José Luis Rodríguez nos envía el artículo de José Antonio Marina que vamos a glosar hoy aquí. Se trata de un artículo importante por dos razones. La primera porque un pensador de la talla de Marina –del cual procede en parte el concepto de Medioambiente Simbólico que da nombre a nuestro blog, tal y como muestra la cita que lo encabeza-  que lleva ya unos cuantos años muy ocupado en reflexionar sobre temas educativos, se plantea seriamente el tema clave de la influencia de los nuevos modelos de acceso a la información en la forja de la inteligencia. Ya era hora. En segundo lugar, para nosotros es un espaldarazo intelectual dado que el planteamiento que hace Marina es un calco de muchos de los post que hemos escrito desde aquí. El mismo José Luis nos dice en su e-mail algo así como que “podría ser uno cualquiera de vuestros post”. Y es cierto. Tanto el fondo como los autores que cita como referencia, han venido siendo recurrentes en nuestro blog. No somos, pues, trogloditas antitecnológicos, neoluditas ciberpesimistas, sino que, como hace aquí el propio Marina y ya desde la aparición de la televisión, nos distanciamos del espejismo de las utilidades –no de su realidad, sino del espejismo mercadotécnico que impide verlas en su auténtica dimensión- y tratamos de reflexionar sobre sus efectos sobre los usuarios.

Parafraseando a Nicholas Carr al que luego cita, Marina se pregunta en el título “¿Qué está haciendo internet con nuestra inteligencia?. Lo cual presupone ya que internet no es simplemente una herramienta neutra cuyos efectos dependen del uso que hagamos de ella, sino que es el mismo uso el que produce un efecto en el usuario que lo utiliza.

 «“En este momento, −cita− perder el smartphone es lo más parecido a sufrir un ictus cerebral”. Esta afirmación, dicha por un neurocientífico, debe darnos que pensar. Las nuevas tecnologías de la información (TIC) ofrecen gigantescas posibilidades, pero la rapidez con que se han implantado, y la profundidad con que han cambiado nuestra vida social, laboral y económica nos han impedido comprender bien sus efectos. [Las nuevas tecnologías de la información]están transformando el modo como gestionamos nuestro propio cerebro».

La potencia, la totalidad, la omnipresencia de las tecnologías de la información y la comunicación y su penetración profunda en nuestros hábitos cotidianos las vuelven impenetrables. La marea de ciberoptimismo producido por sus enormes potencialidades y el recibimiento mediático y social que las visibiliza constantemente, las hacen paradójicamente invisibles,  opacas a la mirada reflexiva. Sin embargo, mientras tanto, están produciendo un efecto de transformación en la estructura y en la gestión de nuestra manera de pensar.

«Toda actividad cambia el cerebro, porque en eso consiste precisamente el aprendizaje, pero las TIC lo hacen de una forma especialmente poderosa.”

La neuroplasticidad que caracteriza al cerebro humano hace que este se adapte a las actividades que la persona realiza. Pero si cualquier actividad influye en este moldeamiento del cerebro, en el caso de las llamadas nuevas tecnologías, su influencia es más profunda porque –nos dice- « Son “tecnologías de la inteligencia”. Hay, en efecto, tecnologías que permiten cambiar el entorno material, producir objetos nuevos. Y hay otras que cambian la propia inteligencia que las ha inventado. El lenguaje, la escritura, la notación algebraica y musical, el libro o los ordenadores, por ejemplo. Desde el punto de vista del aprendizaje, posiblemente las TIC están produciendo los mayores cambios desde la aparición de la escritura.» […]

Además –y esto es extremadamente importante tenerlo en cuenta para comprender la necesidad de oponer una resistencia razonadora y reflexiva frente a la inercia social de su recibimiento- la marea tecnológica no obedece a criterios de utilidad o de beneficio social, sino a los intereses económicos de las grandes corporaciones y a la pura y dura lógica de que todo lo que es tecnológicamente posible es por definición bueno o, por inevitable, es inútil intentar corregirlo, modificarlo o regularlo. Es el famoso “no podemos poner puertas al campo”, o el “las tecnologías han venido para quedarse”, o también el muy socorrido “no hay que demonizar la tecnología” que se oyen repetidos una y otra vez impidiendo cualquier análisis crítico y reflexivo: «Las nuevas tecnologías que configuran la inteligencia de los usuarios y sus modos de sociabilidad están dirigidas por la mera expansión tecnológica y por sus aplicaciones económicas. Todo lo que la técnica pueda hacer, antes o después se hará. Por eso es tan importante una reflexión social sobre la técnica. Y el mundo de la educación tiene la obligación de hacerla».

(Continuará)

Referencias

Artículo completo 

Artículo de Marina citado por él en el reseñado más arriba

Posts dedicados a Nicholas Carr

Posts dedicados a Sherry Turkle

Posts del blog dedicados a Jaron Lanier