Bueno, no creáis que he estado sólo de vacaciones. La traducción de este último vídeo de Sherry Turkel me ha tenido también ocupado. No es que diga muchas cosas nuevas –sigue en su gira de presentación de Alone Together- pero, como pedía José Luis, lo dice más largo.
Muchas gracias. Estoy encantada de estar aquí en la Universidad de Chicago donde pasé maravillosos años de mi vida, me alegro de volver a ver a viejos amigos, y estoy feliz de estar de nuevo en esta ciudad. Gracias, Estoy emocionada. Muy emocionada.
Hace 15 años escribí un libro llamado Life on the screen ( La vida en la pantalla) que me hizo salir en la portada de la revista Wired y me convirtió en algo así como en la niña bonita de un movimiento que era como el paradigma de la utopía ciberelectrónica.
Este año he escrito un libro llamado Alone Together , y no ha ocurrido ni por asomo lo mismo. No estoy en la portada de Wired, y sus editores que leyeron este libro pues …, bueno…, ni mucho menos lo mismo.
Lo que ha pasado es que Alone Together es una historia de advertencia que básicamente habla de conseguir que la tecnología no nos controle, sino que nosotros la controlemos a ella.
Voy a defender que en estos 15 años yo no he cambiado, sino que algo ha ocurrido que ha cambiado mi opinión sobre algunas cosas.
¿Qué cosas son las que han ocurrido que han cambiado mi opinión? Creo que el hecho de que alguien tan serio como yo, que no cambio de opinión fácilmente, sino que he tardado 15 años en hacerlo, no hay que tomarlo a la ligera. Cuando una persona como yo que lleva quince años estudiando la tecnología cambia de opinión, la pregunta adecuada que hay que hacerse no es « ¿qué le ha pasado a esta que antes amaba a la tecnología y ahora no?» –que es la actitud que tienen algunos críticos de “Alone Together”– sino la pregunta correcta sería: «¿cuáles son las cosas que han ocurrido que le han hecho cambiar de opinión?».
Voy a intentar explicarles esta tarde que deberíamos pararnos a reflexionar sobre algunos de los caminos que hemos elegido para usar la tecnología. No sobre que rechacemos la tecnología -yo amo también mis dispositivos-, sino sobre si deberíamos pensar que es posible que en algunos usos nos hayamos sobrepasado y sobre que quizá sea hora de hacer algunas correcciones.
A veces está bien decir dónde quieres llegar así que les diré dónde quiero acabar. Voy a terminar con mi frase favorita de Alone together que es “Sólo porque hemos madurado con Internet, nos creemos que Internet ha madurado con nosotros”. Y no es así. Todavía no es demasiado tarde para hacer correcciones. Y así es como me siento. Creo que hay una distorsión de la perspectiva que nos hace creer que estamos usando una tecnología muy madura cuando, en realidad, estamos usando una tecnología todavía muy infantil. Y nos toca a nosotros elegir su camino, moldearla y guiarla para que usemos la tecnología del modo más útil para convivir con ella, y elegir el modo en el que vivirán con ella nuestros hijos y nietos.
Lo que pasó hace quince años es que al observar internet, sentí un sentimiento tremendo de optimismo en gran medida porque soy psicóloga y veía que era un lugar estupendo para la experimentación sobre la identidad en aspectos del yo sobre los que era difícil experimentar en la realidad física.
Y todo esto todavía pasa, no es como si se hubiera evaporado; todavía hoy llamo a internet “el laboratorio de la identidad”. Pero lo que no había visto –y me gusta decir esto a mis estudiantes: “no me llaméis profeta”– lo que no había visto venir (porque no soy una especie de adivina y no leo ciencia ficción para elaborar mis ideas, sino que estudio lo que hay a mi alrededor), lo que no supe ver es la omnipresencia absoluta de la tecnología en el horizonte. No vi que tendríamos una tecnología tan avanzada en el bolsillo como la que ustedes acaban de apagar cortésmente para escucharme. Una tecnología que siempre, siempre está con nosotros.
Hace quince años estudiaba una tecnología que teníamos en el escritorio, con la que te sentabas ante la pantalla para usarla, intereactuabas con ella, la apagabas y te levantabas del escritorio, volvías a tu vida real, a tu vida física, regresabas a tu mesa. Experimentabas con tu identidad, apagabas el ordenador y volvías de nuevo a la vida real. Y lo que me parecía tan interesante era esta especie de fluir yendo y viniendo de la vida virtual a la física, ese modo de ida y vuelta de lo físico a lo virtual, de lo virtual a lo físico, y ayudar a la gente a usar lo que aprendían acerca de sus identidades y el papel de su identidad virtual para mejorar sus vidas en el mundo real. Y esto era lo que me fascinaba y esto era de lo que escribí.
