Algunos datos interesantes que recojo del blog de Enrique Dans y que sitúan el fenómeno Whatsapp en su auténtica dimensión: «si tratas de entender algo como la estratosférica valoración de WhatsApp desde el punto de vista de un español, siendo España el país en el que WhatsApp ha alcanzado su mayor cuota de mercado en todo el mundo […] te equivocarás. Pero el problema es que si lo haces desde la perspectiva de un norteamericano, en donde WhatsApp tenía un nivel de uso relativamente escaso, y cosas como Facebook, Messenger o los mismísimos SMS mantienen una popularidad relativamente elevada, es posible que te equivoques también, […]. O que si lo analizas desde el punto de vista de un tailandés, donde WhatsApp ya estuvo de moda, cayó víctima de la pujanza de Line, y hoy se ve como algo completamente passé, te equivoques también. La lección es evidente: para analizar un fenómeno como este hay que hacerlo con una mirada global, por encima de fenómenos regionales de adopción. Pensar que el hecho de que WhatsApp haya conseguido pasar a formar parte del vocabulario habitual de los españoles significa que de alguna manera “tiene el éxito garantizado” es simplemente carecer de visión internacional.[…] La reciente popularidad de Telegram, una aplicación infinitamente mejor que WhatsApp en sus prestaciones, deja claro que a pesar de la gran importancia del efecto red y de encontrarte con que, al instalar una aplicación determinada, las personas con las que quieres hablar ya están en ella, basta con un período de cierta actividad para que cualquier aplicación que hace pocos meses no existía entre en la categoría de alternativa. […] La empresa que permite que WhatsApp, una aplicación esencialmente insegura en todos los sentidos, se convierta en un elemento de su estrategia de sistemas de información es que está dirigida por irresponsables. […] Ninguna de estas herramientas tiene por qué convertirse en “el estándar” que todo el mundo usa. Es posible que vivamos una fase larga de competencia, de mercados segmentados geográficamente, por tipo de uso, por factores sociodemográficos o por otras variables, y que tardemos bastante en poder observar fenómenos de consolidación. Sin duda, un mercado interesante, que iremos viendo cristalizar de una manera cada vez más evidente, y una realidad: la mensajería instantánea ha alcanzado el momento dulce en su proceso de adopción y está aquí para quedarse.»
No hay como elevar un poco la mirada. Pero, sin embargo, estos datos en vez de ayudarme a entender la operación de Facebook, todavía me confunden más. Dans tampoco me lo explica. ¿Alguno de ustedes?
Los subrayados son míos.
Referencias:
Por supuesto yo no tengo la más remota idea del interés de la operación de Facebook. El artículo de Dans, no solo no lo explica, más bien acrecienta la interrogante que te haces, Pepe. Aplicando mis nulos conocimientos de finanzas enormes, sólo se me ocurre pensar que las nuevas aplicaciones que citas sean marcas del mismo propietario de Whatsapp y que esté todo controlado, es decir, si no lo son ahora lo serán comprándolas si hace falta.
Estos dos meses chilenos he renunciado a comunicarme con España (con mi familia) vía Whatsapp. Y eso que hay material sobrado para compartir (noticias, fotos, nieto nuevo,…). En su lugar escribo crónicas chilenas bajo el título «Aquí Concepción». Son cartas semanales en las que el relato suplanta la imagen gráfica por la imagen imaginada por cada destinatario (hijos y hermanos). Brevemente te diré que el éxito ha sido total. Una hija, la arquitecta, me dijo que estaba buscando alguna serie en la tv para «desconectar» pero que había desistido porque se lo pasaba muchísimo mejor leyendo mis epístolas. Otra, la cocinera, dijo: «parece mentira cómo parece que esté allá mismo, viviendo lo que nos cuentas». Mi hermana mayor, que leyendo las crónicas pensaba si era cierto -para ella no- el manido «una imagen vale más que mil palabras». La hija de Zaragoza, que no dejara de escribir ninguna semana porque vivía intensamente los hechos narrados. Mi hermano que: «es estupendo ver el entusiasmo que pones al describir las cosas», y mi hermana médico dijo: «¡hála qué bien! sigue, sigue contándonos todo lo que pasa por allá». Así que no hay mucho más que comentar. Está claro: una epístola de dos o tres folios exige de uno un esfuerzo y una depuración de contenidos y forma de expresarlos que queda como prendido en cada palabra que escribes y ese esfuerzo es el que da vida a la comunicación. No sucede lo mismo cuando ésta se conforma de cientos de frases breves -a veces ni eso- y tropecientasmil fotos que no suponen ningún trabajo o esfuerzo hacer y enviar.
Un abrazo, amigo Pepe.
José Luis
Es mejor el comentario que el post, amigo. Excelente para entender dos modelos de comunicación distintos y, en ocasiones, opuestos, excluyentes e incompatibles.
Y, en lo que se pueda, no me importaría formar parte de los destinatarios de esas crónicas. Me estoy perdiendo todo tu viaje. ¡Enhorabuena de nuevo, abuelo!
Fuertes abrazos a todos y todas.
Faltaría más. Ahora mismo te nombro destinatario. No están corregidas del todo, pero sí dignamente apañadas. Un fuerte abrazo, amigo Pepe.
El pasado domingo, en misa, compartí banco con dos chicas muy jóvenes. Durante toda la ceremonia, una de ellas consulta incesantemente el móvil y lo toquetea, imagino que «wasapeando». A diferencia de lo que me sucede cuando empiezan a sonar móviles y el maleducado de turno no se molesta en apagarlo, no me cabreo: veo a esa chica como una víctima. La pobre no puede desconectarse de la Red ni por un momento. Y quedo bastante preocupado: no veo la forma en que se pueda frenar el proceso que nos ha llevado a esta situación.
No es lo malo la pérdida de la sacralidad que ha existido siempre en aquellos jóvenes que ocupan los últimos bancos para distraerse hablando entre ellos en el cumplo y miento. La presencia de la pantalla añade a la escena de siempre el ingrediente nuevo de la burbuja individualista en la que ahora se refugian.