Se discute en las tertulias si la vuelta de vacaciones genera una serie de síntomas tratables en el diván de la psicología. En este medioambiente de los medios, cualquier dificultad es rápidamente medicalizada como si el sufrimiento fuera en sí mismo ya una enfermedad El esfuerzo, la negación de uno mismo, incluso la postergación del placer inmediato no son situaciones de la vida que nos permiten crecer o madurar, sino obstáculos insalvables para esa blanda, ligera y bobalicona felicidad posmoderna.
Y es que hay quien, sin saberlo, se va de vacaciones como si cogiera un barco hacia otra dimensión de la existencia. Náufrago de sí mismo, se agarra a la tabla de julio o agosto como si el cambio de escenario le fuera a cambiar la vida. En vez de cambiar de actividad quieren cambiar de piel o ser otra persona. Creen que por cambiar la geografía cambiará su manera de mirarla o de vivirla. Se van de vacaciones como si pudieran escapar de estar junto a ellos mismos. Sin embargo, las cosas son de otra manera: el problema del hombre siempre es el hombre mismo. Allá donde este va, el paisaje se tiñe de su mirada y de su interioridad.
La vida es lo que somos al vivirla. La hacemos nuestra, es decir, la hacemos yo. Si dentro de nosotros hay vacío, la vida ─ cotidiana o exótica ─ se vaciará con nosotros. Y entonces sentiremos que la agencia nos ha engañado porque donde queríamos descubrir novedad no vemos sino nuestro viejo y conocido ser o no ser de siempre. A veces, lo lejano, lo desconocido o lo nuevo es un espejismo que nos oculta el espejo en el que siempre vemos nuestra propia imagen y creemos que por cambiar el paisaje, vamos a cambiar nuestra manera de mirarlo. Habremos conseguido distraernos, divertirnos incluso, pero no conseguimos disfrutar. No hemos cambiado. Seguimos siendo nosotros y al volver, miramos con rencor hacia nuestro trabajo, nuestra ciudad o nuestros vecinos, cuando con quien estamos verdaderamente enfadados es con nosotros mismos.
Hemos vuelto. Que bueno sería que, en vez de acudir al Prozac o a ese dulce mareo de la dosis diaria de tele, no dejáramos otra vez para mañana el encontrarnos con un poco de silencio para afrontarnos a nosotros mismos. Eso que nos permitiría por fin no tener que huir porque no tenemos de quién escapar.
Y, si no, siempre nos quedarán los coleccionables de septiembre: el primer fascículo por 1’99 euros.
Disfruten de los medios, no los consuman o serán consumidos por ellos.