Pero lo que no vi – y os lo repito: “no me llaméis profeta”– es lo que ocurriría con esta tecnología móvil, transportable, que está siempre y encima y siempre activa con nosotros y que acabaría posibilitando que pudiéramos abandonar nuestra vida física, nuestra realidad física a todas horas y que, incluso más que eso, no supe ver que nos gustaría hacerlo, que querríamos hacerlo.
Estamos en nuestro correo o en nuestros juegos, nuestros mundos virtuales, nuestras redes sociales todo el tiempo. Nos texteamos unos a otros en nuestras comidas familiares… Estudio familias y diría que… para los que no conocéis mi trabajo no soy una etnógrafa, soy una psicóloga clínica…, estudio familias en las que los padres textean durante el desayuno y la cena, en las que los niños están en los columpios y los padres siguen texteando en vez de prestarles atención; están leyendo Harry Potter a los niños con la mano derecha y con la izquierda mirando cosas en su Blackberry; los niños me cuentan historias de sus madres que al recogerlos en el colegio –son madres que van a recogerles, no es que no les importen- y en el coche de recogida, con otros niños, la madre está haciendo ese gesto que dice “un momento, un texto más, un correo más” mientras los niños se montan en el coche; los jóvenes, los chicos en particular, dicen que antes los padres veían los deportes el domingo con ellos y en los anuncios solían hablar, a lo mejor tenían algún periódico dominical y era un tiempo especial para fortalecer relaciones, pero ahora el padre se sienta a ver la tele en el sofá con el ordenador o el smartphone y manda textos y correos y estos jóvenes me dicen que echan de menos a sus padres; estos mismos jóvenes me hablan con una cierta nostalgia de una juventud que a los 18 años estaba sentada prestándose atención en lugar de hacer llamadas telefónicas; esto es algo que nunca han conocido, porque estos adolescentes han crecido en una cultura de la distracción y desde el momento en el que estos jóvenes se encontraron con la tecnología empezó la competición por la atención. Y ahora les toca a ellos estar distraídos.
Todos estamos compartiendo nuestra atención entre lo que nos rodea y lo que entra a nuestros dispositivos. Y cuando los perdemos … –no se si han experimentado esto…, no saber qué ha ocurrido con nuestro teléfono durante un minuto– pero mi experiencia es que la gente, cuando habla de esta experiencia, habla de pánico; llegan a volverse locos. Y no solo los jóvenes, sino también los adultos. Porque aquí la distancia entre generaciones se está cerrando y la gente se vuelve ansiosa e imposible si no encuentran sus teléfonos.
La tecnología móvil ha llegado a ser como el “miembro fantasma” para el que le han amputado un brazo; ha llegado a ser de tal modo una parte de nosotros que incluso existe el fenómeno de gente que cuenta…– y por eso es por lo que es tan exacta la metáfora del “miembro fantasma”– la gente cuenta que pueden sentir vibrar su teléfono incluso cuando no lo tienen físicamente presente en su cuerpo. Se llama a esto el “Fenómeno del Teléfono Fantasma”. Esto está muy documentado e incluso en recientes estudios –últimamente fue noticia en el New York Times– que muestran que la parte de nuestro cerebro asociada con el amor es la parte que se excita cuando miramos o hablamos de nuestros teléfonos. En mis estudios, ahora apoyados por escáneres PET, se puede ver la intensidad de la conexión con estos dispositivos.
Lo que nos lleva a un concepto que me gusta más que el de la adicción –del que les hablaré más tarde– es el de los Ofrecimientos y Vulnerabilidades.
La tecnología es seductora. Y lo que ella nos ofrece, se encuentra con nuestra fragilidad humana. Porque creo, como psicóloga clínica, que esta noción de fragilidad es consoladora y liberadora ya que explica mejor cómo hemos llegado a estar tan obsesionados con estos dispositivos. Hemos de encontrar una manera de ser compasivos y comprender qué ha pasado con nosotros para entender por qué no nos prestamos atención unos a otros, sino que damos la principal atención a nuestros dispositivos.
Yo soy una académica y muchos de mis amigos son académicos; salgo a comer con académicos todo el tiempo por razones profesionales o personales; nos sentamos con los móviles encendidos sobre la mesa y cuando pregunto por qué están encendidos estos móviles sobre la mesa mis colegas académicos dicen que es por si hay una emergencia… (pausa y sonrisa)… y yo digo “¿Una emergencia epistemológica?”. Los médicos, que solían ser llamados habitualmente al busca, no querían ser llamados todo el tiempo y en cambio ahora todos tenemos nuestros teléfonos encendidos sobre la mesa esperando ser interrumpidos, esperando interrumpirnos los unos a los otros, esperando ponernos unos a otros en pausa por una llamada de no se sabe quién…
¿Por qué somos tan vulnerables? –porque resulta que somos ciertamente muy vulnerables–. Primero de todo, una manera de responder es que somos solitarios, pero a la vez temerosos de la intimidad. Por eso los regalos y herramientas que estos nuevos dispositivos nos ofrecen son muy seductores. Así, por una lado, somos solitarios, pero, por otro, tememos la intimidad con nosotros mismos. Y esta constante conectividad nos ofrece la ilusión de la compañía sin las exigencias de la amistad, de la presencia…, la ilusión de la compañía sin las exigencias de la amistad… Nos ofrece que podamos obtener lo suficiente los unos de los otros si y solo si podemos tenernos los unos a los otros a distancia y en cantidades que podamos controlar.
