Ahí fuera, mientras escribo, llueve. Mientras en el medioambiente atmosférico se suceden esos maravillosos cambios de temperatura, de luz, de color, en el medioambiente simbólico no hay estaciones. Porque en la vida simbólica del hombre occidental contemporáneo y urbano, no es la traslación de la tierra alrededor del sol la que marca el paso del tiempo, imponiendo los diferentes cambios rituales en nuestra vida cotidiana. Es el consumo.
El 21 de octubre —anoté la fecha— pasé por el súper en compra de avituallamiento. Y allí, entre envases y plásticos, ya es navidad: cava, polvorones y turrón. No es ya que podamos comer naranjas en agosto y tomates y fruta todo el año, independientemente de la estación; es que la maquinaria del consumo está acabando de dividir el año en dos únicas épocas estacionales con la misma climatología consumista: medio año la estación de navidad y el otro medio la estación de rebajas.
Copérnico y Galileo estaban equivocados: no es la tierra la que gira alrededor del sol sino todos nosotros alrededor de El Corte Inglés.
Y luego dicen que el cambio climático es una cuestión de meteorología. Nosotros lo venimos diciendo desde hace años: el verdadero cambio climático se está dando, se ha dado ya, en el medioambiente simbólico. Y lo que está en juego no es la supervivencia de la biodiversidad y el medio natural, sino la pervivencia, no de la especie, sino de la naturaleza de la especie que, además de biológica es, sobre todo, cultural.
El consumo lo fagocita todo: también las estaciones. Sin embargo, como dice nuestro reloj, estás en internet, pero ahí fuera la vida continúa, es otoño y llueve.
El consumo no tiene estaciones: ¡buáááááhhhhhhhhhhh!! Hace años que ya no «Es primavera en el Corte Inglés» ¿Recuerdan?
Pero el consumo sumado al progreso sí que es ya «lo peor». Recuerdo, no hace tanto, un viaje de novios por Portugal. Hallándonos en La Guardia (Pontevedra) queríamos ir a ver el ocaso del sol a la Playa de las Catedrales en Ribadeo (Lugo). Es decir: a media tarde se nos ocurrió cruzar Galicia entera desde el suroeste al noreste. Vimos en los mapas que había una nueva autovía que lo permitía (en nuestro viaje anterior no la hubo)
y dicho y hecho: llegamos a buena hora, con marea baja y el sol a punto de actuar el espectáculo de su despedida. Hasta nos dio tiempo de pasear y hacernos fotos por el húmedo y bellísimo escenario.
¿A qué viene todo esto? Sólo resta decirles que quien haga el mismo trayecto comprobará que Galicia queda oculta al trazado de la autovía: no verán municipios, no olerán los cultivos, no verán persona alguna, ni orografía, … todo queda «abajo» a los pies de la moderna ruta que transcurre por el techo de Galicia, entre bosques de eucaliptos, y páramos desérticos.
El progreso, el consumo, y la vida natural cada vez están más lejos entre sí.
José Luis
¡Cómo te lo has pasado con la furgo!, amigo. No creo que haya furgoneta mejor aprovechada, mejor usada, que no consumida…