He aquí un corto de Dani Montes que expresa esa deficiencia del desencarnamiento tecnológico de la que hablábamos hace unos días en torno a McLuhan.El corto ha sido realizado en el Festival de Cortos Express Soho del Festival de Cine de Málaga que obliga a realizar el corto completo (filmación, edición y montaje), en un fin de semana, de ahí sus limitaciones fílmicas, pero la idea encerrada en él es estupenda.

Una conversación en Whatsapp: dos personas ausentes separadas por el ambiente y la distancia, que ni se ven, ni se oyen, ni se tocan, es decir, no tienen que expresarse físicamente -‘carnalmente‘- el uno al otro; solo la intermediación de la pantalla, la brevedad del texto por la limitación de la herramienta; los sentimientos envueltos y confusos en la irrealidad del cristal líquido que une, pero, sobre todo, separa. ¡Qué peligro!

La misma conversación en la realidad física del volumen, del aire, de la mirada, del contacto visual, de la temperatura… de la vida, en fin: dos realidades ‘encarnadas‘ en la que la palabra se apoya en el matiz del gesto, la sonrisa, la riqueza y la variedad expresiva del tono de la voz, en esa mano que coge la otra mano, en esa boca que besa la otra boca. Nada se interpone en lo interpersonal en el que el aire y la luz son vehículos para el encuentro.

En el uno, el esfuerzo intelectual de la síntesis del lenguaje que, por las características del soporte, no llega a ser texto, sino sólo imagen del texto con la consiguiente confusión de su interpretación; el individualismo de dos ‘yos‘ encapsulados en losmóviles, protegidos pero también desconcertados por la no presencia invisible del interlocutor. En el otro, el esfuerzo de sostener la mirada, de verbalizar delante de ella lo que sentimos, la inseguridad y el reto de exponernos a la presencia personal del que no soy yo que nos abarca por completo.

En el uno, el desencuentro, casi la colisión, de la ‘desencarnación‘ tecnológica. En el otro, el contacto del roce, del trato; el riesgo de lo inmediato, es decir, de la no mediación, el peso específico de los cuerpos personales que son límite de cada uno y a la vez puente para los dos. La presencia que te obliga a salir de ti mismo para encontrarte con el otro.

Como hemos dicho muchas veces, los dispositivos y aplicaciones de la comunicación son lo que son: extensiones sustitutas de la comunicación verdadera, cada una con la determinación que impone su naturaleza que somete a los usuarios a las condiciones, restricciones y límites del medioambiente que crean.  Y si -por pereza, por costumbre, por moda, por imposición tecnológica…-  los utilizamos como  sinónimos de esa auténtica comunicación, pueden ser eficaces, rápidos, divertidos…, pero también resultan tremendamente limitados, insuficientes, frustrantes y confusos. 

El whatsapp está bien, pero… tenemos que hablar.