Volveré a esta cuestión del control porque pienso que es muy, muy importante. La gente está agobiada y realmente quiere tener las cosas bajo control. Como en el cuento de Ricitos de Oro, la gente quiere que sus relaciones no sean ni demasiado cercanas ni demasiado lejanas, justo en su sitio. Y la conexión permite poner en juego la habilidad de esconderse los unos de los otros incluso si estamos constantemente conectados unos a otros. Dicho de otro modo más sencillo: preferimos textear a hablar.
Pero ¿qué pasa ahora que tenemos lo que decimos que queremos? ¿Qué ocurre ahora que tenemos lo que la tecnología hace fácil? La tecnología proporciona muchas recompensas, pero quizá sea hora de retroceder un poco y no tener miedo de preguntarnos qué nos está costando, porque no todos estos costes quizá sean costes necesarios. Vendría bien tomarnos un tiempo para entender bien la tecnología. Por ejemplo, durante mucho tiempo fuimos en coche antes de que tuviéramos cinturones de seguridad y otros muchos dispositivos de seguridad como, airbags y demás; y estuvimos mucho tiempo hasta que tuvimos etiquetas informativas en los alimentos que nos permitieran planificar hábitos alimenticios saludables. Y esa debería ser nuestra actitud hacia nuestra dieta digital.
Enseño en el MIT y una de las cosas que he aprendido al enseñar allí durante décadas es que la tecnología puede hacerte olvidar las cosas más elementales de la vida, puedes llegar a estar tan embelesado con ella que puedes llegar a olvidar lo básico. Si estás en medio de una conversación no deberías interrumpirla para coger una llamada de un extraño… y no estoy hablando de que tengas un hijo en el hospital y estás preocupada… No, no hablo de situaciones en las que todo el mundo entendería que fueras interrumpido. Me refiero a los hechos normales de cada día… Tu desayuno con tu hijo no es realmente un buen momento para enviar tus correos y, sin embargo, –lo sé porque he hecho el trabajo de campo adecuado– es algo que se está convirtiendo en práctica común en los hogares americanos… La tecnología nos hace olvidar las cosas más elementales.
Entonces, ¿cuáles son algunos de estos costes? –y creo que una de las cosas que debería ser destacada es la resistencia actual incluso a hablar acerca de los costes; es como si hubiera una niebla en la guerra, una niebla alrededor de la tecnología–. Por un lado tenemos una tecnología que nos permite distraernos de aquello que decimos que nos importa. Porque es habitual que nos quejemos de que estamos demasiado ocupados comunicándonos para poder pensar; demasiado ocupados comunicándonos para crear y, en una paradoja final, demasiado ocupados comunicándonos para conectar totalmente con la gente que nos preocupa. Es por eso que lo expreso diciendo que en continuo contacto estamos “Solos juntos” que es el título de mi libro Alone Together.
En segundo lugar, para otros, lo que tendríamos es una tecnología que hace fácil esconderse. Podemos comunicar cuando deseamos y podemos desconectar a voluntad. Hay todo un capítulo de Alone Together que se llama “Por favor no llamar, por favor no llamar” La gente no llama por teléfono. La gente huye de las llamadas telefónicas porque no quieren lo que ellos llaman el compromiso de un tiempo de conversación real. Y cuando les preguntaba qué había de malo en una llamada telefónica, decían cosas como “¿Podría realmente una persona querer hablar? Es que cabe la posibilidad de que siguiera y siguiera hablando…” Sí… “La idea de que pudiera ser así…. ¿quién sabe a dónde podría conducirnos esto…” Tengo el privilegio de tener estos miles de horas de transcripciones en las que se expresa una y otra vez lo mismo: “¡quién sabe dónde nos podría conducir esto!, ¡quién sabe cuánto tiempo querría hablar una persona!”… La gente se siente acorralada y con tan poco tiempo para una especie de comunicación incontrolada que quieren huir de ella, quieren esconderse, quieren comunicarse cuando deseen, desconectar a voluntad, quieren elegir no ver u oír a la persona con la que hablan y también vivir una vida de representación. On line, tu puedes proponer ser lo que quieras ser y de alguna manera preferimos textear que hablar.
