
Mientras, les contaré una historia.
La casa está habitada por ¡una sola tele!, cinco personas y cinco ordenadores. Sí, hubo un tiempo en el que el padre de familia también sonreía. Él se compró el primero con la excusa razonable de que necesitaba una herramienta con la que poder trabajar en lo suyo. Luego el hijo mayor, empezó la Universidad y, tras haber ganado un dinero en verano, de nuevo el padre le aconsejó que, en vez de en una moto, quizá debiera gastárselo en un portátil porque lo iba a necesitar en la Universidad ―ya digo que él, entonces, sonreía―. Lo de la hija segunda fue un regalo de reyes. Su mujer comenzó su tesis doctoral y así entro en aquel hogar el cuarto ordenador. La torre y su pantalla quedaron a merced de la pequeña. Cinco de cinco. De los dos adultos y, por tanto, emigrantes digitales, la que mejor ha aprovechado su herramienta, pues sólo la utiliza como tal, es la mujer: trabaja con ella y no muestra síntoma alguno de dependencia. El padre, y ya a cierta distancia, se sitúa en un humilde segundo lugar ―él mismo reconoce que tiene que poner un serio esfuerzo en dominar la pantalla para que no sea ella la que lo domine consiguiendo mantenerla en un inestable contexto de trabajo personal―. En cuanto a los universitarios y la bachiller, diríamos que el uso de la pantalla se reparte en un 15-20% de utilidades prácticas y un 80-85% de ocio y comunicación, sin estar bien definida la frontera entre estos dos últimos campos: son los tres expertos usuarios de Tuenti, Facebook, Messenger y, sobre todo, Youtube; bajan y suben música, películas y series de TV ―con y sin permiso de la SGAE―; surfean por la Red, picoteando aquí y allá; almacenan y retocan cientos de fotografías y, de vez en cuando, buscan información y trabajan con al procesador de textos, manejando algún programa de específico para sus actividades formativas: son nativos. Lo primero que hacen al sentarse en su mesa de estudio es encender el ordenador y hacer que fluya hasta su mesa todo el poderío mediático del ADSL.
El padre de mi historia ha experimentado en sí mismo el poder adictivo de esa pantalla plana y luminosa y las tecnologías hace tiempo que han perdido para él su carácter brillante y publicitario de nuevas. Piensa que, aun siendo inevitables, las herramientas, entorpecen a menudo el crecimiento intelectual y emocional de sus hijos. Ha visto como son poderosas máquinas devoradoras de tiempo personal. Sabe que el cuarto de sus hijos, ahora, en gran medida, es un espacio público que no le pertenece. Y en su cabeza rondan algunas de las ideas que desarrollaba el post citado más arriba: «Manejar con rapidez un teclado para enviar un sms, simplificar y apocopar el lenguaje para utilizarlo más deprisa y con más economía, localizar fácilmente un vídeo deYoutube, colgar fotografías y comentarios en Tuenti o en Facebook o poner en marcha un artefacto electrónico sin mirar las instrucciones ―operaciones todas por excelencia nativas ― dejan boquiabierto al emigrante con su libro abierto entre las manos, sin darse cuenta de que muchos de esos nativos a los que admira son analfabetos funcionales que no dejarán de serlo con ninguna de las operaciones descritas. Mientras que un emigrante bien formado en la cultura del libro y del pensamiento lógico podrá emigrar y acampar en las tecnologías cuando se lo proponga y convertirlas en herramientas de búsqueda, relación y conocimiento, sólo aquellos nativos que hayan accedido a la alfabetización de lenguaje y el pensamiento, de la lectura y la escritura, podrán explotar con acierto sus nuevas habilidades. El resto no hará sino encapsularse en una simple cáscara vacía o, en el mejor de los casos, divertirse en una fluida e inagotable fuente de entretenimiento». Al padre le regalaron un notebook muy aparente y lo tiene encerrado en su caja sin estrenar.Y sigue habiendo en casa una sola pantalla de televisión, por si las moscas. El padre no dramatiza, pero las envejecidas tecnologías ya no le hacen sonreír.
Se dice habitualmente que las tecnologías no son buenas o malas, sino que su bondad o maldad depende fundamentalmente del uso que se haga de ellas. Sin embargo, siendo esto cierto ―somos los usuarios los únicos que podemos construir o destruir al usarlas―, es sólo una media verdad. Porque cada tecnología incluso antes de ser usada lleva incorporada una determinada ideología que tiende a materializarse cuando se utiliza. Cada vez que el hombre incorpora una tecnología nueva a su vida cotidiana, ―como ha experimentado ya el padre de mi historia―esta cambia en una determinada dirección marcada por la lógica interna que dicha tecnología lleva dentro de sí en su propia naturaleza. Por eso no son ninguna broma.
Quizá el ordenador en la escuela sirva para desmitificar definitivamente al ordenador reduciéndolo a aquello que realmente es: una herramienta formidable, nada menos. Pero tampoco nada más.
