El medioambiente simbólico está cargado de grandes conceptos expresados por palabras aún más grandes como EDUCACIÓN, que provocan intensas controversias, pugnas ideológicas, decisiones trascendentales en busca de soluciones urgentes a los graves problemas que se detectan en el Colegio, en la familia, en las relaciones familiares.
Los medios de comunicación amplifican los hechos convirtiéndolos en sucesos escandalosos que ocupan la agenda informativa de manera recurrente con la amenaza de peligros tremendos encerrados en palabras terribles: violencia, acoso, bulimia, anorexia, drogas…Gobiernos, Instituciones, ONGs, realizan sesudos estudios sociológicos, programas, planificaciones y campañas.
Sin embargo, en esa selva de enormes árboles, no sólo perdemos de vista el bosque, sino que —y esto es aún más importante— se nos escapa la presencia y el valor de lo pequeño, de lo cotidiano, de lo ritual que es, sin duda lo que constituye el gran tejido educativo de millones de seres a lo largo de cada día.
Acabo de leer una reseña de un libro de la norteamericana Miriam Wainstein que, basándose en los datos de un estudio del Centro Nacional sobre Adicciones y Drogas de la Universidad de Columbia afirma que lo más característico en los hábitos cotidianos entre los chicos y chicas que NO presentan problemas de conductas destructivas o antisociales, no son cosas como las buenas notas, las actividades extraescolares, el deporte o el poder adquisitivo, o incluso las prácticas religiosas sino, sorprendentemente, el comer en familia.
El ritual de la comida familiar; el encuentro breve, pero repetido de modo cotidiano; la comunicación no demasiado profunda, pero continuada; las típicas exhortaciones paternas de «ponte bien», «cómetelo todo»; «no hables con la boca llena»...; el «pásame los guisantes», o el «toma la sal»; sus prolegómenos o sus finales: poner y quitar la mesa, fregar o poner el friegaplatos; la sensación de descanso y de reparación de fuerzas, de seguridad y de ambiente familiar…
Como dice Weinstein, «los investigadores descubren que nuestros más significativos recuerdos de la infancia no son grandes acontecimientos,… sino más bien el cariño mutuo, el compartir, el pasar el tiempo juntos».
Una comida o cena familiar al día, sin televisión, sin móviles, sin más interferencias que nosotros mismos. A grandes males, pequeños, insignificantes y milagrosos remedios. Y sin gastar un duro.
Vean televisión, no la consuman, o serán consumidos por ella.