Y esto sin atender a generaciones. Una chica de trece años me decía: “Odio el teléfono. Nunca he oído un mensaje de voz”. Y si tu tienes de 13 a 25 años dejar un mensaje de voz es impensable, tienes que textearlo. Ella me decía “Una conversación telefónica es casi siempre demasiado invasiva, demasiado larga, y es imposible decir adiós” Fundamental: ella se muestra realmente tensa ante el proceso de una llamada telefónica y de cómo desconectar, de cómo terminarla sin herir los sentimientos del otro o de cómo se sentirá el otro para desconectar sin herir los sentimientos de ella. No subestimemos esto: en todo este cruce de textos, vuestros hijos y nietos no están aprendiendo cómo tener una conversación telefónica, cómo tener una conversación. Una de las entrevistas más emotivas que hice y que apunto en Alone Together, solo una entre docenas y docenas de entrevistas, es la de un joven que me dijo: “Algún día, no ahora, pero algún día, pronto, me gustaría aprender cómo tener una conversación”.
Lo que quería decir con esto es que él sabía que no tenía las habilidades del contacto visual, de ese toma y daca de la negociación que está implícito en la conversación.
Otro joven de 16 años, Stan, también hablaba acerca de telefonear sólo cuando su madre le hacía llamar a algún pariente y de que prefería también textear a conversar. Me decía: “Cuando texteas, tienes más tiempo para pensar acerca de lo que escribes mientras que en el teléfono expones demasiado” Te expones demasiado… en otras palabras: tenemos este magnífico instrumento, la voz, y cuando usamos la voz, manifestamos si estamos cansados o no, aunque intentemos disimularlo, da igual, se notará… Como ahora que me expongo hablando ante ustedes. En el texteo, si estuviera texteando esta conferencia, podría componerme a mí misma, ocultarme de ustedes. Esto es lo que hacemos para relacionarnos unos con otros cuando estamos en Facebook, no estamos siendo nosotros mismos en Facebook, tú eres tú mismo, tu eres una composición de ti mismo, una representación de ti mismo. Una de las personas, una de las jóvenes que entrevisté, llamaba a su perfil de Facebook “mi avatar”, la composición de uno mismo para el consumo. No es que sea necesariamente una mala cosa, pero sí es siempre otra cosa que no eres tú.
No es un problema solo de adolescentes, no quiero presentar esto como si solo se refiriera a los adolescentes. En empresas, en el mundo académico, entre amigos,… la gente siempre admite que prefiere mandar algo con e-mail o texteando que hablar cara a cara. Algunos que dicen que viven su vida en su Blackberry expresan abiertamente que esquivan el compromiso del contacto real. Y les repito las frases que más aparecen en las transcripciones de mis entrevistas, miles y miles de horas de entrevistas, que cuentan que esquivan el compromiso del tiempo real de una llamada telefónica.
Aquí lo que estamos haciendo es usar la tecnología para limitar el contacto humano más o menos, para disminuir su naturaleza y sus límites. Esencialmente, la gente se siente confortada por el contacto con mucha gente de la que, a la vez, están aislados.
Voy a darles un ejemplo de un adulto por si piensan que estoy hablando mucho de adolescentes. Dan es un profesor de Derecho de cincuenta y tantos años y me explica que nunca interrumpe a sus colegas en el trabajo, no les llama, no pregunta por ellos y me dice: “Es posible que estén trabajando, es posible que estén haciendo algo, a lo mejor es mal momento para interrumpirles”. Así que le pregunto si este comportamiento en el trabajo es nuevo, y me contesta: “Pues claro. Antes quedábamos y era estupendo». Cuando haces trabajos de entrevistar, especialmente como el mío, con tanto entrenamiento psicoanalítico, gran parte de mi trabajo como entrevistadora es estar callada y diciendo mucho, “sí, sí, ajá…” o simplemente estar callada y dejar que hable el entrevistado y escuchar las contradicciones que hay en lo que está diciendo para que él reconozca a su vez sus propias contradicciones. Pues bien, cuando Dan era un colegial universitario, toda este buen ambiente alrededor del dispensador de agua ahora es interrupción y él dice: “Bueno, estarán más ocupados”. Pero luego se para y se corrige y me dice “No estoy siendo honesto; es también que yo no quiero hablar con la gente, yo no quiero ser interrumpido. Me gustaría, sería mejor, pero es más fácil ocuparme de la gente en mi Blackberry”.
Nos quedamos atrapados en un círculo vicioso que no está de acuerdo con nuestros planes. Imaginamos que el e-mail y el texto nos darán más control sobre nuestro tiempo y expresión emocional, pero mandamos muchos y nos devuelven muchos más. Tantos nos devuelven que incluso la idea de comunicar con algo que no sea texto e e-mails nos parece tan ardua que incluso nos parece imposible. Entretanto, subimos el volumen y la velocidad de la comunicación y llegamos a estar sobrepasados en todas las generaciones. Y una vez que cambiamos de situaciones individuales a situaciones profesionales, los detalles cambian, pero la idea es la misma. Medimos nuestro éxito por las llamadas hechas y los correos contestados y el número de contactos que tenemos.