Usen las tecnologías, no las consuman sonriendo estúpidamente o serán consumidos por ellas.
Hace un tiempo ya que me inquieta una idea con respecto a las tecnologías en la escuela que dejo a tu consideración: Al hilo de unas recientes declaraciones del ministro del ramo sobre la necesidad de un cambio de paradigma educativo, de una clase magistral (uno habla y los demás escuchan) que calificó de aburrida, él apostó por clases más dinámicas y amenas. Primero, algo obvio pero cuya evidencia parece que tiende a desaparecer: el aprendizaje del conocimiento cuesta esfuerzo; a la escuela no va uno a divertirse, sino a trabajar.
La idea que me tortura: ¿estamos asistiendo a una banalización del aula, acercando su dinámica a la habitual de los adolescentes actuales? Para prevenir el fracaso escolar adaptemos todo los procesos de enseñanza-aprendizaje al supuesto entorno natural del discente; evitemos la distancia entre el conocimiento y la cotidianidad del niño y del adolescente.
Convertir el medio en fin, quizá sea ése el complot.
El padre de tu historia no tiene de qué preocuparse porque él es un ejemplo para sus retoños aunque ni ellos lo sepan.
La brecha digital es un tópico; ahora la partida se juega en la jerarquización de la información, evitar que ésta sea epidérmica y la lucha contra la indiferencia hacia el dolor ajeno. Y ahí la tarea del profesor es insustituible.
Un placer.
Pedro.
Probablemente la madre de tu historia se ha educado en la lectura y con pocos medios para el entretenimiento, teniendo que hacer un esfuerzo de imaginación para ocupar su tiempo de ocio. Por eso no le satisface el uso de la tecla y el raton. No es adicta a la distracción fácil.
Me voy a colar de rondón por tu «probablemente», Amanda, y después de expresar mi acuerdo con lo que dices, digo yo que leído con atención el enunciado de la historia, podemos explicarnos, también «probablemente», que sea la madre la ganadora porque teniendo a cinco bocas que alimentar …… y cuatro seres a los que atender …….. y una casa así de llena que gobernar ……… además de sus estudios o su trabajo profesional …… ¿le queda tiempo alguno para sus distracciones? ¿Fáciles o difíciles? No es muy distinto el caso del padre, pero a éste sí se le tolera más fácilmente que tenga «distracciones». No debiera ser así, pero en general así es.
De todas maneras, quizás por la razón que apunta Amanda, y siendo así que la lectura es hoy lectura «total» (no sólo de libros) e implica a la escritura (mejor o peor, hoy escribimos mucho más que antes de la era de la tecnocomunicación), lo cierto es que de la mano de la descomposición familiar y de las nuevas formas de habitación, especialmente la de soledad con una persona, mayor o menor, a cargo, la utilización de ordenadores para «estar en contacto con algo» (que no sea con sí mismo) es un fenómeno cada vez más generalizado y del todo constatable. Una de las vertientes de este uso, es el de la utilización del ordenador para «conocer personas». Muy, muy interesante asunto que merece un post sólo para él.
Sorprendido gratamente por Pedro Baranda, a quien agradezco su preocupación (por la parte que les tocará a mis nietos) tendente a que las tecnologías sean bien empleadas en el mundo escolar. También le agradezco a Pedro que cite esas recientes declaraciones del ministro Gabilondo (al que no sé qué, pero algo le pasa en la cabeza) referentes a la «necesidad de un cambio de paradigma educativo: de una aburrida clase magistral (uno habla y los demás escuchan) a clases más dinámicas y amenas».
Bien: éstos días ha nacido un programa matutino de televisión llamado: «Otro gallo cantaría». Éso mismo diría yo si los alumnos (no «los demás») recibieran a menudo una clase magistral de su profesor (no de «uno»). Otro gallo nos cantaría porque, en lo que tenemos hoy, presupongo mucho profesor asustado, de los nervios, hasta deprimido y desorientado, y así ¿qué pretenden enseñar a sus alumnos?.
Gabilondo: Magistral tiene que ver con Magisterio y éste con Maestría y ésta con el arte y la destreza al enseñar algo, y esto es lo que hacen los Maestros.
Gabilondo: sI tu nuevo paradigma educativo consiste sólo en comprar tecnologías «dinamizantes y amenizadoras», proscibiendo el oficio «aburrido» de ser Maestro, entonces tú eres un mal paradigma de gestor de la educación.
Maestros: No dejéis que unas máquinas (cuando las tengáis en el aula) hagan vuestro trabajo porque los alumnos quedarían privados de vuestro arte y, porqué no decirlo, de modelos válidos en sus vidas.
¿Se está olvidando alguien que uno de los mayores placeres del ser humano de cualquier edad es el de aprender?
Y dá placer aquello que cubre una necesidad. Y muy grande debe ser la necesidad de conocer cuando tan grande placer da el aprender.
Y ¡cachís diez! siempre se me queda algo en el tintero.