Cada cultura, cada época se define por aquellos valores que la sostienen. En la nuestra, flotan densos en el medioambiente simbólico. A veces nos embotan el oído con su griterío políticamente correcto. Pero no se fíen de lo que se vocea a menudo por los medios de los que ya hemos criticado a menudo que la imagen les ha hecho abandonar su papel mediador y reflexivo para ser meros amplificadores. Las máquinas de escribir se han convertido en meros altavoces. Las cámaras son micrófonos. Apliquen, al contrario, el refrán de perro ladrador, poco mordedor.

Escojamos, por ejemplo, uno de entre los ladridos y presunciones más frecuentes: la libertad. Ya saben: debemos «educar en libertad»; denunciamos rápidamente «la existencia de cualquier totalitarismo»; nos parece execrable «la imposición» de cualquier tipo de ideología; es concepto sagrado y «base fundamental de nuestro sistema democrático»… ¿les suena? Pero ¿qué queda de tanta palabrería en el vivir real y cotidiano?: una vez más sólo ruido.

Lo que de verdad queremos es cobrar sin que el sueldo dependa de nuestra eficacia o valía personal; aprobar sin esfuerzo; equivocarnos sin consecuencias; amar, pero hasta cierto punto y sin ataduras; hacer daño sin pedir perdón; vivir como espectadores, viendo como otros viven; no pensar demasiado porque las ideas y más aún los ideales son en sí peligrosos; hacer el amor y no la guerra, pero no porque nos comprometamos personalmente por la paz, sino porque lo que no queremos es arriesgar la vida; creer en todo porque es lo mismo e igual de fácil y no comprometido que no creer en nada.

Y sin embargo, todos sabemos que aún existen, aquí, muy cerca de nosotros, sin intermediarios que nos los mitifiquen, seres de carne y hueso —a veces carnes y huesos rotos—; seres auténticamente humanos que constituyen un modelo educativo para poder seguir hablando de libertad en las clases de ética. Todavía hay gentes que nos recuerdan que la libertad existe. Personas que no pactan y que luchan por la paz arriesgando su vida. Que asumen responsabilidades y afrontan consecuencias cada día. Padres que viven con esfuerzo, valentía, convicciones. Madres que mantienen el rumbo frente a viento y marea. Gentes a las que nadie les regala nada, sino que lo conquistan todo cada día. A veces ganan y muchas veces pierden.

Menos mal que aún existen los héroes sin cámaras, sin imágenes, aunque la sociedad les llame víctimas.

Usen las pantallas, no las consuman o serán consumidos por ellas.