Y aquí nos enfrentamos a otra paradoja porque insistimos en que nuestro mundo se va volviendo más y más complicado, pero hemos creado una cultura de la comunicación que ha disminuido el tiempo disponible para sentarnos y pensar sin interrupciones. Y nos comunicamos unos con otros de maneras que demandan respuestas casi instantáneas. No dejamos espacios para resolver problemas complicados. Dicho de otro modo: cuando te llegan tantos correos, o mensajes empiezas a poner mucha concentración en recibir respuestas instantáneas. Y así, haces preguntas que provoquen respuestas instantáneas. Haces preguntas más simples para poder obtener respuestas más simples. Es como si nos pusiéramos todos ante la telebasura. Y esto no funciona en un mundo que realmente se está haciendo más y más complicado. No es una buena situación. Esencialmente, abandonamos la complejidad de la conversación por la simplicidad de la conexión.
Sí, es verdad que salí en The Colbert Report y Steven Colbert, que es un hombre brillante, bromeó conmigo acerca de que las conexiones aprenden unas de otras y de que lo que él llamó pequeños tragos, pequeños tweets, se juntan para formar globalmente una conversación. Los llamó pequeños sorbos que se juntan formando lo mismo que una conversación. Pero no es así. Porque algunos tipos de comunicación necesitan este dar y tomar de la conversación, para poder entender y ser entendido. Algunos tipos de comunicación necesitan el modo largo. Y eso no es nostalgia, no es mirar atrás a los viejos tiempos. Es respetar la complejidad de la gente, respetar la complejidad de las emociones humanas y lo que hace falta que nos digamos unos a otros, lo que necesitamos decirnos unos a otros para comunicarnos de verdad. Siempre me acuerdo de ese chico al que quizás algún día, alguna vez, aunque no sea hoy, pero sí alguna vez, le encantaría aprender cómo tener una conversación. Y admitir eso de manera tan abierta es enternecedor porque la conversación no te deja esconderte, la conversación te exige que te reveles a ti mismo y vivimos en una cultura de la comunicación que huyendo del peso del compromiso genera una carga cada vez más y más pesada: representarse a uno mismo más que ser uno mismo.
La tecnología es el arquitecto de nuestras intimidades. Wiston Churchill dijo una vez que construimos nuestros edificios y nuestros edificios, a la vez, nos construyen; construimos nuestras tecnologías y nuestras tecnologías nos moldean. Y yo me tomo esto muy en serio. La tecnología está cambiando cosas esenciales acerca de cómo experimentamos el yo.
Si estás siempre conectado, crecerás con la fantasía de que nunca tendrás que estar acompañado y así desarrollarás una nueva clase de sensibilidad: comparto luego existo. Y en esta manera de experimentar ideas y sentimientos las cosas cambian de manera sutil. Intenten seguirme aquí: pasamos del “Tengo un sentimiento, quiero hacer una llamada” al “Quiero tener un sentimiento, necesito enviar un mensaje”. En esta manera de pensar, la tecnología no causa pero sí fomenta la sensibilidad de que la validación de nuestros sentimientos llegue a ser parte de ella.
Nuestra lista de contactos se ha convertido en una lista de repuestos para el mantenimiento del yo, pero cuando utilizamos a la gente de esta manera –quiero tener un sentimiento, necesito textearlo a alguien–, cuando utilizamos a la gente de esta manera, los reducimos al usarlos como objetos par nuestros propósitos.
Aceptamos cualquier significado, cualquier sentido que necesitemos para sentir afecto. No es el camino de la relación, es el camino de algo, pero no el camino de la mutua relación.
Uno de mis grandes maestros habló acerca de un movimiento de lo que él llamó “Células internas directas a otras células directas”. Y en la tradición psicoanalítica la gente ha hablado de usar a la gente como objetos para mantener un yo frágil. Pero ninguna tradición sociológica o psicoanalítica ha hablado de usar a la gente como piezas, como trozos para sostener el yo. No es bueno para las relaciones mutuas, no es bueno para la innovación, no es bueno para la colaboración…
Para todo esto es precisa una especie de confianza en tu capacidad de independencia y en este uso de la gente para sentirlo todo, en esta cultura de siempre conectados a los demás y a los media, lo que no está siendo cultivado es la habilidad de estar solo y recogido en uno mismo.
Soy muy afortunada de vivir en Massachusetts. Paso mucho tiempo del verano en una casa de campo en Cape Cod y cada mañana tengo el privilegio de pasear por las dunas por las que he paseado durante décadas. Y la gente solía pasear por las dunas mirando el paisaje, mirando el agua …. (ya saben por donde voy…, es como un experimento natural para los sociólogos de la audiencia), mirando el agua, mirando el cielo, mirando la arena, con la cabeza levantada. Ahora pasean con el dispositivo en sus manos y en su oreja o pasean con la cabeza baja, tecleando muy ocupados… y cuando los padres pasean con los hijos y quizás esto es lo más doloroso, es muy frecuente que cada uno tenga su propio dispositivo. Y cuando los adultos pasean con otros adultos –y quizá esto sea menos doloroso pero igual de conmovedor para una romántica como yo– lo hacen en parejas y también con sus dispositivos.
