A mi padre
Vivo en un mundo en el que la palabra es acosada por la imagen hasta el punto de que cada vez es más difícil entender y entenderse en la atrofia de una capacidad verbal que ha convertido nuestra mirada — antesala del asombro que se hace palabra— en una mirada amordazada en la limitación de su propio exceso.
Vivo en un país en el que las Leyes Educativas en busca de la igualdad a costa de la excelencia, nos conducen hacia un analfabetismo funcional y un pensamiento débil en el que la palabra en vez de una herramienta de precisión, milagrosa en el difícil desafío de entender y entendernos, es apenas un tosco bastón en las manos de un ciego con el que vamos dando a diestro y siniestro y sin ton ni son.
En un país en el que, como dice Carlos Herrera, «cualquier cosa puede ser dicha como si las palabras no importaran…»; en el que «las palabras no matan, pero siembran la confusión y la mentira…».; en el que «cunde entre nosotros una guerra de palabras…» y en donde, en fin, «cada vez que nos asomamos al periódico, la radio o la televisión, nos da miedo encontrarnos con la diaria explosión cruenta y cainita de palabrería española» torticera, ofensiva y manipuladora.
Palabras innecesarias, superficiales, vacías. Ruido de palabras insensatas, triviales, que adormece y abotargan el espíritu.
Palabras injustas, mendaces, concienzudamente falsas, demagógicas, sofistas, que persiguen no nombrar la realidad, sino inventarla y sustituirla. Palabras que convierten en víctimas a los verdugos. Palabras que no contribuyen a iluminar sino a ofuscar conciencias.
Palabras de marketing que al nombrar corrompen lo que nombran convirtiéndolo en pura mercancía: valores, ideas, conceptos, ideales, se hacen realidades basura para el consumo del pensamiento rápido.
Vivimos malos tiempos para la palabra y para las palabras.
«Con qué santo temor deberíamos hablar!…» —dice Joan Maragall, el poeta y abuelo del honorable President— Y añade: «Porque la palabra es la maravilla mayor del mundo ya que en ella se abrazan y confunden toda la maravilla corporal y toda la maravilla espiritual de nuestra naturaleza. Parece —dice— que la tierra use de todas sus fuerzas en llegar a producir el hombre como a más alto sentido de sí misma; y que el hombre use toda la fuerza de su ser en producir la palabra».
¿Y que pasará cuando se reduzaca tanto nuestro vocabulario que no seamos capaces de relacionarnos?
Ya eso, Amanda, está pasando,
hacia ello estamos yendo
caminando despacito
cada día un poquito,
sólo “las otras” oyendo,
nuestras palabras no amando.
Cuando uno ya no se relaciona con los demás, antes lo ha hecho con sí. Palabras no faltan, sobran. Pero hay que elegir si vamos a decirlas nosotros o sólo nos las van a contar los demás. Lo primero es vida libre, lo segundo soledad.
¿Qué pasará? ya lo dices, Amanda: que no seremos capaces de relacionarnos. ¿Y si ahora fuera más importante preguntarnos qué debemos hacer para que eso no llegue a pasar? Y hacerlo.
José Luis.
Me gusta más así:
Ya eso, Amanda, está pasando,
hacia ello estamos yendo
sólo «las otras» queriendo,
nuestras palabras no amando.
Ahora ya, sí que sí. Y perdón.
Ya eso, Amanda, está pasando,
hacia ello vamos yendo
sólo las otras queriendo,
nuestras palabras no amando.