Un hiperenlace coloreado aparece ante mí. Un botón que parpadea reclama mi atención. Una ventana emergente me propone un pequeño reto, me hace una pregunta, me ofrece alternativas. Son puertas cerradas que sé que puedo abrir, asomarme y mirar. Sé que tras el clic está el premio de la aparición de algo nuevo. La pantalla es la tapa de una caja de sorpresas que abro no para pensar, sino sobre todo para ver si me piensan. La pantalla, como una muñeca rusa es el acceso a una infinita cantidad de pantallas sucesivas que esperan para ser abiertas. Navegar.
«La Red proporciona también un sistema de alta velocidad de respuestas y recompensas –refuerzos positivos en términos psicológicos- que fomentan la repetición de acciones. Cada pulsación se ve recompensada con algo nuevo que mirar: búsquedas en Google, respuestas a nuestros correos, más amigos o más comentarios en Facebook, más seguidores en Twitter, más comentarios en el Blog… Nos convertimos en cobayas de laboratorio que accionan constantemente palancas a cambio de migajas de reconocimiento social o intelectual. De una manera u otra, nuestra posición social siempre está en juego, en riesgo. Esta conciencia –este miedo- magnifica la intensidad con la que nos involucramos en la Red convirtiéndonos en adolescentes que tienen un tremendo interés por saber de las vidas de sus pares y una tremenda ansiedad ante la perspectiva de quedarse descolgados del grupo».
Clic, campanilla, hueso, saliva… Paulov. Y el tiempo pasa. Pero hay que estar.
Por eso yo me pongo un tiempo de conexión… Me conozco… El mundo más allá de esta pantalla es inmenso y alcanzable.
Estupenda entrada.
Un saludo.
Exacto. Individualmente es un problema de límites y de conocimiento del medio. Socialmente es harina de otro costal..