Hay una verdad psicológica: si no enseñamos a nuestros hijos a estar solos, sólo aprenderán cómo estar aislados; adquiriendo el hábito de la conexión constante, corremos el riesgo de perder nuestra capacidad para cierta clase de soledad que nos refresque y nos restaure.
Permítanme compartir algunos pensamientos finales antes de abrir el turno de preguntas. Primero quiero decir solo una palabra acerca del concepto de la adicción y luego quiero decir algo acerca del momento en el que estamos.
Primero sobre el concepto de adicción que es muy habitual utilizarlo cuando hablamos de tecnología para acabar resumiendo que somos adictos, cómo deshabituarnos y cómo podemos tener centros de atención para los adictos a los ordenadores. A la gente le gusta mucho esa pequeña luz roja en sus Blackberries que les dice que un mensaje está esperando, no hay duda. Pregunto a la gente por qué y me dicen que se imaginan sus dispositivos como un lugar en el que encontrar esperanza en la vida, un lugar en el que algo nuevo vendrá, un lugar en el que la soledad será derrotada. Me recuerdan a Jane Austen, ya saben: antes escuchaban el sonido del carruaje porque eso indicaba que llegaba Mr. Bingley; la invitación a la fiesta vendría de ese carruaje, en él venía el correo, en él venían las buenas noticias… Yo he sido invitada aquí por un mensaje de e-mail que es por donde vienen ahora las buenas noticias… Ahora entendemos que esa pequeña luz indica que alguien te quiere y esto es algo muy seductor.
Pero mal podemos emplear el concepto de adicción para describir la relación con nuestros dispositivos porque da igual cómo de libres seamos ante nuestros dispositivos, la adicción siempre nos obliga a poner todos nuestros esfuerzos para encontrar una solución radical. ¿Qué haces si eres adicto? Te libras de la sustancia. Nos obliga esforzarnos al máximo para encontrar la única solución: librarnos de ellos; la solución que no vamos a poner en práctica. Para solucionar la adicción tenemos que librarnos de la sustancia y no nos vamos a librar de internet, no nos vamos a librar de las redes sociales, no vamos a librarnos de todos los dispositivos que tenemos, no vamos a prohibir los teléfonos móviles a nuestros hijos. Estas tecnologías nos acompañan en la aventura humana queramos o no. El concepto de adicción con una sola solución que sabemos que no vamos a poner en práctica nos hace sentir sin esperanza y pasivos.
Por este tema es por el que empecé mi discurso. Hemos producido un coste que no queremos pagar. Después estaremos preparados para reparar, seguir hacia delante y reparar otra vez. Tenemos un problema no por los inventos sino porque a veces nos permitimos pensar que los inventos nos lo solucionarán todo, que las redes sociales solucionarán todo, que jugar a videojuegos nos lo solucionará todo.
Esta es nuestra vulnerabilidad a dos simples nociones acerca de la dosis de tecnología. Y cuando consideramos todo esto no encontraremos una solución sencilla o una respuesta fácil, pero no podemos asumir que la vida que la tecnología nos hace tan fácil es como queremos vivir. Es un dato psicoanalítico de dar pasos hacia delante, de reparar… es una sensibilidad que es alérgica al concepto de la simple dosis.
Esto me lleva a la segunda idea que quería presentarless que se refiere a que este es el momento oportuno. Cada tecnología nos da la oportunidad de preguntarnos “¿Nos sirve para nuestros propósitos humanos?” Y esta es una pregunta que nos permite reflexionar sobre cuáles son estos propósitos.
Por eso, como dije al principio, mi frase favorita de Alone Together es “precisamente porque hemos crecido con Internet hemos asumido que Internet ha madurado con nosotros”. Tendemos a pensar que tenemos ahora la tecnología en su madurez, de manera que la manera en la que vivimos con ella ahora es en la que amos a vivir con ella en el futuro. No es así: Internet está en sus primeros comienzos. Es el momento de hacer las correcciones necesarias. Y creo que juntos podemos tomar distancia y hacerlas. Muchas gracias.
(aplausos)
Preguntas:
–¿Hay alguna evidencia empírica de que la dieta digital como cultura de la distracción incida en la capacidad para imaginar de los jóvenes o en su capacidad para resolver problemas?
