El INE explica que ante el descenso de las muertes por tráfico, el suicidio se situó en 2008 como la primera causa externa de defunción, con 3.421 personas fallecidas. Pero el suicidio no existe. Ni siquiera como noticia. Hay, se dice, un acuerdo tácito de no airear el suicidio para evitar el efecto dominó de la imitación. 

No me explico cómo se cree que este efecto imitativo existe, cuando se trivializa y se niega sistemáticamente cualquier otro efecto de los medios en la conducta de los ciudadanos en la sociedad. Los telediarios y su morbosa y espectacular diarrea de sucesos… no importan. La machacona muestra selectiva de la violencia doméstica… no importa. Las series y su retahíla de contravalores… no importan. La publicidad y su insoportable invitación al consumo… tampoco importan. Pero el suicidio sí. Ya ves.

En total, el año 2008, se produjeron en España 386.324 defunciones. Pero en nuestra cultura la muerte está proscrita. Es de mal gusto sacarla como tema y hay que tocar madera cuando nos pasa cerca. Se aleja de ella a la débil y superprotegida infancia impidiéndole incluso asistir a los funerales y entierros de sus abuelos o incluso de sus padres y hermanos, porque se supone que es algo que no están preparados para afrontar, suposición que les mantendrá permanentemente inmaduros ante el hecho más radicalmente importante de sus vidas.

El medioambiente simbólico no es ajeno a esta tendencia y la muerte, avasalladoramente presente en la ficción y en los espectáculos de los telediarios,  y los medios, está paradójicamente prohibida como referente de la realidad individual de los consumidores mediáticos. Excepto, claro está, en las cajetillas de tabaco.

Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.