Si uno rastrea en el bazar mediático en busca de lo que se supone que es hoy el ser mujer, en el bosque multicolor de las portadas llenas de rostros perfectos y maquillajes exóticos, sobre el papel cuché de sus páginas, entre cosméticos, ropa interior y artículos de fondo de conocidas periodistas, o en la agitación verbal de las tertulias televisivas o radiofónicas, se dibuja un modelo que, según parece y a tenor de lo que vende, tiene hoy cierto predicamento. Se trata de un estereotipo de feminismo postmoderno brillantemente representado por Bridget Jones, el paranoico personaje de Helen Fielding, o por las dinámicas y artificiales féminas de plástico y seda de, por ejemplo, Sexo en Nueva York. Ligeras; frívolas; rondando o superando ampliamente la treintena, es decir maduras, pero jóvenes y por supuesto atractivas; secretarias de alto standing; ejecutivas; expertas en algo; periodistas; relacionadas con el arte …; y, sobre todo, y por supuesto, imprescindiblemente solteras o divorciadas sin hijos.

Como los hombres estereotipados con los que juegan a relacionarse, son el modelo de la emancipación y la independencia, pero también de la frustración y la soledad que llevan aparejadas y que les añaden un cierto toque de fragilidad. Sí. Ya son todos iguales. De aquel primer rechazo al hombre como machista tratante de blancas, hemos pasado a un modelo de mujer que asume lo peor de la caricatura que critica: soltería empedernida, sexo seguro -es decir, alejado de cualquier planteamiento familiar, social, o comprometido-, tabaco, salidas nocturnas, alcohol, tacos y conversaciones que sólo giran alrededor del acoplamiento y sus aledaños.

Si aquellas feministas primeras que se jugaron el tipo para romper moldes contemplaran el resultado actual de sus desvelos, no sé si se sentirían muy a gusto al ver el daño colateral de una liberación que cae en la esclavitud que combatía. Sí. Ya son aquello que odiaban: inmaduras e irresponsables; es decir, ya son hombres. O, al menos, los hombres que querían ser. Y ¿ahora? Supongo que, tras apurar las posibilidades de la cosmética, el gimnasio y la cirugía, a envejecer frente a sus contrarios en el juego amoroso y a rememorar con ellos los viejos tiempos en asilos a cargo de la Seguridad Social, que para eso han cotizado como el que más.

Menos mal que son personajes y no personas. Porque, si fueran reales y numerosas, a juzgar por la cantidad de familia creadora de riqueza que generan, no habría al final nadie para cotizar. Ni nadie para contarlo.

Disfruten del entretenimiento audiovisual, no lo consuman o serán consumidos por él.