Fue modelo la tradicional e incluso numerosa, ya felizmente superada por aquello de que era una barbaridad de ignorantes de la órbita judeocristiana. Lo fue la de la parejita –niño y niña- con el chalé y el coche del desarrollismo económico. Lo ha sido la del hijo único para darle, por su bien, una educación de completa dedicación en exclusiva. Últimamente la monoparental, por exigencias del guión del fracaso en pareja, ya saben, «los tiempos cambian» (¿?). Lo es también la homosexual de los progenitores por caprichos de estrategia política e ingeniería social y simbólica para hacer normal en la calle lo que a nivel ideológico es completamente normal. Y, ahora, el último grito de los nuevos modelos de familia es la del sólo en casa. Se tienen hijos, sí, pero no se alcanza y se les pide que se encarguen de sí mismos.
La Fundación SM preguntó a 15.000 niños entre 6 y 14 años cómo se sienten y uno de cada tres, lo que extrapolado a cifras nacionales supone casi un millón, se sienten solos cuando llegan a casa. De ellos, 150.000 lo están de verdad, es decir, llegan con la llave en el cuello para que no se pierda y no hay nadie y pasan…toda la tarde…solos. Solos exactamente no: para eso está la nodriza electrónica en su cuarto y la videoconsola que ―como indica su nombre― proporciona consuelo y sedación y, por supuesto, el móvil que es muy útil para cerciorarse de que están realmente solos.
Frente a esto, algunos opondrán que es un hecho generalizado en todo el mundo desarrollado y encontrarán en el mal de muchos, pero sobre todo en lo del desarrollo, un triste consuelo. Otros dirán que es el signo de los tiempos y que es el precio que hay que pagar por la liberación de la mujer y que vale la pena. La pena de los niños, supongo. Habrá incluso algún experto listillo que diga que los niños tienen una enorme capacidad de adaptación y que podrán con ello. Demonizan la torta bien dada por conservadora y carca, pero aceptan en cambio este abandono en nombre del progreso. ¡Ay las ideologías!
No se puede culpar a los padres que necesitan sobrevivir y pagar la hipoteca, aunque, a lo mejor, muchos tendríamos que conformarnos con convivir sin más y no querer vivir por encima de nuestras posibilidades persiguiendo la última zanahoria de la noria del consumo. Pero algo hay que hacer y pronto en relación a romper el modelo productivo que tenemos en busca de una verdadera conciliación familiar y laboral y una racionalización de los horarios que permita habitar las casas con algo más que electrodomésticos y demagogias de igualdad.
Encargar al colegio que se encargue no es buena solución. Porque el niño no necesita más horas de colegio, sino padres y madres. Y en cuanto a la Supernanny electrónica…, qué quieren que les diga.
Usen las pantallas, pero estén en casa y no les dejen solos ante ellas que más vale solos que mal acompañados.
Redondo, rotundo, perfecto y precioso. Éste es el artículo que hubiera escrito yo de haber sabido hacerlo. Me parece, además, de lo más oportuno tratar sobre la familia en estos momentos, no ya porque esté de moda en los medios “advertir” que sin niños las pensiones serán un problema peliagudo (está clarísima la jerarquía utilizada: el problema, lo grave, lo importante son las pensiones, de los niños se habla como instrumento rectificador al servicio de lo capital: seguir viviendo igual cuando llegue la jubilación) sino porque la ausencia de hijos, está haciendo desgraciada a nuestra sociedad.
Hace unos días Amanda nos decía que “la ausencia de sufrimiento es incompatible con la felicidad”. Pues eso son los hijos: amor-sacrificio, renuncia-ganancia, sufrimiento-felicidad.
Huy! no puedo seguir ahora, me dicen que tengo que salir, pero seguiré después.
Sigo un poquito más.
Ya sé que se usa como una convención para enterdernos rápidamente, pero nada más falso y tramposo que identificar el concepto «progesista» con lo que son (dicen que son) todos los que no son como ellos, los progresistas: los apestosos «conservadores». Hoy, en los Medios de ZP, el término «conservador» tiene un valor polisémico amplificadísimo pues ha pasado a significar, además: antiprogesista, reaccionario, facha, carca, ¡hipócrita cristiano!, ser partidario de los golpistas del 36, ser del bando de los toruradores, no soportar las libertades, ser crispador, no querer dialogar, ser insolidario, bajo, rastrero, usar el dolor del las víctimas del terrorismo para provecho propio y atacar al Gobierno, querer imponer a los demás nuestra moral y nuestras creencias, intolerantes, racistas, xenófobos, clase privilegiada llena de ricos y empresarios que oprimen a los trabajadores, los que no sufren nunca las crisis, Torquemadas, enemigos de la cultura, propietarios todos de dos o más viviendas, con la vida resuelta –no como los trabajadores–, los que tienen y ostentan privilegios sociales, la clase pudiente, ……… En suma: el adversario, el enemigo, el rival, el que hay que quitar de en medio, el que sería todo mejor si no existiera, ¡en fin! el simple ciudadano que no esté de acuerdo o no ayude a cuánto quiera José Luis Rodríguez Zapatareo. Recuerdo: estas y muchas otras cosas que olvido ahora, es hoy ser conservador. Y la gente «lo sabe» porque lo ha visto, leído o escuchado en los Medios de Zp ¡miles y miles de veces! y te lo dice, te acusa: «Eres un cristiano hipócrita que no respeta la libertad de crenncias (¿?)», «si fueras de la clase trabajadora, no hablarías de rebajas en el despido (¿?) y así hasta la naúsea. Entonces, porfa, hagamos todos un esfuerzo por utilizar el término «progresista» con propiedad, críticamente y con libertad. No puede ser que pertenezca en exclusiva a la izquierda (por decir algo) de española porque se lo hallamos entregado los demás.
En última instancia, «progresista» es aquello que defiende y favorece el progreso. El progreso es, connaturalmente, avance hacia algo mejor, hacia algo bueno o más bueno, y si ése algo no es bueno, ni mejor, avanzar hacia ello no será «progresar» sino retroceder.
José Luis.