Hace casi diez años, triunfaba Operación Triunfo. Entonces, fue recibido en el panorama televisivo del 2001 como una flor en un vertedero. Se advertía algo así como un grato placer en los comentaristas al poder decir en público, por fin, algo bueno de la televisión. Entre los muchos y positivos comentarios que suscitó el programa destacaba eso que se vino a denominar su limpieza ética que lo convertía en apto para toda la familia y lo hacía entrar en el ámbito del entretenimiento educativo.
 

El novedoso formato de Endemol se sigue emitiendo hoy con diversos nombres en 50 países de los cinco continentes. En España, aunque va a iniciar su 8ª temporada, casi ha desparecido de los horizontes del telespectador y de sus comentarios cotidianos. Apenas nadie conoce al último de sus ganadores salvo las hordas de fans que todavía se presentan a los castings. Como un juguete roto, desgastado tras su explotación comercial en varias cadenas, después de unos años en los que sus concursantes han corrido diversa suerte, unos continuando en la canción, otros paseándose por los platós de gallinero, otros simplemente habiendo vuelto a la oscuridad del anonimato; después del maquiavélico Risto, el homo-escaparate Jesús Vázquez, y el patético Ángel LLacer,  OT languidece ante el estreno de su edición 2010. Tras seis años de ausencia, resucita Nina como directora de la Academia como un intento de resucitar también el espíritu de aquel viejo programa.

 

¿Qué ha sido de su limpieza ética? Como a casi todo en televisión, se la ha merendado el propio show y su necesidad de audiencias, es decir, de triunfo. Su insoportable y millonaria explotación comercial y publicitaria; la farsa del reallity y la teatral y falsa espontaneidad y frescura de concursantes que se saben mirados cada instante por millones de personas; la saturación de su presencia en la cadena emisora y en las de sus competidores; las secuelas imitadoras a que ha dado lugar; el desgaste de la fama de todos y cada uno de los que allí aparecían, desde su presentador, hasta los concursantes, profesores y jurados…es decir: la televisión.

 

OT ha muerto de éxito y su limpieza ética no ha muerto con él, sino que, en  realidad, nunca existió. Aquella flor de vertedero, era venenosa porque llevaba en su mismo nombre ―lo dijimos entonces y lo repetimos ahora― el germen de una mentira dañina y radical: el concepto de triunfo profesional y del esfuerzo que este lleva consigo, no tiene nada que ver con la fácil fama que llevan aparejadas las apariciones televisivas publicitarias y gratuitas de diez horas de televisión semanal durante seis meses de gastos pagados en una jaula de oro.

 

Después de Operación Triunfo, al contrario de lo que incompresiblemente se dijo entonces por casi todo el mundo, nos es ocho años más difícil a los padres y educadores inculcar en nuestros hijos y alumnos la cada vez más extravagante idea de que triunfar consiste en hacer bien y con esfuerzo las pequeñas y verdaderamente heroicas cosas de cada día.

 

Coda: Véase el informe Pisa que hoy se publica.

 

Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.