Al contrario del Manolo García de ayer, Scarlet Johansson, como la mayor parte de los actores cinematográficos, es un claro ejemplo de imagen en la que se desdibuja dónde acaba el personaje y dónde empieza la persona. Los personajes interpretados se apoderan en la mente de los espectadores de toda la persona y esta desaparece totalmente tras ellos. Los hay que no explotan este fenómeno vendiéndose a sí mismos vendiendo relojes, café, perfume o ni siquiera vendiendo solidaridad a través de Unicef o cualquier otra ONG. Los hay que sí. Y luego se quejan:
«—¿alguna vez se ha sentido enjaulada y con todo el mundo mirándola?
—Pues sí. A veces creo que vivo en un zoo. La fama ha hecho que muchas veces mi vida sea como un espectáculo de «freaks». He necesitado adaptarme a esta situación y, aunque todavía no lo he conseguido del todo, estoy segura de que llegaré a acostumbrarme. La mayoría de las personas no aprecian el hecho de ser anónimas y, una vez que pierdes ese estado lo anhelas profundamente. Con la popularidad llegas a un nuevo territorio al que hay que adaptarse por fuerza.
—¿Le ha merecido la pena sacrificar ese anonimato soñado?
—Por supuesto. A pesar de todo, rotundamente sí. Yo me siento increíblemente afortunada de poder trabajar en lo que me gusta. La fama es un bono añadido que se ha convertido en un dolor de trasero, pero conozco muchos actores que no pueden conseguir un trabajo ni para hacer un anuncio y su queja es aún peor. Es difícil encontrar el equilibrio, pero todavía es más ridículo quejarse del éxito.
—¿Y cuando ocurren cosas como el robo de sus fotos íntimas?
—En ese caso, definitivamente, llega el momento de poner límites. Es una invasión de privacidad grave. Estamos viviendo en una época de obsesión por los famosos que ha llegado a un punto de hervor insoportable. Todos debemos cambiar y ajustarnos a la información que tenemos. Al menos, estoy aprendiendo mucho con todo lo que me ha ocurrido y voy a tomar medidas para que no vuelva a pasar».
Y yo que no le encuentro el quid a esta chica… Aunque si Woody Allen la ha elegido algo debe tener, sin duda.
Me parece sincera al decir que sería ridículo quejarse del éxito, más aún cuando muestra saber perfectamente que ha perdido su anonimato.
José Luis
Es sorpendente, no me digan que no: las estrellas del espectáculo, especialmente las del cine, acostumbran a tener retratada su intimidad. Luego, por lo visto, algunas protegen esas fotos del robo de los ladrones con mayor convicción y eficacia que otras. No obstante, si hay robo, suelen coincidir en que ése es «el momento de poner límites»; es decir: de poner demandas millonarias.
«Al menos, estoy aprendiendo mucho con todo lo que me ha ocurrido y voy a tomar medidas para que no vuelva a pasar». ¿qué les decía?: va a poner un pedazo de demanda.
José Luis
Ya sabes que me apasiona -hemos hablado de ello- el tema del oficio de actor cinematográfico, de la creación de imagen, de su comercialización… Creo que es uno de los campos a reflexionar para sintetizarlo después en esquemas simples que ayuden al consumidor a enfrentarse con convivencia inconsciente con los mitos simbólicos. Estas dos últimas entradas son dos ejemplos de dos formas de ver el oficio y la privacidad. Manolo García lo tiene claro, Scarlett yo creo que no.