Desde el minuto 04:29 hasta el 05:38
[Imágenes de videojuegos educativos infantiles. Música. Voz en off]
«Los videojuegos son unas formas de diversión que nos proporcionan alegría y placer, dan intensidad a nuestra vida y nos absorben porque nos implican apasionadamente.»
[Así son exactamente y eso es precisamente lo que los hace adictivos, aparte del poco esfuerzo que piden a cambio, la potencia de la imagen y el poder hipnótico de la pantalla. Esa es una de las diferencias clave respecto a los juegos tradicionales para entender sus efectos].
«Los videojuegos son conflicto, competición, reto y oposición, pero tienen reglas lo que nos proporciona estructura y disciplina y unos objetivos que nos dotan de motivación. De esta manera y sin darnos cuenta nos presentan los resultados y las consecuencias de nuestros actos ayudándonos a aprender sin aprender con la práctica y la repetición. La recompensa es poder pasar de nivel.»
[Exactamente como el parchís, el baloncesto o las canicas. Vamos, como todos los juegos. Solo que aquí estamos solos con la pantalla y en los juegos tradicionales jugamos cara a cara con otros, desarrollando las necesarias habilidades sociales que la pantalla no nos proporciona.]
«Los videojuegos son interactivos»
[Ya salió la palabra mágica que intenta prestigiarlos desde hace años y que no significa nada que no estuviese presente ya en todos los juegos sin pantalla intermediaria. El término interactivo se ha utilizado hasta la saciedad para intentar convertir la fría soledad de la máquina tecnológica en algo un poco más humano y sobre todo más útil. El niño no está sólo, inactivo, como frente a la pantalla del televisor. Aquí, responde a estímulos visuales con un clic del ratón o apretando botones con los pulgares, lo cual, al parecer, es un gran avance. No lo es, pero lo hacen parecer. Pero atiendan a lo que sigue.]
«Con ellos hacemos algo: como correr, bailar, jugar al tenis o qué sé yo.»
[¿Hacemos algo o hacemos como que hacemos algo? La cosa cambia ¿no?]
«Y también, a veces, nos enseñan a cooperar con los demás que entran a formar parte de nuestro grupo social. Agudizan nuestra creatividad e ingenio con pruebas a resolver y con pruebas de estrategia y cuando su historia nos toca la emoción, ello nos garantiza que no olvidemos lo aprendido.»
[Todo un detalle de honradez intelectual ese “a veces”. No quiero insistir en que en eso no han aportado nada que no estuviese ya en cualquier otro juego o dinámica personal y de manera bastante más intensa y real, pero lo recuerdo, por si acaso. Se trata, como ven, de un discurso prestigiador de los videojuegos, ante el que los padres telespectadores y consumidores, se quedan con la guardia baja. ¡Qué estupendos son los videojuegos! ¡Cuánto beneficio! Pero también es un discurso prestidigitador que escamotea la otra cara, no tan hermosa de esta actividad lúdico-electrónica. Por ahora no nos han hablado de sus riesgos. A lo mejor más adelante.
Lo que quiero decir es que no se nos habla de utilizar el videojuego como recurso educativo en un contexto de aprendizaje determinado, que es lo que sería lógico -cualquier cosa puede resultar educativa si se sabe utilizar adecuadamente- sino que nos hablan en general de los videojuegos y su naturaleza esencialmente enriquecedora.
Lo que decía: prestidigitación.]
Referencias:
A mí es que ya me da la fatiga. ¿No podríamos dejar la cosa en que los videojuegos sirven para jugar y punto? Naturalmente, como en cualquier otra modalidad de juego, jugar otorga múltiples beneficios a quien juega, especialmente si está en fases constructivas de su personalidad; no hace falta que me entretenga ahora en su enumeración. Sabemos que esto es así desde siempre. Por eso, jugar es una actividad que el hombre ha practicado a lo largo de toda la historia. Lo hizo, la hace y lo seguirá haciendo.
Plausivamente, el hombre empezó a jugar sin juguetes. Sin duda, los primeros juegos debieron tener un carácter físico casi exclusivo como forma de dar salida al exceso energía propio de la infancia y la adolescencia. Cosas como correr, esconderse, colgarse de una liana, poner a prueba la resistencia física o una habilidad concreta, así hacer el pino, lanzar piedras más lejos que los rivales, etc, etc, habrían marcado el inicio de la experiencia lúdica de la humanidad. Poco a poco, el avance de la civilización traería juegos más complejos o elaborados en los que se irían incorporando las habilidades adquiridas (en parte por el propio juego). Tal vez, imitar los sonidos de la naturaleza, quién sabe si también los de otros congéneres, silbar, cantar, arrojar a alguna cuadrícula marcada en el suelo algún tipo de proyectil a modo de nuestros dados, arrancar las alas a las moscas….. El hombre, en fin, debió fabricar su primer juguete -como tal objeto-, siglos, ¿milenios? después de haber empezado a jugar. De otra parte, en épocas ya históricas, conocemos la existencia de juegos propiciadores de la capacidad intelectual (cálculo, estrategia, memoria,…) y, tal vez muy posteriormente, la de juegos «de reunión» o «de sociedad».
Resulta pueril querer ignorar que todos los juegos que la humanidad ha practicado desde sus albores hasta el tiempo justo antes de aparecer los videogames, han reportado igualmente, como de éstos se predica, «muchos beneficios». Y es que esto es lo que parece pretender el silenciamiento estratégico de la mercadotecnia del asunto: «antes de los videojuegos… no existían los juegos ni los juguetes». Al menos yo no oigo en este ámbito de discusión referencia alguna al pretérito (y al presente). Y sería esperable que las hubiera, siquiera fuera para establecer un mínimo análisis comparado de sus virtualidades, si el deslumbramiento de los educadores ciberoptimistas no fuera de tal intensidad, y la ambición crematísitica de los profesionales e industrias del ramo tan insaciable.
Los videojuegos son un tipo nuevo de juego que convive con otros juegos, más tradicionales pero no, necesariamente, menos beneficiosos. Interactivos todos.
José Luis
En la magnífica enumeración de juegos prehistóricos, amigo, me he visto retratado. Ha sido un baño de frescura directamente venido del pasado en el que en los aledaños del Instituto Goya y el río Huerva -que era como la selva Birmana para mí-, corría, saltaba, tiraba piedras, me escondía, jugaba a churro va, le daba a las chapas o a las canicas y, por supuesto, arrancaba alas a las moscas y rabos a las lagartijas. ¡Ah, qué tiempos! Y qué juegos. Junto con la civilización también pasé por los juegos reunidos Geyper, el parchís y las damas. No llegué al ajedrez -por mi naturaleza indómita y poco resistente a quebraderos de cabeza- pero sí al Palé e incluso al Intelect y luego,junto con el humo de los Celtas, los primeros pantalones largos y las primeras elucubraciones de lo que habría debajo de las faldas, al futbolín y a la baraja.