Hace cinco años, comentamos y reseñamos la publicación de un magnífico libro sobre educación escrito por Gregorio Luri, La escuela contra el mundo. Le dedicamos cinco entradas en el blog que merece la pena repasar. Si queréis hacerlo, abajo tenéis la referencia.

Leo que acaba de publicar nuevo libro: Mejor Educados. Mientras nos hacemos con él y lo leemos despacio me llegan un par de entrevistas interesantes que me permito reseñar y mezclar libremente: todos los textos entrecomillados son palabras de Luri, aunque no necesariamente en el orden propuesto en las entrevistas.

¿felicidad o realidad?

«Primero, yo creo que lo que hay que hacer es amar a la vida, no a la felicidad. Y no se puede amar a las dos al mismo tiempo. Porque la felicidad solo se puede conseguir jibarizando a la vida. Es decir, por medio de la idiocia. La vida es muy compleja,  llena de incertidumbres y con un sometimiento terrible al azar. Estoy empezando a pensar que hay un sector de educadores postmodernos que se han convertido en el aliado más fiel de la barbarie, que lo que hacen es ocultar la realidad y sustituirla por una ideología buenista, acaramelada y de un mundo de “teletubbies”.  Personalmente, me resulta mucho más atractiva la valentía, el coraje de afirmar la vida. Algo que ha sido, por otra parte, la gran tradición occidental desde Homero hasta hace dos días: querer a la vida a pesar de que esta es injusta, tacaña, austera. No querer a la vida porque encontramos la forma de diluirnos todos en un acaramelamiento que hasta me parece soez. Ahora la felicidad se entiende como un recorte de las aspiraciones».

¿Niños felices o niños frágiles?

«No creo que existan los niños felices. Otra cosa es que pueda haber momentos de gran alegría en la infancia. Pero también puede haberlos diez minutos antes de tu muerte. Eso sí, teniendo también claro que no queremos hijos infelices y que lo contrario de la felicidad no es la infelicidad,  es la realidad. Hay que asumir la complejidad del mundo. Es más, como seres humanos nuestro deber no es ser felices, es desarrollar nuestras capacidades más altas. Y la felicidad es una ideología que milita contra esto. ¿Por qué? Por la simpleza de nuestros teóricos, que nos llevan a una felicidad en cursiva. 

Procure que sus hijos no sean infelices y después enséñeles la realidad, a sobrellevar sus frustraciones, a sobrellevar un no… Tenga usted un hijo feliz y tendrá un adulto esclavo de sus deseos irrealizados o de sus frustraciones o de alguien que le va a mandar en el futuro. Estamos creando niños muy frágiles y caprichosos, sin resistencia a la frustración, y además convencidos de que alguien tiene que garantizarles la felicidad. Y si alguien no se la garantiza, se encuentran ante una desgracia metafísica. Porque cuando nuestros hijos salgan al mercado, la sociedad no les va a medir por su grado de felicidad, sino por aquello que sepan hacer, que es exactamente lo que se le pide a las personas con las que nos relacionamos. Cuando vamos al dentista, no nos importa que sea feliz, sino que sea profesional en lo que hace.  Además, me parece muy sano que nuestras relaciones sociales, especialmente con los desconocidos, no estén mediadas más que por su profesionalidad, sin necesidad de estar pendientes de la emotividad».

 «Desconfíe del profesor que quiere hacer feliz a su hijo».

«Desconfíe de las escuelas que prometen «experiencias». Una escuela lo que tiene que ofrecer es la posibilidad de realizar trayectorias, no experiencias. Y en el caso concreto de los niños pobres, la posibilidad de cambiar de trayectoria, de liberarse, y de abrirse puertas. Si vuestros hijos van a una de esas escuelas en las que Bucay es el intelectual de referencia; competir está prohibido; cuando juegan, todos ganan y nadie pierde;  y se considera más importante educar emocionalmente que enseñar álgebra, entonces…, manteneos vigilantes. El mundo, sea lo que sea, no es fruto de nuestro deseo».