– Bueno, lo que es una gran evidencia es que nosotros animamos a los jóvenes y los educadores animan a los jóvenes a la multitarea. Desde hace unos cuántos años los educadores se han subido al carro de la moda de la multitarea hasta el punto de decir que en el futuro los profesores aprenderían de sus alumnos porque estaba muy claro que los jóvenes nativos digitales sabían afrontar mejor la multitarea que los inmigrantes. Resulta que la gente que realmente no tiene un cerebro acostumbrado a la multitarea…, cada vez que le añades una tarea, hay una descarga de dopamina, su cerebro le recompensa por añadir una tarea y se siente cada vez más satisfecha de cómo lo está haciendo, incluso aunque su trabajo se degrade con cada tarea que añade. Lo que esto significa es que cuando preguntas a la gente que es multitarea cómo están haciendo su trabajo, te contestarán que lo están haciendo fenomenal y cuando añaden una tarea más, todavía mejor y todavía mejor con otra más… mientras su actuación se desliza hacia la letrina. Por eso, mientras estemos elevando la multitarea a una especie de talento o habilidad y, en el futuro, todo el mundo sea multitarea on line, tendremos una especie de entrenamiento general en bajar nuestra productividad con una sensación de estar haciéndolo excelentemente. Y mi predicción es que las escuelas del futuro acabarán enseñando sobre todo la unitarea.
Esto es lo que estamos perdiendo. Lo que la cultura no está reforzando y no nos está enseñando es cómo tener una conversación. Mi trabajo y mi investigación se centran ahora en la cuestión de la conversación. Porque creo realmente en este movimiento desde la conversación a la conexión como algo que está sucediendo en nuestra cultura y que es un problema serio. Creo que necesitamos reaprender a enfocar un problema cada vez. Y nuestros hijos necesitan también aprender eso.
– Estoy de acuerdo con muchas de las cosas que ha dicho, pero siento que eso nos hace aparecer como unas nostálgicas románticas del pasado. Lo que me pregunto es cómo evitar plantear preguntas acerca de la tecnología, cómo saber qué clase de cambio es bueno y qué clase de cambio es malo para las nuevas y más jóvenes generaciones y cómo se están desarrollando estas en estas nuevas circunstancias caóticas que eran quizá previamente desconocidas para ti.
– Es una excelente pregunta. La pregunta es cómo hablar como he hecho yo desde el principio con la hipótesis de que la tecnología es la arquitecta de nuestra intimidad y que cada tecnología ha cambiado nuestro yo, y cómo esa premisa es socavada por la imagen de una especie de mirada al pasado como pensando que en él todo fue mejor.
Supongo que diría que lo que me fundamenta son las nociones de presencia y atención entre unos y otros como un valor para el desarrollo del niño y para el desarrollo de las relaciones humanas. También creo que esta habilidad para distinguir entre «soledad» y «sentirse solo» es muy importante. La gente me habla de que cuando tienen su IPhone, el problema de la soledad está resuelto… Creo que estamos casi perdiendo la distinción en nuestra lengua entre estar solo, soledad y sentirse solo [being alone, solitude and loneliness, en el original] y creo que estas distinciones son… ciertamente en la tradición psicológica con la que yo trabajo, unas diferencias fundamentales que tienen mucho que ver con el desarrollo humano y que trascienden las diferencias locales. Es decir, no estoy mirando atrás hacia una época dorada en la que pasear por el campo, etc… sino de no ser capaces de estar solos sin agarrar y sentir en las manos algo que nos hace sentir mejor. Pienso que es algo que para mí, levanta una bandera roja. Pero sin duda es algo que está abierto a debate. Y esto es lo que he estado viendo en adolescentes, esta incapacidad.
– Hace diez años tuve la fortuna de viajar a Tokyo con nuestros hijos, y había niños por todas partes con sus móviles. Usted ha estado hablando de EEUU, pero ¿Qué está pasando globalmente respecto de esta tendencia respecto de lo que ocurría hace diez años en cuanto a este fenómeno de la falta de comunicación que parece estar creciendo?
– Este es un fenómeno global. Mi estudio es un estudio de los EEUU, pero es un fenómeno global. Mis datos son de EEUU, un estudio americano porque conozco la psicología respecto de cómo se desarrollan aquí las cosas. Trato de plasmar lo que ocurre en una cultura que conozco bien. Pero no me engaño a mí misma: sé que toma diferentes aspectos y formas en otros lugares y también en otras culturas que tienen otras formas distintas de pensar en cuanto a lo establecido. La mitad de mi libro trata de los robots sociales, de que hay robots que te dicen “te quiero” y cómo se siente la gente ante los robots que simulan ser compañeros humanos, y ni siquiera les he hablado acerca de lo preocupada que estoy por esto. Tengo problemas que ni siquiera he mencionado.
En Japón, los robots están entrando en las residencias y en los objetos diseñados para los mayores. Estoy preocupada. Imaginen una mujer mayor hablando sobre la muerte de su marido o de su hijo y a un robot que dice que la entiende; esta mujer está intentando hablar del sentido de la vida a una máquina que no puede entenderla. Y hay gente que no tiene ningún problema con esto y en mi libro intento que a la gente realmente le preocupe. Sin embargo, mucha gente que lo ha leído afirma seguir sin tener ningún problema.
