Decimocuarta y última entrega de la síntesis del libro de la socióloga de Harvard, Shoshana Zuboff. Cierre con reflexión sobre la privacidad y las relaciones humanas.
El 99’9% del texto que presentamos son palabras literales de la autora tal y como las escribe en su obra. Sin embargo, las hemos desplazado y reorganizado de acuerdo a nuestra comprensión del texto original sin señalar paginación alguna y con una serie de subrayados en negrita que igualmente son nuestros. No obstante, al final de cada entrada tenéis el enlace a la síntesis ordenada esta vez sí con las páginas y en el orden en el que Zuboff las presenta para que sea más fácil citarla.
Creo, por supuesto, que merece la pena acceder al original y pido perdón a la autora por el tejemaneje al que hemos sometido su texto, pero esperamos que esta síntesis que presentamos pueda servir de aperitivo para abrir el apetito de la obra completa.
Termina aquí este paseo inevitablemente superficial e insuficiente por las páginas de este estupendo trabajo. He seleccionado para su final esta breve, pero profunda reflexión sobre la necesidad de lo privado en lo individual y de la reconquista del hogar en lo social; ambos ámbitos seriamente heridos por la invasión de las tecnologías de la comunicación -ya desde la aparición de la televisión, como hemos subrayado muchas veces aquí- y, sobre todo, del capitalismo de la vigilancia a través de la red y de las redes:
Durante la mayor parte de la historia humana, las personas vivieron en enclaves reducidos y rodeadas normalmente de otros individuos muy parecidos a ellas mismas. Las comparaciones sociales que presentan una variación escasa tienen muchas menos probabilidades de entrañar un gran riesgo psicológico. La difusión de la televisión durante la segunda mitad del siglo XX incrementó espectacularmente la intensidad y la negatividad de la comparación social. Pero las redes sociales marcan la llegada de una nueva era en cuanto a la intensidad, la densidad y la generalización de los procesos de comparación social. El tsunami psicológico desatado por la experiencia con los medios sociales está considerado como algo sin precedentes. La incómoda, y en ocasiones devoradora sensación de que a tus iguales les va mejor que a ti, o saben algo que tú no sabes, o están en posesión de más y mejores cosas que tú.
Sartre con su frase de que «el infierno son los otros» no establecía la negatividad de la existencia de los demás, sino que reconocía que el equilibrio entre el yo y los otros jamás puede lograrse de un modo adecuado si los demás, los otros, están constantemente mirando. Necesitamos de una región entre bastidores a la que el yo de la persona se pueda retirar temporalmente para no atender a las demandas de la vida social. Un lugar en el que refugiarnos, en el que ser nosotros mismos, donde los secretos vitales pueden hacerse visibles, con un lenguaje de reciprocidad, familiaridad, intimidad y humor: el lugar de la privacidad. Un lugar en el que ya no tenemos que ser «simpáticos». Un lugar de tregua donde un yo real pueda incubarse y crecer. Y, sin el cual, la idea sartriana del infierno comienza a cobrar todo su sentido. En palabras de una alumna de la autora, «ya casi no queda lugar alguno en el que yo pueda ser mi verdadero yo. Incluso cuando camino sola y pienso que estoy entre bastidores, ocurre algo –aparece un anuncio en mi teléfono o alguien publica una foto– y me doy cuenta de que estoy en escena, y todo cambia».
El hogar es nuestra escuela de intimidad, allí donde aprendemos primero a ser humanos. Sus rincones y huecos contienen la dulzura de la soledad, el refugio, la estabilidad, la seguridad. Armarios, cómodas, cajones, cerraduras, llaves… satisfacen nuestra necesidad de misterio e independencia. Al ser humano le gusta retirarse a su rincón. Estar en casa y fuera. Casa y universo, refugio y mundo, dentro y fuera, concreto y abstracto, ser y no ser, esto y aquello, aquí y allí, estrecho y extenso, profundo e inmenso, privado y público, íntimo y distante, yo y otro…
Les digo a mis hijos o a los jóvenes: La palabra búsqueda no significa unas leves pulsaciones con los dedos para obtener respuestas preexistentes, sino un viaje existencial audaz; amigo es un misterio de carne y hueso que solo se puede hacer conectando con otra persona cara a cara y corazón con corazón y con mucho trabajo; reconocimiento facial es ese destello propio de la sensación de haber regresado a casa cuando vemos el rostro de nuestros seres queridos. No está bien que alguien se aproveche de nuestra necesidad de conexión, de empatía, de información para forzarnos a un “toma y daca” con nuestras propias vidas como mercancía. Depende de nosotros reavivar la sensación de indignación y pérdida ante lo que se nos ha quitado.
Cada generación debe afirmar su voluntad y su imaginación ante nuevas amenazas.
Referencias:
Síntesis completa de La Era del Capitalismo de la Vigilancia ordenada y paginada