El carácter central de objeto de consumo es una de las características del concepto de persona en el mercado mediático actual. Ya lo hemos descrito y criticado en otras ocasiones. También hemos hablado del nuevo concepto de prosumidor que acompaña a muchos de nuestros nuevos hábitos de consumo tecnológico. Ya hemos visto como somos la mayor parte de las veces consumidores consumidos cuando creemos estar realizando un simple acto de ocio como ver la televisión.
Siempre hemos sido los objetivos de los estudios de márquetin para conocernos a fondo para luego utilizar nuestras constantes vitales en el lanzamiento de los productos.
Necesitan saber de nosotros, conocernos, situarnos para establecer después con mayor eficacia las estrategias de venta de sus productos. La publicidad nos persigue hasta ser parte de nuestras vidas de una manera tan constante que pone en serio riesgo su propia eficacia por saturación.
Pero ahora, directamente, nos venden. Cada vez son más las empresas que negocian con la información que extraen –no siempre con las mejores armas– de foros y redes sociales, gracias a una tecnología que rastrea en las pantallas y se aprovecha de la falta de regulación. Cada vez son más las empresas que utilizan la tecnología llamada ‘scraper’ –rascar o rastrear, en inglés- , para reconstruirnos y vendernos luego al mejor postor por un precio que puede oscilar entre 1.500 y 10.000 dólares por encargo, según una investigación publicada en The Wall Street Journal.
En cualquier sitio de Internet existen barreras para impedir el avance de los robots de búsqueda no deseados, como los códigos de letras cambiantes y desdibujadas –captchas– que tratan de comprobar que al otro lado de la pantalla hay un ser humano. Pero a medida que la tecnología avanza con rapidez, la seguridad no lo hace con la misma eficacia. No digamos las leyes. Hay mucho que hacer. Pero, mientras tanto, es preciso que recordemos que un ordenador conectado es un ordenador abierto y que la intimidad aparente de nuestro hogar es sólo un espejismo.
Ah, nunca me había visto así, como una prostituta. Y la empresa de publicidad, el chulo.
Creo que el fenómeno no es nuevo. Recuerdo de joven cuando no había, no ya «la red» sino ni siquiera informática, que me llegaban cartas, anuncios, propaganda de remitentes desconocidos para mí a los que nada había pedido nunca y sin embargo obraban en su poder mis datos. Eran los famosos «mailings» que, en los sesenta, introdujo el márquetin.
Pero sí es nuevo «lo masivo» del fenómeno y su potencia (cada vez mayor y más perfecta, como se dice en el post). Ese desmesurado reclamo de nuestra atención. Esa insistente (o permanente) insistencia para que consumamos lo que sea, o sea, TODO. Para mí, el fenómeno no obedece a una necesaria maldad de las empresas, sino a la necesidad de «colocar» su mercancía: para ello y por ello surgen, como setas, empresas de venta de datos. Si el capitalismo produce «bienes» por encima de nuestras necesidades ……. ¿cómo venderlos? En la lógica del sistema, no veo otras alternativas.
El post tiene un valor informativo precioso.