Acabo de estrenarme como presentador de un programa de cine en La General Televisión en el que, remedando a Garci, unos cuantos amigos invitamos al telespectador a compartir la proyección de una película y a hablar después de ella en una tertulia tranquila. Sucedió una noche… de cine que es como se llama el programa, es imagen y palabra. Buena televisión.
Compartir verbalmente con otros el buen cine, conocer detalles concretos de su realización, comentar sus escenas, concretar sus valores, conocer al autor y su trayectoria, destacar la interpretación de sus actores, analizar la calidad del guión… toda esa verbalización completa el ejercicio de la mirada, interioriza la contemplación de la película; sin agotarlo del todo, nos apropiamos de lo que hemos visto haciéndolo más nuestro. Necesitamos pensar nuestras emociones, conocer en qué están fundamentadas y de ese modo la película se hace verdaderamente honda, profunda y eficaz pasando a formar parte de nosotros mismos. La disfrutamos una vez cuando la vemos, pero la disfrutamos de verdad cuando la verbalizamos.
La imagen es un impacto que atraviesa nuestra razón casi sin tocarla, produciendo un efecto en nuestro espíritu. Por eso es un medio expresivo tremendamente eficaz. Con gran economía consigue un gran rendimiento. De ahí el éxito popular de esa fórmula que contrapone la dificultad de la palabra para explicar lo que la imagen simplemente muestra. Sin embargo, mostrar y emocionar no es suficiente. Es fuego de artificio de corto alcance. El hombre necesita interiorizar lo que ve, dominarlo, asimilarlo, hacerlo suyo para elaborar después una respuesta realmente libre y de largo recorrido.
El cine, haciendo abstracción de muchos otros elementos, es fundamentalmente una imagen compleja de extraordinaria eficacia expresiva. Por eso se utiliza a menudo en los colegios para que los alumnos «vivan» experiencias históricas, sentimentales o de valores. Se suele acudir al recurso del cine para transmitir valores y, sin embargo, lo único que se consigue son emociones. Una determinada exposición cinematográfica de valores sin la abstracción verbal, analítica, racional posterior es de un arraigo tan endeble que puede ser sustituida por la contraria sólo con encontrar una película que transmita eficazmente valores de carácter opuesto. Las imágenes apenas perviven en nuestra memoria. Cuando la imagen desaparece, desaparece también el calor que transmite dando paso de nuevo a la oscuridad y al frío anteriores a la llama. Por eso las campañas mediáticas de ayuda basadas en la presencia de las cámaras en el lugar de la tragedia humanitaria son siempre epidérmicas y de corto alcance. Sirven para un descosido, pero no solucionan nunca el roto.
Sostengo desde hace años que una imagen vale más que mil palabras sólo cuando somos capaces de decir mil palabras sobre ella. O, dicho de otro modo: cuando hemos dicho mil palabras sobre ella es cuando la imagen empieza realmente mostrar lo que realmente vale.
Vean imágenes, piénsenlas y no las consuman o serán consumidos por ellas.
Acojonante. No se puede decir más bonito ni más exacto.
José Luis.