Mediante una serie de aportaciones de la investigación neurológica, Nicholas Carr describe el cambio de la opinión científica desde la consideración del cerebro como un órgano inmutable una vez ha alcanzado la madurez a un sistema nervioso en el que cada acción ejerce una influencia, para acabar concluyendo y comprobando la extraordinaria plasticidad del cerebro humano que se va adaptando a nuestras acciones y a nuestra manera de pensar creando conexiones nuevas y modificando su fisiología para asumir lo que cada uno de nosotros le exigimos.
«Pero la neuroplasticidad también impone su propia forma de determinismo: los circuitos del cerebro se fortalecen mediante la repetición de una actividad física o mental que, de ese modo, comienza a transformar dicha actividad en un hábito» Proporciona flexibilidad ante los cambios, pero impone rigidez en los hábitos ya que una vez producido el cambio, quiere ejercitar los circuitos que se ha esforzado en formar. «Las actividades rutinarias se llevan a cabo de manera cada vez más rápida y eficiente, mientras que los circuitos no utilizados se van agostando». Es plástico pero no elástico.
«La Red ofrece exactamente el tipo de estímulos sensoriales y cognoscitivos ―repetitivos, intensivos, interactivos, adictivos― que han demostrado capacidad de provocar alteraciones rápidas y profundas de los circuitos y las funciones cerebrales. En un día pasaremos conectados a ella no menos de dos horas, tenderemos a repetir las mismas acciones una y otra vez: arrastramos el ratón, pulsamos sus botones izquierdo y derecho, escribimos en el teclado. Estamos expuestos a una miríada de instrucciones visuales que desfilan ante nuestra retina: textos, fotografías y vídeos en perpetuo cambio… hipervínculos dinámicos, botones, iconos que piden a gritos ser pulsados, casillas y formularios, anuncios y ventanas emergentes que apelan a nuestros sentidos de manera simultánea».
Por último, Carr, cita a Michael Merzenich:«nuestro cerebro se modifica a una escala sustancial, física y funcionalmente, cada vez que aprendemos una nueva habilidad o desarrollamos una nueva capacidad. [la exposición a Internet] ha remodelado nuestros cerebros de forma masiva. Cuando la cultura opera cambios en el modo en que ocupamos nuestro cerebro, el resultado es un cerebro DIFERENTE».
Que esto sucede, parece obvio a la luz de los últimos descubrimientos neurológicos, pero la pregunta es, como siempre, ¿Qué perdemos o qué ganamos en esa diferencia?
¡Vaya! Había dejado un comentario a la anterior y a la presente entrada que han volado y ….. soy incapaz de recordar. Mi cerebro sí que es DIFERENTE al de hace unos pocos años.
«¿Qué perdemos o qué ganamos?» La respuesta pronta y fácil es que no lo sabemos bien del todo y que en todo tiempo, en cada hito tecnológico, el hombre ha debido perder y ganar cosas. Sin más.
Pero Nicholas Carr se detiene ante su propia transformación y quiere sistematizar los resultados de su exploración. No se conforma con una respuesta rápida y fácil al interrogante que planteas, y ello resulta ejemplar porque él quiere recuperar sus viejos circuitos neuronales. La lectura de las siguientes entregas será clave para quienes se decidan a recuperar los suyos, presumo. Yo lo voy a intentar.
Un saludo a todos.
PD. No obstante, me enfrento a una dificultad de tipo social o cultural y es ésta: El libro tenía consolidado un prestigio y, por ende, una aceptación social tal vez desmedida o, al menos, en nada discutida, y eso tampoco me parece un buen punto de partida. Parecía admirable, sin más, quien leía «muchísimo» (no sé cuántas horas al día); luego, admiramos también a quien veía «muchisimo cine». Y en ambos casos no nos preguntábamos qué perdían o qué ganaban estos consumidores de cultura. Una cosa es obvia: tenían unos circuitos neuronales muy reforzados ….. y difíciles de modificar.
Como hemos repetido, todo cambio tecnológico, lleva aparejado un cambio de hábitos y, como se ve aquí, un cambio neurológico. La escritura, la lectura y el libro no son una excepción y, como veremos, provocaron también muchas suspicacias. También con ellos, la humanidad perdió, pero el balance ha sido claramente positivo. Nuestra generación no se ha preguntado por ello, porque nació ya libresca. Este cambio, por el contrario, nos está tocando vivirlo, por eso toca preguntarse.
El caso del cine es distinto: no nos preguntábamos porque era la primera pantalla y no rompía con el pensamiento libresco… La televisión en cambio fue y sigue siendo la pantalla que introdujo un primer cambio de hábitos y, al menos desde la Asociación, llevamos 25 años preguntándonos…
Muy interesante tu comentario. Estoy de acuerdo.