¿La propia imagen es separable, objetivable, convertible en objeto y por tanto, susceptible de comerciar con ella… o, al ser inseparable de la realidad que la origina —la persona­—, el comercio se hace en realidad con el original y no con su copia resultando así una clase de prostitución del propio yo? Decíamos ayer.
 
 
No es una pregunta banal, sino que tras ella se esconde una previa y básica de cuya respuesta depende la propia noción de la naturaleza humana y de la dignidad que lleva consigo: ¿somos cuerpo o tenemos cuerpo? Si el cuerpo es sólo una parte de nosotros como lo es la ropa con la que lo cubrimos, podemos desprendernos de él y hacer lo que queramos; si somos nuestro cuerpo, lo inseparable hará que todo lo que perturbe al cuerpo afecte también  a toda la persona.
 
 
Desde el otro punto de vista, el de nuestros ojos, la cuestión es si nuestra mirada es sólo un acto de consumo de imágenes ajenas a la persona o lo que hacemos es consumir en realidad a las personas mismas en sus imágenes. Nada tiene que ver la mirada cuando lo que mira es un objeto fotografiado, con la mirada que mira la fotografía de una persona. La presencia humana en una imagen cambia radicalmente la sensación, el sentimiento, la turbación, del que mira. Esto ocurre con toda representación —dibujo, pintura, escultura…— pero a medida que el grado de iconicidad, de fidelidad al original aumenta, crece también la presencia de lo personal en la imagen. Es lo que ocurre con la fotografía y, sobre todo, con el cine.
 
Más testimonios.

La industria

 

«Cuando hablo de explotación en el mundo de la moda, la primera reacción suele ser de incredulidad. Muchas veces oigo: tu trabajo consiste en estar estupenda y, además, te pagan muy bien, así que cierra el pico. Se supone que las modelos somos unas privilegiadas. Desde luego, no es la primera profesión que te viene a la mente cuando piensas en malas condiciones laborales. Pero si quitas el celofán, aparece otra realidad. Es una industria opaca, que apenas está regulada y donde impera la ley del silencio. Si no has estado dentro, no puedes imaginarte cómo funciona.