Esto no es ciencia ficción sino problemas que ya se están acercando. En Japón ya ocurre y los japoneses no tienen ningún problema con esto. Usted me preguntaba sobre las diferentes culturas, pues bien, ellos ya lo han asumido, pero yo estoy muy preocupada de cómo se presentará esto en el mercado americano. Aceptamos demasiado rápido las sustituciones; quiero decir, hay un motivo por el que el subtítulo de mi libro es “por qué esperamos más de la tecnología y menos los unos de los otros”. Estamos muy decepcionados con los demás y creemos que la tecnología es como llamar a la caballería que nos solucionará la vida.
– Estoy de acuerdo con su visión de los aspectos negativos de la tecnología y de los nuevos sistemas móviles y creo que es muy importante reflexionar desde esa perspectiva a la hora de diseñar nuevos sistemas para el futuro. Pero ¿podría remarcar también algo positivo de todos los datos que ha estudiado?
– Desde luego. Esto me recuerda a que siempre que hablo de estos temas, alguien levanta la mano y pregunta por la Primavera Árabe y mi respuesta siempre es que las redes sociales son muy buenas para derrocar dictaduras y organizar movimientos sociales…, pero no para estar mandando mensajes en los funerales o mientras se da de mamar -que es algo que estoy estudiando ahora-. Muchas cosas son buenas. Fui a una reunión de exalumnos –yo estudié en Harvard y allí se hacen reuniones desde siempre- pero mi clase de quinto grado del instituto nunca se había reunido hasta que apareció Facebook: nada tengo que decir acerca de las bondades que nos ha traído la tecnología en la político, en lo social…, pero sí tengo cosas malas que decir acerca de la privacidad…: no se trata de hablar para encontrar un equilibrio equidistante. Tenemos que quedarnos con lo bueno, pero no tenemos que temer hablar sobre lo que no queremos. Tenemos que ser capaces conducir el coche, pero asumimos la necesidad de los airbags y los cinturones de seguridad; queremos comer sin tener que utilizar alimentos altamente azucarados… La analogía con la comida es muy buena porque a los americanos les costó mucho darse cuenta de que la tecnología alimentaria era algo sobre lo que podíamos tener algo de control para consumirla adecuadamente.
Mi postura es que hay un mundo de beneficios y ventajas en la comunicación, para hacer el mundo más pequeño, para la posibilidad de organizarse y movilizarse. Crecí en París cuando para mandar una carta tenías que llamar al cartero, este se la llevaba, la depositaba en un buzón, donde una tubería neumática la trasladaba a su departamento, etc…. Y crecí para ver… Internet y la instantaneidad del e-mail, sin embargo, no me gustó nada que Mark Zuckerberg dijera que la privacidad es un tema poco importante en el discurso público y no voy a callar la boca sólo porque ya no exista el tubo neumático traslada cartas…
-¿cuál fue su reacción ante la muerte de Steve Jobs?
-Sí. Antes, entre bastidores, hemos hablado de ello. Creo que la reacción a la muerte de Steve Jobs nos dice lo profundamente que la gente está afectada por la tecnología que él creó, porque independientemente de que uses o no un IPhone, el hecho de llevarlo siempre encima, siempre encendido, el hecho de que sea donde escuchas la música, donde miras las fotos, el hecho de que lo lleves siempre a todas partes, de que veas películas en él… Lo relevante no es la persona de Steve Jobs, sino cómo su visión ha capturado a la gente. Porque mientras otros decían “¡Oh, ordenadores! ¡Pongamos una gran caja beige en tu escritorio!”, él dijo: “Vamos a crear una cosa tan atractiva que la quieras llevar siempre contigo, en tu cuerpo, en lo más profundo de tu intimidad. Vamos a hacer de los ordenadores algo que la gente personalice hasta el extremo de hacerlos parte de sí mismos”.
Pienso que el hecho de que vivamos de esa manera, de que tengamos esa experiencia, ha hecho que nos tomemos su muerte como algo personal y creo que eso es porque estamos viviendo lo que él imaginó.
[Traducción: Lucas Samanes Arnett / Pepe Boza]
Me ha interesado mucho éste texto aunque tengo que leerlo con calma. Espero que nos des unos días de tiempo para hacerlo antes de escribir el siguiente post. No confíes demasiado en la capacidad de tus lectores…! Ni en su tiempo libre!
Me ha gustado especialmente cuando habla del atractivo que tiene el sonido del mensaje que nos llega. En efecto leer un mensaje es como tomar una pequeña dosis de calmante que produce una breve satisfacción. Con la ventaja de que uno no tiene que aportar nada para sentirla. ¿Se puede pedir más? ¿Se puede pedir menos?
Bueno, Amanda: no podrás quejarte de tiempo de lectura. Ha sido un lapso largo. De todos modos, para hacértelo más fácil publico hoy un resumen de lo más significativo de la exposiciónn de Sherry.
Abrazos.