La Wikipedia define el neoludismo como «una ideología radical opuesta al desarrollo de la revolución digital, a la inteligencia artificial y a todo avance científico que se apoye en la informática». Consumer dice que son neoluditas aquellos que «consideran los avances tecnológicos y científicos como perjudiciales para los seres humanos, la naturaleza y la sociedad en su conjunto».

El originario ludita fue Ned Ludd, que a finales del XVIII se rebeló de manera violenta en la primera Revolución Industrial contra los empresarios que sustituían a los obreros por máquinas en sus fábricas. Su tecnofobia era en realidad hambre.

El ejemplar neoludita de nuestros días, violento, radical y terrorista es Theodore Kaczynski, alias Unabomber, un graduado en Matemáticas por la Universidad de Harvard, condenado a cadena perpetua por matar a tres personas y herir a otras 23.  Antes de que se le capturara en 1996 escribió un larguísimo manifiesto donde expone su teoría para arreglar el mundo. Su tecnofobia era ceguera intelectual, un tipo de soberbia que termina en locura.

Mucho más interesantes son nombres como Andrew Keen, que desconfía de las bondades democráticas de la web 2.0 y viéndolas más bien como un reflejo del narcisismo digital y como una substitución del verdadero saber de los expertos o Nicholas Carr al que hemos traído aquí analizando su libro sobre Internet o los apocalípticos  Postman o Sartori que tanto nos gusta citar.

¿Somos neoluditas también nosotros? El Hebdomalario propone un test autoevaluador que cumplimos sobradamente y, además, nos dedicamos desde aquí a la reflexión crítica de la neotecnología. Y no nos importaría la denominación si no fuera porque no pretende definir, sino descalificar. Porque es lo que tienen las etiquetas maniqueas del blanco y negro: no aclaran nada el debate y se convierten normalmente en arma arrojadiza.

Desfasada ha quedado aquella vieja dicotomía del desencuentro entre Apocalípticos e Integrados que etiquetaba a los unos como los que veían en la tecnología al enemigo público número uno y a los otros como los defensores del si no puedes con ellos únete a ellos (¿para acabar con ellos? Nunca lo supe.)

Ni que decir tiene que a las Asociaciones de Usuarios de los Medios nos metieron ―en muchos casos se metieron y en el pecado llevaron la penitencia― de inmediato en el cajón de lo apocalíptico como una manera de neutralizar demonizando cualquiera de nuestras críticas.

Así que hay que irse preparando a que neoludita sea la próxima etiqueta que nos cuelguen con intención de ahorcarnos a aquellos que en vez de palmotear alegremente antes de tragarnos cada nuevo avance tecnológico, nos paramos a pensar en sus inconvenientes y en ocasiones diagnosticamos que muchas veces el avance puede ser un retroceso o, simplemente, advertimos que progresar por progresar no es una meta porque ―como dice Sartori― también progresa el cáncer y al final mata.

Tecnofobias y tecnofilias nos parecen dos formas distintas de soberbia que a menudo conducen al error y a la locura. Estamos de acuerdo con  Elena Jorge Sierra, cuando dice citando a Rafael Cipollini que no se puede ser tecnófobo de modo absoluto porque, «en realidad los tecnófobos no están en contra de la tecnología sino que se aferran a la tecnología de una época anterior». 
No es nuestro caso. Por eso, a pesar de que en este blog, abunda la tecnocrítica en medio de un medioambiente profundamente tecnófilo, no queremos caer ni en la locura ni en la soberbia, aunque a veces ―seguro― caigamos en el error. No odiamos la tecnología, simplemente la queremos pensar. Bendita sea.
PS.: La más completa descripción histórico-filosófica de los apocalípticos e integrados en Actitudes ante la Ciencia y la Tecnología.