Patrìcia Soley Beltrán
Desde que leí magnífico ensayo El Factor Fama, de Mercedes Odina y Claude Halevi, o el insuperable Telépolis de Javier Echevarría, no deja de sorprenderme el proceso por el que nuestra mirada consume imágenes de personajes –es decir, de construcciones personales cuidadosamente planificadas para ser consumidas- y a la vez que las consume contribuye a crearlas mitificándolas. Actores, actrices, modelos, pasean por el brillo del papel couché y de las pantallas sus cuerpos como envoltorios de un regalo que no existe, pero sobre el que proyectamos nuestros deseos. Y siempre –no lo puedo evitar, es mi mirada moral incorregible- pienso en los sentimientos, en los pensamientos, en las vidas reales de las personas que los encarnan prestando su cuerpo como soporte. A veces me sorprendo fijándome en sus ojos buscando penetrar en lo verdadero que hay detrás del maquillaje de la piel.
Soley-Beltrán podía haberme ayudado más de lo que lo ha hecho a traspasar esa frontera de la desmitificación. Sin embargo, a pesar de su deseo progresista de no hacer moralina, los testimonios de las modelos y su experiencia personal propia son concluyentes respecto a cómo la creación de un modelo creado para ser mirado, convierte a la persona real y verdadera que lo encarna en una cosa. Por eso termino con ellos la serie dedicada a su ensayo. No hay mejor cierre. No se trata de frías reflexiones académicas, ni de –como dicen mis alumnos en un sustantivo que me encanta- “postureos” cara a la galería. Son quejidos -algunos auténticos gritos de dolor- de personas encerradas en su personaje, de seres humanos convertidos en productos, reducidos a imágenes, a herramientas, a artículos de consumo, a puras apariencias, a cáscaras vacías, a fantasmas cada vez más invisibles para sí mismos cuanto más visibles para los demás. No me invento nada: está todo ahí.
Rita Hayworth:«Todos los hombres que he conocido se acuestan con Gilda y se levantan conmigo»
Patrìcia Soley-Beltran: «Quise ser como ella. [Pero] nunca hubiera podido llegar a ser como Gilda porque Gilda no existía, como tampoco existe la Cludia Schiffer de las revistas más que como imagen producida. […] Mi melancolía ante el espejo era algo más que tristeza ante mi incapacidad de encarnar el ideal. Era la huella de un dolor no llorado por la inexistencia del ideal.» por el que lloran también, otros millones de pares de ojos.
Inès de la Fressange: «Quedas reducida a una imagen. Y para la profesión a una superficie. De forma inevitable te tornas egocéntrica. Estás permanentemente mirándote el ombligo». Como casi todas las clientas potenciales a las que va dirigida la moda y el aleccionante consumismo, «siempre tuve esta idea loca de comprarme vestidos pensando que me harían sentirme mejor. Como si sentirme bien en mi cuerpo pudiera venir del exterior y no de mi propio interior». «Lamentablemente (dice la autora) este tipo de transferencia de persona a prenda […] afecta a las mujeres en general.» Y tanto. Y menudo drama de frustraciones. Y Eugenia Silva define: «Tu ropa eres tú».
Verónica Webb: «A menudo son niñas de catorce años vestidas para que parezcan una criatura sofisticada. No siempre son lo que ves». Más bien nunca son lo que vemos, incluso cuando realmente lo son.
Gora Bocos: «Te dicen que estás muy guapa delgada» (en momentos en los que su salud corría serio peligro debido a la anorexia que padecía). «No te tratan como a una chica, sino como a una herramienta de trabajo, como si no tuvieras sentimientos. Para ellos es como si hablaran de artículos, de un artículo que necesitan para hacer algo».
«El glamour está en el imaginario, porque en verdad no es nada. No conozco a nadie que tenga glamour. Lo intento, pero no llego a poder definirlo porque no sé lo que es. En moda te puedes ver en una revista toda fantástica, pero yo sé lo que cuesta todo esto, lo que hay de maquillaje y de ponerse no sé qué, de modo que ya no es glamour, es trabajo. No he sabido nunca lo que es el glamour».
Amy Lemons: (cuando tras iniciar su carrera a los doce años con gran éxito, su físico adolescente empezó a cambiar a los diecisiete, su agente neoyorquino le prescribió comer una tostada de arroz al día y, si no adelgazaba, comer sólo media tostada) «me estaban diciendo que me convirtiera en anoréxica, así de claro».
Janice Dickinson: «Este negocio de locos va todo de la superficie. A nadie le importaba la Janice real, lo que me pasaba a mí por dentro. Y entonces me preguntaba: ¿qué pasa si miro dentro y no encuentro nada? Y eso me asustaba muchísimo». «Eres un producto, nena, eso es lo único que eres. La moda parece muy glamourosa, pero sólo es publicidad. Mientras estés vendiendo su mierda, harán lo que sea para mantenerte de pie y sonriente» (Ara Gallanta a Janice Dickinson).
Mireya Ruiz: «Al final lo que cuenta es lo que estás facturando y el dinero que ganas».
Mónica Boada: «hay modelos que son famosas, pero luego hay otra categoría: millones de rusas con la misma cara, que nadie sabe quién es quién. Pobrecitas. Son anónimas. Es triste, porque hay un ejército de gente, que son las que realmente están en los trabajos, y de las otras (de las conocidas) hay diez. Pero es lo que la gente cree que son las modelos».
Carlos Martín: «vas a un casting donde hay cien, ciento cincuenta, doscientos chicos ya preseleccionados. Quieren morenos con barba. Te pueden escoger haciendo el pito, pito porque estamos todos cortados por el mismo patrón. Al cliente le da igual una persona que otra. Es lo más parecido a una lotería».
Jean –Luc Ducasse: «Me acuerdo de haberme quedado a un paso de trabajar para Chanel. Fui cinco o seis veces. La primera vez éramos 1500, la segunda vez 500, la tercera vez 300, la cuarta vez 20, la quinta eran 15 o 10 y te quedabas ahí».
Dominique Abel: «SOY LO QUE QUIERAN QUE SEA. Encarno el fantasma… dentro de la imagen. Aquello que no sobrepasa jamás la imagen».
Mike Jeffries cuando era director de la marca Abercrombie&Finch: «empleamos a gente guapa en nuestras tiendas. Porque la gente guapa atrae a otra gente guapa, y queremos vender a gente que esté en la onda, a la gente atractiva. No nos dirigimos a nadie más».
Kate Moss: «Cuanto más visible me vuelvo, más invisible me siento»
Se puede decir más alto, pero no más claro.
Referencias
El Factor Fama, Mercedes Odina y Gabriel Alevi, Anagrama, 1998
Hasta las caiguas