Hemos abrazado ―y lo seguimos haciendo ahora― la introducción de las llamadas nuevas tecnologías con la enorme e ingenua alegría del consumidor que da a la engañosa y publicitaria etiqueta de lo nuevo un valor absoluto. Alguien bienintencionado e influido por esta supuesta magia tecnológica, contempla a un grupo de universitarios en el césped de la facultad con sus portátiles abiertos y el IPod en las orejas e inmediatamente piensa: “¡Oh, qué generación más lista y preparada!”. Es la imagen publicitaria de la hierba, el campus, el joven urbanita y la tecnología extraplana, lo que le deslumbra, pero no se molesta en ver qué están haciendo con su portátil y qué es lo que están oyendo en su MP3. Le deslumbra la forma y no reflexiona sobre los contenidos.
Pero esta dualidad semántica de «nuevo» y «tecnológico» propia de la charlatanería comercial no ha sido y es sólo un arma de venta y de consumo, sino que ha estado y está aún llenando la boca de intelectuales y pedagogos que se apresuran a tildar de apocalípticos que no intentan sino demonizar lo que no entienden a los que hemos afrontado cada vez, cada novedad, no con desconfianza, sino con cierto grado de reflexión. Al contrario de lo que la gente cree, las tecnologías no son neutrales. No dependen sólo del uso que se les dé. Como dice Jerry Mander «muchas tecnologías determinan su propio uso, sus propios efectos, e incluso el tipo de gente que las controla. No hemos aprendido aún a pensar en la tecnología como algo que tiene una ideología incorporada en su propia forma».
Hablamos de «nativos» y «emigrantes» para referirnos a la brecha digital que separa a los nacidos o no nacidos con las nuevas tecnologías y mitificamos a los primeros en detrimento de los segundos. Manejar con rapidez un teclado para enviar un sms, simplificar y apocopar el lenguaje para utilizarlo más deprisa y con más economía, localizar fácilmente un vídeo de Youtube, colgar fotografías y comentarios en Tuenti o en Facebook o poner en marcha un artefacto electrónico sin mirar las instrucciones ―operaciones todas por excelencia nativas― dejan boquiabierto al emigrante con su libro abierto entre las manos, sin darse cuenta de que muchos de esos nativos a los que admira son analfabetos funcionales que no dejarán de serlo con ninguna de las operaciones descritas. Mientras que un emigrante bien formado en la cultura del libro y del pensamiento lógico podrá emigrar y acampar en las tecnologías cuando se lo proponga y las convertirá en herramientas de búsqueda, relación y conocimiento. Sólo aquellos nativos que hayan accedido a la alfabetización de lenguaje y el pensamiento, de la lectura y la escritura, podrán explotar con acierto sus nuevas habilidades. El resto no hará sino encapsularse en una simple cáscara vacía o, en el mejor de los casos, divertirse en una fluida e inagotable fuente de entretenimiento.
¿Una nueva epistemología? Es posible. Esperemos. La cuestión es saber si esa posible epistemología nueva conducirá a las celdillas del Mundo Feliz, o a nuevos terrenos de libertad y desarrollo hoy insospechados. Mientras, recordemos que ha sido de los libros de los que han salido las TICs y que son los inmigrantes formados en el libro los únicos capaces de reflexionar hoy sobre ellas y sacarles partido. Lo demás es mercado.
Utilicen las tecnologías, no las consuman o serán consumidos por ellas.
Qué cierto es lo que nos dice Pepe Boza. Así se perciben las cosas en este asunto. Pero creo que la «brecha» es más bien una zanja. La diferencia no es de matiz: la brecha supone un proceso natural; existe cuando el fenómeno social se ha producido por sí solo y responde a una realidad no «creada» por nadie en especial. La zanja es otra cosa. La zanja hay que construirla con pesada maquinaria de obras públicas y construirse según un proyecto determinado y unos objetivos claros. Creo que son los propios fabricantes de tecnologías multimedia de consumo los constructores de esa zanja que los «intelectuales», poco dados a pensar en profundidad, denominan hoy «brecha tecnológica entre nativos e inmigrantes».
Los fabricantes dirigen su artillería de seducción al segmento joven y al infantil. Saben perfectamente que todo lo van a pagar los adultos, los padres, porque: a) sus hijos quedarían distintos a los demás de no poseer no ya los distintos aparatos, sino los últimos modelos de los mismos. b) no sólo distintos, quedarían también discriminados y aislados de sus amigos al no poder, pongamos por caso, enviar las fotos de la reunión que han tenido esa misma tarde a quienes estuvieron en la misma, ni recibir las de los otros amigos asistentes y de paso decirles lo que no se atrevieron ó no les dio tiempo a decirse unas horas antes y, c) los chicos sin ordenador personal no pueden hacer sus trabajos escolares, porque «papá, todos los de la clase hacen los trabajos que nos mandan, con su ordenador»….. ¡ a ver qué padre no claudica !
Los expertos en videojuegos, saben bien cómo son programadas las incompatibilidades de éstos y las videocónsolas precisas. Y lo mismo ocurrel en todos los segmentos de la electrónica de consumo: variación injustificada de formatos de grabación y lectura, diversos y simultáneos estándares de calidad, convivencia de distintos sistemas operativos que hagan inutilizables las aplicaciones informáticas más comunes, etc, etc. para que la fabricación y venta esté asegurada.
Como explicas perfectamente en tu reflexión, los nativos están hoy mitificados por el mero hecho de serlo. Se les suponen habilidades que no poseen, capacidad de razonamiento, inteligencia intuitiva, e incluso la feliz posesión de un nuevo lenguaje tecnológico vedado a los inmigrantes, de por vida. Nada de esto es cierto. Un mínimo análisis de la experiencia lo refleja. Esa baba que se nos cae cuando nos pasmamos viendo la «pericia técnica» de los nativos para manejar nuevas tecnologías, no está justificada. Lo que sucede es que los niños, los adolescente y aún buena parte de los jóvenes, utilizan la tecnología sin el menor miedo a los posibles efectos de su incorrecta manipulación. No temen perder nada porque nada realmente importante tienen que perder. Ni siquiera la existencia misma del aparato: si lo escacharran, pedirán otro mejor y sus padres se lo comprarán. Tampoco necesitan «entender» los aparatos que manejan, ni leer sus manuales de uso: son nativos. Mientras tanto, no pocas personas mayores, acomplejadas por la «solvencia técnica» de los pequeños, tiran la toalla antes de haber subido al ring. ¡Gran error!
Los inmigrantes pueden ser tan hábiles usuarios como los nativos, sino más. Para empezar saben para qué usan las tecnologías, qué interés persiguen, y se toman la molestia de «aprender» cómo funciona lo que van a usar ó lo que ya usan. Ni les cuento la de programas informáticos que mis hijos me han desconfigurado, arrojado a la papelera por error, archivos perdidos o cambiados de ubicación, etc, etc.
¡Claro, hablan con sus amigos, imprimen el trabajo ya hecho en Wikipedia o en El Rincón del vago. com,
pero no saben diferenciar qué es un pps. un ppt, un docx, un doc. y así hasta el analfabetismo mas crudo.
Menos mitos y más pensamiento.