Tras un paréntesis vacacional y antes de meternos en harinas nuevas, continúo con la temperatura y con la audiencia. En respuesta a mi fiel comentarista, diremos que la audiencia no es responsable de la programación, sino la medición de las audiencias y su relación con la cuenta de resultados en las televisiones privadas y curiosamente con los simples resultados sin cuenta de las televisiones públicas.
La medición de audiencias, además de un monopolio sospechosamente indiscutido, es un invento de los anunciantes porque es a ellos a los que les interesa saber cuánta gente mira la televisión. Las televisiones privadas ―y, en cascada, las televisiones públicas, autonómicas, locales… todas las televisiones posibles excepto las de pago― son un invento de los anunciantes. Son fábricas de producción de audiencias para los anuncios. Las televisiones no producen programas, producen lo que los técnicos llaman significativamente ‘alcance’, es decir número de consumidores a los que llega la publicidad, y ‘fidelidad‘, es decir, el tiempo que invierten en consumirla. De esa competencia en la fabricación de audiencias fieles, es de donde nace el enorme problema de emisiones nocivas a la atmósfera simbólica y residuos peligrosos para nuestro córtex cerebral.
La primera medición de audiencias mediante la instalación de audímetros en 800 hogares españoles, se realizó en 1987 y pasó desapercibida. Sin embargo, con esa medición se había inventado la televisión privada cuando todavía no existía la televisión privada: sólo tres años más tarde, en 1990, se rompía el monopolio televisivo de las dos cadenas públicas con la emisión a la atmósfera de A3 y T5.
 Se nos vendió como un triunfo de la libertad, pero fue, en realidad, la aplastante victoria del consumo. Con las audiencias se inventó el prime time; desapareció la programación infantil; comenzaron los realities de Jesús Puente y su Media Naranja, Paco Lobatón y su Quién Sabe Dónde, Julián Lago y su Máquina de la Verdad y el lacrimógeno Lo que Necesitas es Amor; se llegó al extremo del seguimiento impúdico de los crímenes de Alcasser; se puso en marcha, el late night de Crónicas Marcianas, el reality puro y duro de Gran Hermano, el Diario de Patricia, Tómbola… Con las audiencias y desde las audiencias, no importa el qué se vea, sólo cuántos lo ven.
Los anunciantes crean la televisión que tenemos porque son ellos los que necesitan el impacto que provoca la congregación de las audiencias ante los anuncios de la televisión. Un impacto siempre creciente porque, como el consumo de casi cualquier droga, la exposición a imágenes sugestivas, provoca tolerancia y las audiencias exigen para ser convocadas una dosis cada vez mayor de seducción.

Y la temperatura sigue aumentando.

Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.