En Zaragoza hay una plaza dedicada a San Pedro Nolasco. No es poco en una ciudad que pone nombres de videojuegos a las calles de nuevo cuño. Pedro Nolasco fue un joven mercader de telas de la Barcelona del siglo XIII que, sensibilizado con los cautivos cristianos en el norte del África musulmán, empezó a comprar su libertad hasta llegar a vender cuanto tenía. El 1 de agosto de 1218 funda la Orden de la Merced para la redención de los cautivos y muere en 1240. En 1776 se adopta un cambio en la redefinición de las funciones de esta Orden religiosa para atender, como hacen también los Trinitarios a “las nuevas formas de cautividad” con características –vigentes hasta hoy: ya no importa si la persona encarcelada es cristiana o musulmana, creyente o no; no importa si está en prisión por un delito de tal o cual calibre; sólo importa que es una persona privada de libertad.
La realidad de la cárcel, y la de las personas se mueven en su entorno, tanto presos como “liberadores” es una de las muchas que están en la zona de sombra del medioambiente simbólico, fuera del escenario, oculta bajo las alfombras de las redacciones de los medios informativos y los shows de la televisión. No hay Facebook, no hay tweets.
Es cierto que está la mediática Amnistía Internacional para hablar de política penitenciaria global y salir en la tele, pero hay más, muchos más que trabajan a pie de celda y no los vemos. Los muros y rejas que envuelven a las personas que las habitan, están envueltos a su vez por otras paredes invisibles más cerradas y más aislantes que las de ladrillo: las de la falta de atención mediática y las de nuestros prejuicios.
Y es que la cárcel, la prisión, el centro penitenciario… o simplemente el “trullo” no es más que la expresión palpable de la debilidad humana y del fracaso social. Y la debilidad, la imperfección y el fracaso no forman parte de la realidad sonriente, estimulante y falsa del spot publicitario en que hemos convertido nuestro escaparate mediático. Los últimos de los últimos no caben en la “Sensación de vivir” ni en “La Chispa de la vida”.
La fuga, La gran evasión, Papillon, La roca, Evasión o victoria, La milla verde… el cine americano sí que le han encontrado glamour a las vidas en el trullo y su obligación de escaparse de él. Son menos acomplejados que nosotros.
El trullo cotidiano y anónimo que apuntas al final, el nuestro,… ¿cómo llevarlo a la pantalla?
Ya estamos. Léase: «…sí que le ha…»
La ficción siempre ha sido partidaria del morbo de los excluidos, de los marginados, de la delincuencia y de lo carcelario… pero eso no es atención mediática. Al contrario, como con los indios norteamericanos, el cine suele forjar una imagen falsa de muchas de las realidades que toca. Probablemente no hay que exponer a la luz pública la marginación. Pero lo que la entrada quiere subrayar es la supuesta luz que vierten los medios para que conozcamos la verdad que nos rodea, deja en la sombra muchas realidades sin las que la comprensión de esa realidad es imposible.
Y en ese sentido he interpretado tu entrada, Pepe. No en mi comentario, pero sí en su lectura.
De todos modos, sin ser el cine un medio de comunicación de masas en el sentido que le damos a los que son «cotidianos» y consumimos por pantallas y/o micropantallas, no le podemos achacar que cree «imagenes falsas» en mayor medida que lo hacen los mass media.
A fin de cuentas, el cine, siendo necesariamente una creación, no viene a engañar a nadie, o, si lo hace, arrostra las consecuencias exponiéndose a la crítica en general. No sucede así en los mass media.