«¿Queremos una escuela de niños felices? Vamos a ver… Digamos que soy más partidario de que sepan desenvolverse en la vida, sumar, restar… aprender a resolver las frustraciones con las que se van encontrando… en lugar de saber gestionar una felicidad que nunca tendrán».

«La clave de todo esto de la felicidad es una ideología muy extraña que considera que la vida es un conjunto de problemas cuya respuesta nos la puede dar no sé qué sabiduría, y en el momento en que tengamos respuesta a esa sabiduría seremos felices. Eso es un cuento chino».

Escuelas del siglo XXI vs escuela ‘tradicional’

«Hay escuelas, tanto públicas como privadas, que ponen gran entusiasmo en dejar bien claro que no son tradicionales. Viven en la fantasía de que una escuela no puede ser buena si no ha roto con la tradición pedagógica. Quieren ser exclusivamente escuelas del siglo XXI. No es raro que se definan a sí mismas con fórmulas retóricas muy sofisticadas detrás de las cuales no hay ningún contenido claro. Pienso en la psicología positiva, la educación emocional, las inteligencias múltiples… etcétera. Frente a esto, están las escuelas tradicionales, llenas de imperfecciones sí, pero que acumulan una larga experiencia de ensayos y de errores que deberíamos tener en cuenta antes de jugarnos la educación de nuestros hijos a la única carta de nuestra ingenuidad. Es más, con frecuencia la pedagogía beata añade a su propuesta de hacer felices a los niños algo que parece más serio: «hacerlos mejores personas». ¿Pero se puede puede ser mejor persona sin conocimientos, sin capacidad para mantener la atención, sin competencias, sin hábitos? Piense usted en su propio mundo antes de responder a esta pregunta: ¿Se puede ser creativo sin tener conocimientos? ¿Y la memoria, es un estorbo para tener conocimientos? No existen ni la familia ni la escuela perfecta. Lo que hay que pensar es en el clima intelectual de la familia y la escuela y en los hábitos de trabajo que reinan en ellas.  Y, desde luego, el trabajo diario de los niños nos predice con más fiabilidad su futuro éxito que la cantidad que paguemos de cuota escolar».

«Me fascina que una teoría como la de las inteligencias múltiples sea tan poco respetada por los neurólogos y tenga tanto éxito entre los pedagogos. ¡Si hasta le hemos dado a Gardner un Príncipe de Asturias! Pienso que hay que tener mucho cuidado con esta teoría, o con lo que promulga Sir Ken Robinson. Sólo porque sean innovadoras no significa que vayan a tener resultados. La innovación es simplemente una etiqueta. Soy consciente de que la escuela es un sistema imperfecto y frágil, que no acaba nunca de estar satisfecha consigo misma, pero de ahí a criticar lo que hay y proponer una alternativa ideal sin comprobar…. Lo que ocurre es que criticar a la escuela es de «buen tono». Pero si un niño pertenece a una familia sofisticada, podrá ir a esa escuela constructivista (donde haya que construir su aprendizaje, el sujeto sea autónomo…). En cambio el niño pobre necesitará conocimientos para tener herramientas con las que construir su conocimiento. Ya está bien de jugar a progres con los pobres».

«Con que comprendiesen lo que leen me conformaría. Queremos que nuestros niños desarrollen las inteligencias múltiples de Gardner sin apenas saber leer o sin comprender lo leído.  En la escuela se pasan muchos años… en algunos casos, aprendiendo mucho sobre la paz, el ecologismo, como no ser sexista… y poco sobre matemática y lengua. Lo anterior son montones de retórica. Tengamos el valor de mirarnos en los resultados. Nunca te hablan de resultados, te hablan de valores. Y  una escuela que tiene malos resultados no debería seguir abierta ni un día más. Tiene que haber exigencia, no seamos hipócritas. Lo que ocurre es que aquí todo lo que suene a excelencia nos da alergia».

