no recuerdo sentir la ansiedad sintomática de lo que hoy llamamos “exceso de información”. Tómate tu tiempo, me susurraban los libros con sus voces polvorientas. No nos vamos a ir a ninguna parte.»
En 1986 compra su primer ordenador un Mac Plus con Word y Excel en casa y en la oficina. «Al principio imprimía y corregía a lápiz … de repente mi hábito de edición cambió. Ya no podía escribir o revisar nada en papel sin la tecla de borrar, cortar, pegar y deshacer.» En 1990 llega el módem, los primeros e-mails, foros y acceso a artículos y revistas. Un nuevo ordenador, nuevos programas, el primer portátil, nuevo explorador más rápido en 1992. Luego WWW… Netscape, gigas en vez de megas, Yahoo, Amazon, eBay, MP·. Vídeos en streaming. Banda ancha. Napster y Google. Blackberrys y iPods. Wi-fi. YouTube, Wikipedia, blogging, pen drives, netbooks. En 2005 la web 2.0, las redes sociales, MySpace, Facebook, Digg, Twitter… Entonces «cancelé mis suscripciones a periódicos y revistas».
En 2007 nota que la red «estaba ejerciendo una influencia mucho mayor sobre mí que mi viejo ordenador. No era sólo que estuviera empleando tantísimo tiempo en mirar una pantalla sino que me acomodaba cada vez más, y me hacía dependiente. Mi cerebro no estaba sólo disperso. Estaba hambriento. Exigía ser alimentado de la manera en que lo alimentaba la Red, y cuanto más comía, más hambre tenía. Quería estar conectado.»
«Ha ido siendo desplazada poco a poco aquella mente lineal calmada, concentrada, sin distracciones, por una nueva que necesita recibir y diseminar información en estallidos cortos, descoordinados, frecuentemente solapados. La lectura profunda se ha convertido en un esfuerzo. Fui un buzo en un mar de palabras. Ahora un tipo sobre una moto acuática».
«Echaba de menos mi viejo cerebro.»
Mañana, más.
Sí, no está nada mal.
Me ha gustado la reflexión de que «el contenido de un medio importa menos que el medio mismo a la hora de influir en nuestros actos y pensamientos».
Recuerdo una respuesta de Josep Tarradellas a un periodista que le preguntaba sobre la gravedad del problema independentista de Cataluña: –»depende del periódico que se lea: para los lectores de La Vanguardia es un problema gravísimo, para los de EL País no es un problema en absoluto, para los de ABC es algo que no sucederá nunca porque la Monarquía es una garantía al respecto, etc, etc»–.
Creo, José Luis, que McLuhan y Carr que lo cita, se refieren más que a la ideología o tendencia de un periódico a cómo la prensa, la radio, internet, la televisión como distintos medios, fuerzan por sus características propias no sólo una determinada exposición de un contenido, sino una determinada relación con el receptor y un determinado cambio en su forma de concebir la información que recibe.
Es decir: «modelan el proceso de pensamiento». Yo no quería referirme a ideologías ni tendencias de los lectores en comunión con la de sus medios elegidos, sino a la pertenencia inconsciente al modo determinado de concebir la realidad (que identifica con la información recibida) de «sus» medios.