Si uno teclea este nuevo anglicismo en Google, se encontrará con más de trece mil resultados, cifra que indica lo nuevo del fenómeno y a la vez su extensión.
La nueva “travesura” tecnológica consiste en utilizar el móvil para hacerse fotos desnudos o semidesnudos y enviarlas después a los amigos.

La cosa tiene el agravante nada desdeñable de lo que comentábamos precisamente ayer: una vez se hace pública una imagen, la Nube se encarga de extenderla sin control.

Las estadísticas señalan que en EEUU –siempre precursor- hasta un 20% de los jóvenes entre 13 y 20 años lo han hecho alguna vez y las cifras siguen aumentando.

De nuevo se produce un vacío legal en la vorágine del cambio tecnológico que coge a la sociedad y sus instituciones con el paso cambiado: ¿se trata de pornografía infantil? ¿Quién es el responsable de su distribución por la Red? ¿El que hace el envío, obviamente consentido, tiene responsabilidad penal? ¿La tiene el que recibe y reenvía?

Independientemente de su posible  o imposible regulación, lo que parece claro es algo estamos haciendo mal respecto a la vivencia de la sexualidad adolescente.

Es claro que en una etapa en la que el narcisismo es un ingrediente normal en el ámbito emocional y afectivo, el chaval busque modos de exponerse impúdicamente al mundo, incluso como una expresión más de la rebeldía exhibicionista que caracteriza a esta etapa de la existencia.

Sin embargo, es obvio también que el medioambiente simbólico está cargado de un erotismo en el que el cuerpo y sobre todo su imagen–ya lo hemos comentado aquí a menudo- tiene una relevancia desmedida; que el publicarse ha desdibujado completamente los límites de la intimidad y el pudor que la protege; que el cine y, sobre todo la penetrante televisión a través de sus series, transmiten una visión ramplona, superficial y lo que es peor, falsa de las relaciones humanas; que el imaginario de la cosmética y la moda con ayuda de Photoshop, inventan modelos imposibles; que el modelo de educación ¿afectivo?-sexual basado casi exclusivamente en la prevención de las ETS y el embarazo ni se ajusta a la realidad del adolescente, ni funciona (o no funciona porque no se ajusta a la realidad); que, en fin, la tribu mediática que se encarga hoy de manera casi hegemónica de la educación, está deseducando.

Nunca ha sido fácil, pero hoy es casi imposible atravesar la pubertad –el encuentro con el nacimiento de la fertilidad humana- y la adolescencia –el encaje psicológico y espiritual de esa capacidad procreadora y relacional- salvando mínimamente los ingredientes básicos de la interioridad personal que les dan sentido.

Y que nadie me diga, por favor, lo de «eran otros tiempos». Acabo de tener la riquísima experiencia de encontrarme con 240 chicos y chicas de 1º a 4º de ESO, es decir, de 12 a 16 años, que, cuando les presentas la riqueza de la verdad del cuerpo y del corazón humanos, responden con el agradecimiento infinito del sediento que acaba de atravesar un desierto yermo con el corazón seco y recibe una jarra de frescos y realistas ideales.

En cualquier caso, lo que sí está claro, como casi siempre, es que el sexting  de los sixteen no es un producto de la tecnología, sino de la educación… de la tribu.