
Y hay que decirlo porque si ya muchos padres se autoengañan cuando compran videojuegos de asiento con argumentos tan profundos como que «por lo menos desarrollan los reflejos» y «son supermodernos» y «es lo que hay» o incluso «es lo que hacen todos»… últimamente se han vendido estos llamados videojuegos activos como juegos que al ponernos de pie, pueden ser incluso un estímulo de la actividad física.
Sin embargo, el estudio lo dice de manera taxativa: «los menores aficionados a estas actividades de las videoconsolas no practican más actividad física moderada o vigorosa que quienes juegan con videojuegos sentados en el sofá».
Así que, ¡Hala, a correr al campo, a la calle, al parque, al club deportivo…! ¡Más realidad y menos virtualidad! Más acción y menos adicción. A veces no es necesaria más tecnología que una tiza.
Totalmente de acuerdo. Compartir actividades y juegos, deportes… Con otros chavales y, a poder ser al aire libre, en la Naturaleza además de beneficiarles física y mentalmente, les deja un recuerdo imborrable.
A algunos, Pedro, también les rompe la tibia y el peroné… que también es un recuerdo imborrable supongo.
Evidentemente, con los videojuegos hemos perdido el contacto social que antes hacíamos en la calle. Conozco a varias madre de alumnos que, con la excusa de «todos los tienen» y «no puedo aislar a mi hijo», ceban al adolescente a videojuegos y consolas. A coste de suspensos, conflictos en casa y disminución de la capacidad de expresión oral y escrita…
Un saludo.
Recuerdo aquellos recreos en los que hasta cuatro equipos jugábamos al fútbol simultáneamente en la misma y única cancha del patio.
Había lesiones ¡claro que sí! pero intentábamos que no las hubiera. No obstante, cuando las había, no recuerdo que ningún padre denunciara al colegio, ni cosas por el estilo. Romperte una pierna por meter un gol o un brazo por parar un pepinazo a portería, eran gestas que tenían su recompensa en forma de admiración al lesionado, en cuyes yesos firmaba todo el equipo su inefable agradecimiento. Y hasta la próxima.
Además de al fútbol, mas allá de la periferia marcada por las líneas del campo, en las estrechas bandas que restaban hasta las tapias del patio, se jugaba a churrová, tulallevas, policías y ladrones, y también podía patinarse con patines de ruedas, lanzar spucknics de cerrillas y papel de plata, hablar… y, los más procaces y transgresores, hasta lograban fumar en los wáteres sin ser pillados por la «policía» (los hermanos de La Salle). Todo este despliegue de energía, al aire libre, con frío y calor extremos, requería ineludiblemente la existencia de una fuente en la que hidratarse y en la que no era extraño, urgido o empujado por los impacientes de la cola, dejarse algún diente en tu turno de amorramiento.
Éramos muy brutos, sí, como la vida misma, pero nos crecían los músculos adecuadamente y la fortaleza física era un objetivo movilizador. Por eso, esto de los videojuegos activos o pasivos, y su posible capacidad socializadora y de ejercicio físico… me da un poco de risa y un poco de pena, la verdad.
José Luis
Preciosa relación de juegos de patio y actividades clandestinas. Sólo ha sobrevivido el fútbol y el fumar.Queda un regusto amargo al comparar aquellos patios de posguerra con los nuestros que no creo que proceda de la nostalgia de cualquier tiempo pasado fue mejor, no. Creo sinceramente que llevamos ya por lo menos un par de generaciones que se han perdido gran parte de la vida en lo virtual. Los Bárbaros, os lo aseguro, no disfrutan lo mismo.
Una auténtica plaga educativa la del «todos lo hacen», Negre. Por qué ese miedo a que nuestros hijos sean distintos si precisamente en eso consiste una buena educación: en distinguir, en hacer que cada uno sea único.