La muerte suele acabar con la aureola de un personaje público. Como cantó Manrique, la muerte iguala y pone a todos en su sitio. La muerte es algo demasiado serio para el medioambiente espectacular en que vivimos. Demasiado real para tanto simulacro. Demasiada verdad para tanta ficción. Por eso, normalmente, con el fin de la vida llega el comienzo del olvido. Sin embargo, no es así con el mito.

James Dean fue tres películas y un carretera de velocidad temeraria. Marilyn un suicidio y unas faldas levantadas por el aire de una trampilla callejera. El Che es sólo una foto tras una ejecución. Sin embargo los tres cuelgan su imagen de miles de paredes siendo más lo que otros soñaron que hubieran podido ser que lo que en realidad fueron. Los tres son mitos.

Y es que lo mejor que le puede ocurrir a un mito para llegar a serlo es morirse. Porque la vida es el anti mito por excelencia. El mito se nutre de sueños, no de realidades y no casa bien con la rutina, el riesgo y el esfuerzo de vivir cada día. Una familia numerosa y un montón de nietos pueden hacerte nada más que feliz, quizá un héroe anónimo, pero no te harán mito. La vida te puede convertir en un gran hombre o en una gran mujer, pero en mito te convierten la muerte y los sueños de los que sobreviven. Los mitos son nuestra proyección y nuestra creación. Los construimos los vivos proyectando en los muertos nuestras vidas imposibles. Nosotros y los medios que nos les dejan descansar en paz ni siquiera como juguetes rotos.

Qué le hubiera pasado a Marlon Brando si su biografía se hubiera detenido después de “Un Tranvía llamado deseo”, y “La ley del silencio”. Se nos hubiera quedado en la pared mirándonos desde su camiseta. Seguro que no hubiera sido nunca un anciano con cien kilos de más, y una mirada llena de contradicciones, fracasos y tragedias. A lo mejor, si la hubieran dejado, la inigualable Marilyn hubiera sido viva simplemente la señorita Jean ; James Dean, probablemente, un cuarentón con tripa; y Guevara un castrista fondón más o menos alejado de Castro. En cualquier caso un hombre, una mujer, un ser humano.

Detrás de cada icono del mundo audiovisual hay un mito escondido. Sólo hace falta que no estorbe la cruda realidad de su biografía verdadera. Es cuando la vida se detiene y deja paso a esa otra forma de vivir en la memoria de los otros cuando nace el mito: una vida virtual y simbólica reflejo de las ilusiones, las fantasías, las quimeras, a veces incluso las alucinaciones, las pesadillas y las frustraciones de una generación.

Ha habido algunos mitos vivos, como Salinger; pero Salinger para mitificarse en la conciencia colectiva, tuvo que enterrarse en vida y vivir como un muerto. Y hace unos pocos días, su muerte real ha empezado a derrumbar el mito con los detalles de su existencia verdadera. A Salinger, al revés que a otros mitos, lo ha destruido su cadáver.

Ser un mito es lo fácil. Lo difícil es vivir. Lo difícil, lo hermoso, es ser simplemente hombre cada día.

Vivan en lugar de ver cómo viven los otros y disfruten de las pantallas, no las consuman, o serán consumidos por ellas… y sus mitos.