Escojamos, por ejemplo, uno de entre los ladridos y presunciones más frecuentes: la libertad. Ya saben: debemos «educar en libertad»; denunciamos rápidamente «la existencia de cualquier totalitarismo»; nos parece execrable «la imposición» de cualquier tipo de ideología; es concepto sagrado y «base fundamental de nuestro sistema democrático»… ¿les suena? Pero ¿qué queda de tanta palabrería en el vivir real y cotidiano?: una vez más sólo ruido.
Lo que de verdad queremos es cobrar sin que el sueldo dependa de nuestra eficacia o valía personal; aprobar sin esfuerzo; equivocarnos sin consecuencias; amar, pero hasta cierto punto y sin ataduras; hacer daño sin pedir perdón; vivir como espectadores, viendo como otros viven; no pensar demasiado porque las ideas y más aún los ideales son en sí peligrosos; hacer el amor y no la guerra, pero no porque nos comprometamos personalmente por la paz, sino porque lo que no queremos es arriesgar la vida; creer en todo porque es lo mismo e igual de fácil y no comprometido que no creer en nada.
Y sin embargo, todos sabemos que aún existen, aquí, muy cerca de nosotros, sin intermediarios que nos los mitifiquen, seres de carne y hueso —a veces carnes y huesos rotos—; seres auténticamente humanos que constituyen un modelo educativo para poder seguir hablando de libertad en las clases de ética. Todavía hay gentes que nos recuerdan que la libertad existe. Personas que no pactan y que luchan por la paz arriesgando su vida. Que asumen responsabilidades y afrontan consecuencias cada día. Padres que viven con esfuerzo, valentía, convicciones. Madres que mantienen el rumbo frente a viento y marea. Gentes a las que nadie les regala nada, sino que lo conquistan todo cada día. A veces ganan y muchas veces pierden.
Menos mal que aún existen los héroes sin cámaras, sin imágenes, aunque la sociedad les llame víctimas.
Usen las pantallas, no las consuman o serán consumidos por ellas.
¡Sí señor! Justísima ponderación para los héroes que cada día hacen funcionar la vida, la sociedad, el mundo en el más absoluto anonimato, que es uno de los dominios de libertad más necesarios para la vida cotidiana, común, normal, y heróica. Lo que no sé es que cómo no has titulado “Héroes” este post.
Se me ha cruzado por la cabeza al tiempo que leía tus héroes del último párrafo, que todos ellos deben tener un instrumento común para hacer que sus vidas (seguramente sin sospecharlo) sean tan valiosas. Creo que ése instrumento es el buen uso del tiempo. Tal vez no lo hallan intelectualizado, pero es seguro que lo sienten nítidamente hasta en la más mínima célula de sus cuerpos. Debe ser algo así cómo: “no tengo derecho a perder el tiempo”. Porque deben sentir (imagino) que su tiempo no es suyo si no lo es para los demás.
Hace pocos días leía poemas del polifacético pensador brasileño Mario Raúl de Morais Andrade (1893-1945) y encontré esta perla perfectamente aplicable a lo que sucede hoy en ese “denso medioambiente simbólico” que nos describes en los primeros párrafos: “Las personas no discuten contenidos, apenas títulos …../….. mi tiempo es escaso como para discutir títulos …/… Quiero la esencia, mi alma tiene prisa, ….. “. Pues eso.
Gracias por tu trabajo, Pepe.
José Luis.
La sociedad anónima esta llena de héroes; la sociedad mediática, casi vacía. Ambas parecen ser una y de hecho están muy mezcladas, pero no lo son. Las componen personas bien distintas. Unas trabajan, otras no. Sin unas, el mundo funcionaría exactamente igual (o mucho mejor); sin las otras, el mundo dejaría de funcionar.
La sociedad mediatizada llama víctimas a los héroes. Lo hace porque sabe que lo son: hacen lo que ellos ni saben ni pueden hacer. Hay bastante envidia en esto. Conozco numerosos testimonios de ese reconocimiento e incluso algunas confidencias desesperadas: «Cambiaría mis bienes (sólo materiales, imagínense) por el aprecio de una familia».
El que vive de los demás sin dar un palo al agua, lo sabe, y no es feliz: se cambiaría por sus víctimas pero no lo hace porque es débil. El que vive para los demás también lo sabe (¡dios si lo sabe!), a veces piensa si es tonto, pero sabe que no lo es y no se cambiaría por nada ni por nadie, es responsable a gusto o a disgusto, pero considera que la vida le exige su denuedo y se lo entrega: ¡Estos son los héroes!
Absolutamente de acuerdo.