El hombre como animal simbólico que es vive permanentemente la realidad como un signo que tiene que interpretar. Vive entre símbolos. La búsqueda de la bondad, la verdad y la belleza que necesitamos para ser plenamente lo que somos, se ve entorpecida por la densidad de una contaminación ambiental que es continuamente objeto de análisis en este blog que no por casualidad se llama medioambiente simbólico.
Aquellos prime times descritos no querían ser sólo nostálgicos cuadros de idílico veraneo. No me refería a respirar el aire puro del mar o la montaña ―si es que existen―; ni a la falta de la tensión que conlleva el cumplimiento de nuestras obligaciones. No eran bucolismo barato. No eran una huida.
Eran testimonios de una experiencia que el verano, con su desconexión del medioambiente simbólico artificial constituido por la tecnología y los medios, nos hace vivir con intensidad: la de respirar un aire simbólico más limpio.
Hablaban de cómo la vorágine mediática de la vida cotidiana, urbana, laboral, de la vida ordinaria en fin, está llena de una contaminación simbólica que no colabora a hacernos más humanos y por tanto más felices. El tiempo ordinario es un tiempo sucio en el que nuestro espíritu muy a menudo se asfixia en una nube de símbolos que el mundo mediático, ayudado ahora por la potencia invasora de la tecnología, se encarga de diseminar. En la vida cotidiana, paralelos a los edificios urbanos que no nos dejan ver el horizonte, hay otros muros que nos impiden mirarnos a los ojos y vernos a nosotros mismos. Muros construidos de realidades simbólicas invisibles, pero no menos respirables que el invisible aire.
Cientos de chimeneas mediáticas ―radios, televisores, pantallas, periódicos, revistas, redes,…― exhalan un humo formado por estereotipos, publicidad, mensajes, publicidad, palabrería, superficialidad, publicidad, imágenes, publicidad, slogans, jingles, publicidad llamadas, spots, enlaces, publicidad, alertas, publicidad, tertulias, publicidad, miedos, publicidad, inseguridades, publicidad, necesidades, publicidad, expectativas, publicidad, ansiedades, publicidad…
Lo curioso es que, como en el magnífico vídeo de arriba, lo único que tenemos que hacer para vivir de verdad conectados es simplemente desconectar que es la hermosa experiencia que nos facilita el verano. Diríamos que como la luz de la ciudad nos impide el espectáculo del cielo estrellado, la luz de la pantalla nos ciega para ver lo más cercano.
No es aire puro, sino tiempo limpio lo que de verdad necesitamos para poder respirar.
Has dicho la palabra mágica: DES-CO-NEC-TAR.
Sé que no es fácil; sé que hay quienes les parece más serio, más grave, más «profesional» salir del trabajo y seguir conectados a sus pesadeces. Enajenados de la vida, arrastran todo el tiempo, todos los días, sus estados de ánimo consecuencia, dicen, de él.
Pero es un error. Es mejor conectarse a la vida personal, a la familia, las aficiones, las oligaciones, al día a día, y poner al trabajo en su justa dimensión para que no contamine al resto del tiempo, para que el nuestro sea un «tiempo limpio».
No hablo explícitamente de la contaminación simbólica, porque de ella nos podemos preservar (mejor o peor) y no así del trabajo que nos sustenta.
Hay, José Luis, efectivamente, muchas formas de enajenación. Llevarse el trabajo a casa es una de ellas. Cierto. Pero no creo que sea un problema social tan grave como la enajenación que produce el medioambiente simbólico en el que se sostienen hasta nuestros propios empleos y jubilaciones.
¡Caramba! ¿no estarás atrapado en una de esas crisis de identidad gremial, verdad Pepe? Tal vez no he sabido interpretar bien tus palabras…