Mi ya ‘amigo’ Lorenzo Silva vuelve a demostrar su preocupación por los efectos de la tecnología en la presentación y selección del correo del XLSemanal que titula ‘Whatsappeados’. «¿Ha logrado la tecnología -se pregunta-, ‘whatsappearnos’ de la realidad? Así lo sugiere dolida una lectora, y por un estilo se manifiesta la carta de la semana, sobre la facilidad excesiva con que nuestra mirada se ve imantada por la pantallita que ya todos llevamos encima. Convivimos desde hace unas cuantas décadas con la moderna tecnología de la información […] y, sin embargo, parece evidente que no acertamos a darle su justa dimensión: la de una herramienta (muy potente, eso sí) de la que, como de cualquier otra, debemos extraer utilidad sin lastimarnos con ella. […] Es preciso tomar distancia si no queremos ser como burros a los que llevan del ronzal».
No. No acertamos en lo de la justa dimensión. Sobredimensionamos la tecnología aupados en ese ciberoptimismo medioambiental en el que vivimos; y se sobredimensiona sola porque se nos apodera sin que nos demos cuenta y nos atrapa como a burros llevados del ronzal mientras repetimos una y otra vez sonrientes lo eficaz y divertida que es; mientras afirmamos que a nosotros no nos va a atrapar; mientras no dejamos de mirar repetidamente dónde tenemos el móvil, interrumpimos la conversación una y otra vez para mirar qué dice o somos capaces de volver a casa desde donde sea, si descubrimos que -¡horror!- nos lo habíamos dejado. No nos permite tomar distancia precisamente porque es una herramienta muy potente que tiene vida propia independiente de la que nosotros le demos. Abrir una pantalla es algo aparentemente inocuo, pero que encierra mucho más riesgo -tiempo, adicción, hipnotismo- del que aparenta la sencillez del gesto.
La dolida lectora se llama Maite Guijarro y tras elogiar el reportaje – que también glosamos aquí- sobre lo que hacen los chavales con el móvil, dice que habría que hacer otro sobre lo que hacen los adultos. «Vídeos ridículos e idiotas, porno e incluso aberraciones. Y con el whatsapp se ha vulto imposible estar con la familia o los amigos y llevar una conversación sin que suene el dichoso pitido. Hasta mis hijos me dicen que soy prehistórica. Pero, qué quieren que les diga: cuando llamo por teléfono, a mí me sigue gustando oír sus voces».
Ridículo, vano, banal, superficial y, de vez en cuando útil, sí. No hace falta que nos diga nada, amiga. La entendemos perfectamente. Preocupación por los niños y jóvenes, por supuesto. Pero y los adultos ¿qué?
Y la carta premiada esta semana es de Rubén Peña y describe el intento de comprarle un perro al sobrino que «buscaba esa raza tan molona y aventurera que trota a cámara lenta con banda sonora incorporada» No la hay y cuando Rubén piensa que el chaval va a coger el típico «berrinche de los de antes», en vez de eso, «el chico sacó su móvil del anorak y se encerró en él. «Vaya mierda -dijo el chaval ya de vuelta en el coche- se me ha fundido la batería» Y contempló durante al menos diez minutos el reflejo de su cara en el inerte aparato, en la que fue la última gran mirada del día».
Esa raza molona que surge del espejismo mediático y que no existe. Como no existen la mayoría de las imágenes que hace mucho que se han alejado de sus origenes dejando de imitar la realidad para contárnosla o para confrontárnosla y en vez de eso nos ofrecen una nueva realidad creada, inventada, encuadrada, inexistente, a cámara lenta, perfecta iluminación, maquillaje, peluquería, banda sonora y lo que haga falta y que no sólo nos aleja de la realidad, sino que llega a suplantarla produciendo una sorda frustración cuando nuestros ojos buscan a su alrededor lo que sólo encuentran en el cristal de la pantalla. Nos encerramos en la pantalla para escapar de la realidad y no nos damos cuenta de que la pantalla es tóxica y finalmente, todo es una ‘mierda‘ cuando el móvil, la tele, la pantalla se apagan y sólo nos queda el reflejo sobre ella de nuestra cara alelada.