Brecha sociodigital: sentido común, recursos y trabajo

«En la sociedad del conocimiento cada vez se amplía más la brecha entre unos y otros. Pero a los niños que necesitan más, hay que dedicarles más tiempo. A los niños pobres no les podemos dar pena, sino recursos. Aquí nos hemos inventado el fantasma de la equidad para evitar el fracaso, cuando hay que decirle a los niños pobres que si quieren salir de su situación, lo que tienen que hacer es hincar los codos, ampliar su vocabulario, seguir una enseñanza lineal y programada, con orden. Necesitan ser dirigidos para ser autónomos».

Progres en educación, no, gracias.

«Cuando el maestro es muy «progre»… la autoridad la asume el matón del patio. Y cuando los padres son «progres», los niños crecen con el sentimiento de que todo el mundo menos ellos tiene la culpa».

 Tres cambios y un diagnóstico sobre los padres de hoy

«1. A los niños ya no los trae la cigüeña, sino un hueco en la agenda. Ahora, al ser los hijos programados, sentimos una responsabilidad tremenda. 2. Las madres han salido de casa, y los padres no han entrado, ni están ni se les espera. 3. Han desaparecido los ámbitos donde los niños vivían su infancia. Ya no pueden ni salir a la calle a jugar a la pelota solos, porque necesitan tener un guardián, lo que convierte a los padres en dinamizadores del tiempo libre de nuestros hijos.

Los padres de hoy se sienten culpables y esa inseguridad ante la práctica se la transmiten a sus hijos. Se creen mucho más listos de lo que fueron sus progenitores, pero necesitan un terapeuta para educar a sus hijos. Tienen que recuperar el sentido común. Están perplejos. Y existen elementos objetivos para su perplejidad. En contra de lo que se dice de que los padres han dimitido, pienso que están más preocupados que nunca, quizá demasiado. Los hijos tienen derecho a tener unos padres tranquilos, que no estén continuamente preocupados, pendientes de qué tienen que hacer en el momento en que se encuentran sus hijos. Tienen derecho a tener unos padres imperfectos. Porque así tienen relación con seres humanos. Ser adulto o hacerse adulto es aprender a querer a los que te rodean a pesar de que estén llenos de faltas.»

Familia más que colegio: el poder del ejemplo.

«La familia siempre y sobre todo: aunque esta sea mediocre, es mejor tenerla que no tenerla. Te van a querer seas como seas, por el mero hecho de ser hijo. En la sociedad te querrán más o menos según como te desenvuelvas. La familia es una especie de albergue contra las inclemencias del tiempo. El órgano de aprendizaje no está en el oído, está en la vista.  Tenemos que dar ejemplos a nuestros hijos. Ante esos padres absolutamente pendientes de la pantalla del móvil los hijos deberían decir: «No me faltes el respeto con un ausente que te está diciendo tonterías». Si actúas así, ya les puedes decir que se relacionen de tal manera con las pantallas… Eso es un mal ejemplo. Pero para educar con nuestro comportamiento es importante tener convicciones, criterios. El regalo más importante que les podemos dar es educar en la coherencia».

El poder de las ‘pequeñas’ cosas

«Que los niños estén bien alimentados y bien dormidos. Comencemos por ahí. Esto no forma parte de lo que hay que negociar con los hijos. No lo puedes mandar a la cama un día a las 9, otro a las 9.30 y otro a las 10. No puedes estar negociando con tus criterios. Otra obligación sería querer a tus hijos, y que estos lo sepan, porque así las normas las vivirán como una manifestación de tu cariño. Hablar con ellos, escucharles…».

Una catarata de refrescantes reflexiones contracorriente. Sin relación aparente con las pantallas, que es nuestro tema… pero profundamente aplicables a su buen uso.

Referencias

Gregorio Luri: 5 posts en Medioambiente Simbólico

Gregorio Luri: entrevista en ABC

Gregorio Luri, también en ABC

«Mejor Educados» (Ariel)