Antes de continuar, les advierto que las siguientes palabras pueden herir su sensibilidad… Sí. Voy a escribir hoy de violencia, un ingrediente básico del mercado televisivo: la violencia explícita de ficción de las películas, las series, los dibujos… La violencia del espectáculo informativo, de los telediarios, los documentales, los Impactos TV… La violencia verbal de norias, cotilleos, sálvames, corazones y otros experimentos sociológicos plagados de espontáneos enfrentamientos, discusiones, gritos, insultos y lenguaje circense. La violencia gestual —la tele es, sobre todo, gesto, actitud física que en un instante da una impronta valorativa a un hecho o una actividad y marca una moda—: la zafiedad del escupitajo futbolístico, el dedo anular como argumento, el cabezazo, el empujón, el rostro airado, la cara desencajada. La violencia del sometimiento a ese ruido continuo de imágenes.
La violencia interesa, excita, atrae nuestra mirada. La violencia gusta, entretiene. La violencia es fácil. No dejes que la realidad estropee una buena historia, dice el director de informativos; haz una selección de sucesos dramáticos, agitados, espectaculares: incendios, accidentes, guerras, crímenes, huelgas, peleas, conflictos…; repite reiteradamente cualquier imagen desacostumbradamente violenta sin olvidar advertir previamente de que lo vas a hacer… después de la publicidad; traslada al espectador la imagen de una sociedad deformada, violenta y peligrosa aunque le sumerjas en la angustia, en el miedo, el individualismo, el aislamiento, la insolidaridad… La violencia tiene mucho de su fuerza etimológica: es poder. Los violentos equivalen a atletas capaces de lograr el triunfo; los pacíficos y respetuosos parecen fofos, sin sangre en las venas: tal es el nada sutil retrato que fija el ruido televisivo en el aire del medioambiente simbólico. La bondad es sinónimo de estupidez. La paz, ¡qué aburrimiento en este mundo educado en las emociones fuertes, en la fantasía y en la competición como dinámica habitual! La paz no es mediática. «La paz es la imagen más difícil». (M. Riviere)
El consumo de violencia espectacular insensibiliza, embrutece, simplifica sistemáticamente la compleja riqueza de los conflictos reales enseñando que su resolución se establece no por el diálogo, la renuncia y la paciencia, como en la vida, sino a través de la solución fácil, el atajo, el puñetazo, el insulto. Su reiteración produce la impresión de que la violencia es algo común, cotidiano, efectivo y carismático. Pero, sin duda, lo peor de la violencia televisiva es que nunca es real: de nuevo, es sólo una imagen; de algo ficticio o verdadero, pero siempre una imagen, una imitación que en vez de provocar en nosotros auténtico rechazo o compasión nos lleva a la indiferencia o la costumbre: vemos morir en las películas o en el telediario, pero en uno y otro caso son muertes desrealizadas, lejanas, ajenas, que no huelen, ni se sienten, ni se ven, ni se respiran, ni se oyen y, en consecuencia, no se viven… sólo se ven. No son nuestras. Son muertes enlatadas, descontextualizadas, muertes ajenas que suceden entre un anuncio y otro y se devalúan, se trivializan y, finalmente, se disipan mezcladas con el café, el humo del cigarrillo, la sonrisa de la presentadora y la comodidad de nuestro sillón.
Es esa violencia débil, continua pero de baja intensidad, que debilita nuestra capacidad de afrontar y rechazar la violencia verdadera y que miramos con un mohín de repugnancia, sin dejar de mirar y tremendamente satisfechos de no estar en ella. Ver la violencia de los otros se convierte en algo confortable: los que estamos a este lado del cristal nos libramos de todo ese follón del hambre, la guerra y la injusticia. Yo ya he dado. Eso no nos atañe. Yo sólo soy espectador de la desgracia ajena.
Les advierto que las siguientes imágenes pueden herir su sensibilidad, pero eso será después de la publicidad… así que no se preocupen. Usen la televisión, no la consuman o serán consumidos por ella
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Este problema de la violencia metida en casa y sus efectos nocivos está ya superado. ¿ O es que no te has enterado aún de que ya no se fabrican juguetes bélicos?
¡Andá, es verdad! Qué obsesión con la violencia en nuestro entorno ¿verdad Amanda?
«La paz es la imagen más difícil». (M. Riviere)
Entiendo lo que quiere decir la escritora (leí los textos de los varios autores que me pasaste en el principio de nuestra colaboración) pero cabe pelar un poco más la idea de Riviere.
Imagen, de imago, representación del objeto. La paz, como imagen, es tan fácil de representar como la guerra. La autora se refiere a la dificultad de espectacularizar la imagen de la paz . Ello es verdad en tanto que la imagen de la paz no activa resortes de interés que muevan a su consumo, no es espactacular. El adulto que vive en un entorno de paz (nosotros, vg.) necesita consumir la imagen de aquello para lo que no se siente preparado o simplemente le da o le daría mucho miedo tener que vivir: la violencia que “conoce” pero no sufre y la guerra como su máxima expresión, guerra que también “conoce” y tampoco sufre.
Consumimos violencia porque la violencia nos da miedo y la pantalla nos permite “estar de mentira” ante lo que no quisiéramos estar de verdad. El fenómeno psicológico queda muy bien explicado por la teoría del “Estadío del espejo” presentada en sociedad por Jacques Lacan en 1944. Pero, por la extensión que requiere, no es este el lugar. Tal vez, si los hados me iluminan y consigo alguna síntesis aplicable al caso, la incorporaré aquí. De momento no lo he logrado aunque sí lo he intentado.
Has abierto una buena brecha si surgen obreros dispuestos a trabajarla.
Un abrazo, Pepe. Y Gracias por tu trabajo.
Antes que Lacán, los griegos ya hablaban de catarsis. Pero creo que lo malo de la violencia descrita en el comentario no es la violencia misma sino su mezcolanza indiferenciada que la hace trivial y, por tanto, inútil e incluso dañina
«Estadío del espejo» es una teoría psicoanalítica compleja, y «Catarsis» es un concepto: «purga, purificación», al que el RAE le da hasta cinco acepciones. La segunda de ellas es interesante al caso: «2. f. Efecto que causa la tragedia en el espectador al suscitar y purificar la compasión, el temor u horror y otras emociones.»
Apliquemos a nuestro caso (el del post) esta segunda acepción empezando por el sujeto: el «espectador». La catarsis exige que el espectador de la tragedia lo sea, implícitamente que esté presente, y el «telespectador», es obvio, no lo está. Y además, nunca podrá estarlo. Por ello a este «falso sujeto», no podrán alcanzarle los efectos -beneficiosos- de la catarsis.
Y, nobleza obliga, lo dicho ilustra y da la razón -en este campo- a Pepe, quien se ha desgañitado post tras post para deslindarnos la realidad de la telerealidad.
Lo de Lacan va por el lado de la maduración o no del Yo, la personalización a través de la propia imagen en «el Otro». Ya dije que me parece complejo para tratar aquí en la sección de comentarios.
Abrazotes.
José Luis.