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Sin hablar de las fake news y de los bulos del post anterior, un poquito más de análisis sobre la información que hoy nos proporciona la tecnología a través de la Red, las redes, los vídeos y los móviles – esa que llaman «del siglo XXI» y que dicen que es tan buena, tan democrática, tan completa- porque acabo de leer un interesantísimo artículo firmado por Juan Meseguer para Aceprensa: «Sobreexcitados por la actualidad, la veracidad informativa deja menos tiempo para el análisis«, que la pone en su sitio y que paso de inmediato a compartir en una síntesis de lo más expresivo.

Las redes, internet, la supuesta panacea informativa que vivimos ahora no lo es tanto ni para los emisores, ni para los receptores de información -si es que todavía sigue siendo válida tal distinción-. Los periodistas usan las redes sociales, quizá más que nadie ya que trabajan con ellas. Les dan más visibilidad pero, sin embargo, no les facilitan en absoluto hacer un mejor periodismo:  acusan -igual que sus lectores- la fatiga mental y la falta de tiempo para reflexionar. Se quejan de que las redes les llevan a priorizar la rapidez sobre el análisis y de que es extenuante la gran cantidad de tiempo que hay que dedicar en mantener y adaptar la información a cada plataforma.Hay que estar, pero estar es una pesada servidumbre.

Tanto en periodistas como en lectores la sobrecarga informativa daña el periodismo reflexivo; la marea, la vorágine va en detrimento de los matices, de la contextualización, de la profundización, del análisis y, por lo tanto, de la comprensión.

«¿Quién tiene tiempo de sopesar las palabras si, además de escribir, tiene que estar activo en Twitter y emitir vídeos en directo a través de Facebook Live?», observa Elizabeth Jensen, defensora del oyente de la radio NPR.

Los antes lectores, han devenido en gallináceas: picotean mucho y leen muy poco; y sufren, además, las consecuencias psíquicas y físicas del durísimo y continuo empeñarse y despeñarse en el no perderse nada («Al hambre de clics de los medios se suman las ganas de comer de los lectores: siempre hay algo a lo que prestar atención. Se empieza por el picoteo de titulares y se acaba en el empacho informativo, alimentado por una amalgama de datos masivos, algoritmos, newsletters, feeds, likes, retuits»); llegar a todo, sin entender nada a fondo, una tensión ideológica, en palabras de Víctor Lapuente de El País, provocada por la exposición permanente y sin descanso a un  “vendaval de estímulos informativos” que nunca descansan porque los llevamos a todas partes en el bolsillo y que, además, no nos ponen en contacto con diferentes versiones de la realidad, sino que nos radicalizan cada vez más en nuestras convicciones tal y como mostró Pariser en su libro  El Filtro Burbuja que ya comentamos en este blog. Y nuestra radicalización es la de la sociedad.

No basta con captar el escasísimo bien de la atención del lector, sino que hay que mantenerla enganchada, por lo que los medios tradicionales ya no median entre la realidad y sus lectores, sino que obsesionados por ofrecerles lo que piden son estos con sus clics lo que gobiernan la orientación de la información.

«Internet nunca dice: vale, ya has tenido bastante; ahora, márchate», dice Nir Eyal, por lo que es imprescindible dominarlo personalmente: desinstalar Facebook  y Twitter del móvil pasándolos al ordenador que no va con nosotros, sino al que hay que acudir para su consulta, y obligarse a leer un periódico en papel al día. Volver a la calma del papel, de la columna, del artículo, del reportaje, del cruce de opiniones.

Del mismo modo que aumentan movimientos en contra de la comida rápida cada vez son más los que, como Dan Gillmor recomiendan un distanciamiento de la esclavitud de la última hora: «Llámenlo noticias lentas. Llámenlo pensamiento crítico. Llámenlo como quieran. Pero consideren practicarlo en su consumo de noticias y en su producción».

Interesantísima, por lo significativo del personaje, la crítica que recoge Meseguer de Hossein Derakshan, activista on line iraní para el que el internet que conoció antes de ingresar en prisión en 2008, no tiene nada que ver con el que se ha encontrado al salir de la cárcel seis años después. Fíjense en estas perlas:

«Facebook y Twitter habían reemplazado a los blogs y convertido Internet en una especie de televisión. Al igual que la tele, ahora Internet nos entretiene” haciéndonos creer que estamos bien informados.»

«Más que pensar, Internet nos hace sentir y nos reconforta más de lo que estimula nuestra autocrítica. […] El resultado es una proliferación de emociones, una radicalización de esas emociones y una sociedad fragmentada” gracias a la personalización de la información fabricada por los algoritmos»

«Deberíamos escribir y leer más (…), ver menos televisión y menos vídeos, y pasar menos tiempo en Facebook, Instagram y YouTube. Necesitamos que haya más textos que vídeos para seguir siendo animales racionales. (…) »

  «Si los algoritmos no nos ofrecen opiniones diferentes o contrarias, deberíamos buscarlas activamente. Podemos seguir a personas o páginas que no aparezcan en nuestras sugerencias. También podemos confundir sus algoritmos al darle un Me gusta a lo que nos disgusta, para disponer de un flujo de informaciones más diverso. »

«Debemos empezar a reaccionar a los contenidos con la mente y no con el corazón. Lo que necesitamos no son botones de Me gusta/No me gusta, sino opciones de Estoy de acuerdo/No estoy de acuerdo o Confío/Sospecho

Referencias:

Sobreexcitados por la actualidad, Juan Meseguer en Aceprensa (solo para suscriptores)