Está ahí como uno de los imprescindibles del Blog para entender mejor el Medioambiente Simbólico. Se trata de Telépolis, un ensayo de Javier Echeverría publicado por Destino en 1994. Había que reseñarlo. Sigue siendo imprescindible.
Entre otras muchas cosas sugerentes, Telépolis, nos introduce en la peculiar relación económica que ha creado el consumo millonario y continuo de televisión. Si en el principio —yo casi lo recuerdo— se producía para el consumo, es decir, se fabricaban cosas útiles para satisfacer necesidades razonables; luego, ya saben, se ha pasado a consumir para producir, o sea, a la locura actual de crear necesidades absurdas para producir cosas inútiles con las que satisfacerlas, simulacro imposible sin la intervención de la TV y de la imagen. Sin embargo, como explica Echeverría en su libro, la penetración actual de la pequeña pantalla ha dado una vuelta más a la tuerca de las apariencias, no sólo llevando hasta el extremo la capacidad proconsumista de la tele, sino rizando el rizo de convertir el mismo consumo de televisión en una forma de producción.
Así, por un lado, cuando encendemos la TV, nuestro cuarto de estar se convierte, en una tienda en la que el vendedor no es una persona, sino una marca que ha alquilado el espacio a la cadena televisiva, y nosotros asumimos la condición de doble consumidor. Consumimos TV, pero no sólo TV. El escaparate no presenta las mercancías mismas sino imágenes de ellas, cuidadosamente elaboradas por las empresas de publicidad. No las compramos, pero sí las consumimos. Las consumimos verdaderamente puesto que las incorporamos al ámbito de nuestros deseos, y producimos una interiorización final de sus nombres, de sus marcas, de sus logotipos cargados de valores estéticos, sociales y hasta éticos. Nos las hemos tragado ya sin darnos cuenta, aunque nunca lleguemos a comprarlas.
Consumimos televisión; consumimos publicidad; pero, además, y esto es la radical novedad, mientras vemos televisión, estamos, en realidad, trabajando. Cuando encendemos nuestro televisor, empezamos a generar la verdadera mercancía que las cadenas van a convertir en dinero vendiéndosela a los anunciantes: nuestro tiempo. La televisión no produce programas. Vende tiempo, el nuestro. Los programas son el envoltorio de los anuncios y, además, el cebo para que nosotros acudamos a producir la auténtica materia prima de la televisión: la audiencia, es decir, nosotros mismos, nuestras propias vidas. A mayor audiencia, mayor cantidad de tiempo, de vida, y más valor y más dinero.
Y así, desde casa, desde dentro de nosotros mismos, transitamos entre escaparates virtuales mientras nuestros aparatos, auténticos vampiros contemporáneos, se van quedando con nuestro tiempo vital, nuestro biotiempo, con todo lo que dejamos de hacer para no hacer nada delante de la pantalla.
Cuando voy por las calles en esa hora sombría del prime time y observo en todas las ventanas la parpadeante luminosidad de los televisores, no puedo dejar de estremecerme imaginando la ciudad como una inmensa fábrica de tiempo de la que todos, sin saberlo, formamos parte bajo la atenta vigilancia de un ojo invisible en forma de audímetro. Y las antenas que cubren como bosques electrónicos los tejados urbanos, no sólo traen misteriosamente a nuestros hogares brillos de imágenes y sonidos, sino que también misteriosamente se llevan intangibles toneladas de tiempo.
Esta noche gratis en televisión…, nos dicen. Y a todos se nos pone una cara de imbécil agradecimiento. ¿Gratis? Es posible, pero quizá resulte una gratuidad muy cara. ¿No les parece? Por si acaso, no se dejen engañar: usen la televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.
P.D.: la foto no es de la prtada, obviamente, pero me ha gustado la ilustración
Gran libro el de «Telépolis». Fue, junto a otras, lectura «obligada» para iniciarme en esta causa de mejorar –o intentarlo- nuestro medioambiente simbólico, nuestra respuesta, nuestra conducta, nuestro criterio frente al entorno creado por los medios de comunicación de masas en el que de un modo u otro estamos inmersos.
José Luis
Resulta soprendente que hoy día la queja mas común es la falta de tiempo y sin embargo, cuando ves las audiencias que tienen los programas te preguntas de dónde quitamos el tiempo para verlos…