El principio educativo de «aprender a decir que no» para que el niño aprenda a «decirse que no» es viejo como el mundo, aunque hoy sea uno de los muchos que están en crisis. La obtención inmediata de aquello que el niño quiere supone fortalecer una debilidad de carácter que le hará incapaz de afrontar cualquiera de los sacrificios necesarios para madurar y llevar una vida adulta feliz y plena.
Ya hemos hablado aquí de cómo la lectura -que exige un sacrificio previo de aprendizaje, de dominio, de imaginación, de concentración, para obtener después un placer diferido- es un excelente entrenamiento de esta virtud que consiste en saber esperar el logro del fruto de un esfuerzo anterior. Todo lo contrario que las pantallas y la imagen en general que supone la recompensa inmediata y emocional a cambio del esfuerzo de apretar el botón de encendido.

El confidencial.com alude a un estudio del 2008 realizado por sociólogos de la Universidad de Maryland  con una muestra de 30.000 personas  de quienes se estudiaron sus hábitos de ocio a lo largo de 30 años (1975-2006). El estudio concluye, por un lado, que «la televisión puede ofrecer un placer inmediato, pero perjuicios psicológicos a largo plazo» y  por otro que  las personas que no son felices pasan más tiempo consumiéndola.

No es que ver la tele produzca infelicidad, sino que, como un pez que se muerde la cola, ser infeliz te lleva a ver la tele y ver la tele dificulta la puesta en marcha de la actividad necesaria para salir de la infelicidad.

«Ver la tele resulta más pasivo y puede propiciar un escape» dice Steven Martin, director del estudio. La televisión, como otras adicciones,  aporta placer inmediato, pero, también como toda adicción, desemboca en malestar y arrepentimiento.

Y lo que nos espera: «el consumo de televisión puede incrementarse significativamente si la economía sigue empeorando en los próximos meses o años»  porque desgraciadamente, el paro produce más tiempo y más tiempo improductivo e infeliz supone más horas de televisión y más necesidad de evasión. Lo que siempre decimos: la televisión no es una opción más de ocio, sino una forma estructurada de pérdida de tiempo masivo que ha penetrado y se ha extendido a lo más profundo de la rutina de la vida cotidiana occidental.

Lo que me asombra es que haga falta la tremenda movilización de tiempo, personas y recursos que supone un estudio como este para llegar a las conclusiones que evidencian el simple análisis de la naturaleza de los medios y la  observación de la fragilidad de nuestra propia naturaleza.