Ayer, era Bill Gates quien como padre adoptaba una medida educativa respecto del tiempo de navegación de su hijo Rory que al cronista le parecía hiperprotectora.
 
 

El estudio que hoy traemos, «Los niños frente a la televisión: prácticas y mediación familiar», nos lo manda Pili —gracias, amiga— y demuestra que no es precisamente de hiperprotección de lo que adolecen los hogares españoles en cuanto al uso de la tecnología si extendemos las conclusiones que se refieren a la pequeña pantalla a todas las demás.

 

Teresa Torrecillas, profesora de Periodismo de la Universidad San Pablo CEU ha ganado una mención honorífica en los Premios Ángel Herera a la Mejor Labor de Investigación de Humanidades por este trabajo del que extraemos las principales conclusiones:

 

«234 minutos diarios de consumo televisivo en 2010». Y no deja de aumentar el consumo de la supuestamente ya obsoleta pequeña pantalla. No parece tan obsoleta ni tan pequeña ¿no?

 

«Los contextos familiares de recepción televisiva infantil son deficientes y no garantizan la protección de la infancia ni favorecen un correcto desarrollo de los menores frente al medio». Es decir: los padres suspendemos mayoritariamente a la hora de plantearnos el tema de la televisión desde el punto de vista educativo.

 

«Aunque los padres son muy conscientes de la deslegitimación social del medio, relativizan las posibles influencias de la televisión en sus hogares y excluyen a los miembros de su familia del poder de socialización del medio» O sea: siendo el medio de mayor penetración en los hogares, con un enorme espacio de tiempo (consumo) y lugar (número de aparatos); siendo la primera referencia educativa en cuanto a su fuerza de influencia en información y valores, los padres creemos que esa influencia seguramente se exagera y, sobre todo,  estamos convencidos de  que eso les pasa a los vecinos en sus casas, pero no a nosotros ni a nuestros hijos.

 

 «Cada vez hay un uso más individualizado del medio lo que hace que padres e hijos coinciden menos delante del aparato y que aumente el desconocimiento por parte de los padres del consumo real que hacen sus hijos». Son las pantallas de los televisores que se extienden por las habitaciones del hogar, “haciendo familia”, que se dice.

 

«No existen normas consistentes y estables que calen en la conducta de los niños frente al medio. Así concluye que la mediación se caracteriza por un alto grado de permisividad». Dicho de otra manera: la cosa se reduce en la mayoría de los casos a improvisar un “Llevas demasiado rato con la tele, ponte a estudiar” dicho sin demasiada convicción o, en el mejor de los casos, un “apaga la televisión que eso que estás viendo es una porquería” —ya se sabe: sexo y violencia—.

 

«No abundan alternativas a la televisión para el ocio familiar». Qué quieren que les diga: llevamos cuarenta años de reinado absoluto de la televisión.

 

Y finalmente y resumiendo: no se ve casi la tele en común, lo visto no genera apenas diálogo, no se hace crítica constructiva, no hay consejos ni sugerencias sobre lo que se ve, la covisión es escasa y se suelen ver aquellos programas que gustan sobre todo a los mayores por lo que los chavales tragan, sobre todo contenidos dirigidos a los adultos.

 

En fin. Nada nuevo bajo el sol. El estudio examinaba las aptitudes de los padres en cuanto a nuestra responsabilidad de asegurar un entorno apropiado —número, lugar, y espacio simbólico de los televisores— y unos criterios de uso beneficiosos para los hijos —tiempo de consumo, filtro, control y crítica razonada de contenidos, diálogo sobre lo visto en común, alternativas… —, y suspendemos.

 

Podemos quejarnos de lo que hacen las cadenas, la publicidad y la industria, pero, primero o a la vez, por favor: hagamos bien nuestros deberes.