El hombre no puede vivir sin un modelo al que mirar y en el que mirarse: el niño mira al adulto; el individuo al grupo; el grupo mira al mito. La historia de un pueblo se puede rastrear en la dirección de sus miradas.
Entre otras cosas, de ahí viene esa torticera utilización de lo democrático como plácet que señalábamos el otro día. De ahí viene ese ovino y gregario seguimiento de las mayorías y la fuerza imitativa de las audiencias: ««Coma mierda. Millones de moscas no pueden estar equivocadas» como dice Juan Faerman en Faceboom.
Max Scheler, uno de los que han estudiado con más diligencia y atención la psicología de la imitación cuando todavía no había pantallas multiplicadoras, nos mostró que el modelo encierra en sí la idea de valor y obra en el discípulo «[…]imponiéndose no con la autoridad, sino con la fascinación de su presencia».
Hoy los modelos ―y las modelos― son omnipresentes y, por tanto, hiperfascinantes y se multiplican. La moda es el gran modelo. La publicidad es la gran manipuladora de modelos. La gran modeladora.
Hoy los modelos son cuerpos que representan mitos. Mitos de corta duración, de usar y tirar. No son personas, sino personajes: el actor que sublima en su mirada la de los personajes que interpreta para que acabemos mirando los ojos del héroe y no los del intérprete; el jugador de fútbol que, magnificado por la cámara, incorpora al gladiador que arriesga, pierde o vence y alcanza la fama; la modelo que soporta el vestido de su propia figura con la que se quisieran revestir las que la miran; el aliento de fama y por tanto de triunfo y por tanto de felicidad que anhelamos íntimamente y que nos transmite ese rostro en el brillo de la enormidad perfecta de la pantalla o de la valla publicitaria. Miradas siempre envueltas en un final de escondida frustración en la pupila de nuestros corazones.
Miren las imágenes, pero no se dejen avasallar por su presencia.
Muy interesante. Los modelos sociales como imagen de los valores sociales. Así es.
Chico, pepe, te superas por momentos. Me ha gustado especialmente eso de «modelos que soportan los vestidos»…
Recuerdo con cariño, al leer lo de las moscas y la mierda, al Vicente de mi niñez, ese que iba adonde iba la gente. ¡Caramba! es lo mismo pero éramos más finos que Juan Faerman ¿no?
El post exagera un poco las cosas, creo yo.
José Luis