Hablábamos en el post anterior de mitos. Hablemos hoy de identidades.Una de las características de nuestro tiempo mediático y postmoderno es la oferta de identidades en el mercado del medioambiente simbólico. Debilitada la escuela ―al fin y al cabo formada por personas sometidas ya al mismo masaje de los medios ―; desaparecidas en el combate socio laboral las figuras paterna y materna; y desplazado el núcleo referencial familiar por las pantallas que han convertido en público el dominio de lo privado, sólo nos queda Matrix, es decir, esa virtualidad de plasma, sonido e imagen en la que todos dormimos como si estuviéramos despiertos en busca de nosotros mismos.
Los hay que, como Madonna, se reinventan a sí mismos en cada lanzamiento de un nuevo trabajo discográfico ―siempre más gráfico que disco― manteniendo el mismo cuerpo y cubriéndolo de distintas apariencias que yendo contra la moda, vienen de la moda y anticipan la moda.
Los hay, como Michael Jackson (R.I.P.), que más allá de la ropa exterior, llegaron a hacerse carne ―blanca en este caso― sin acabar de desplazar nunca al cuerpo negro originario: un Jackson que no queriendo ser Jackson, huye de sí mismo para sucumbir siendo el mismo Jackson disfrazado de otro Jackson…
Ambos, Madonna y Jackson, identidades inventadas y/o desencarnadas, sirven de referencia para que otros se busquen a sí mismos en el mercado de los medios donde ellos cuelgan sus identidades. En cada película, en cada videoclip publicitario, en cada modelo, en cada personaje inventado por los guionistas, en cada imagen bombardeada por la moda, en cada mito creado por los medios, se nos ofrece o se nos vende un trozo de un posible yo con el que soñamos ser nosotros mismos. Cada uno puede construir su identidad acudiendo al bazar mediático en busca de aquellos rasgos con los que se identifica y hacerse a sí mismo como si de una colcha de patchwork se tratara. Buscamos, como Madonna, la esencia de ser distintos cada vez. Y, como Jackson, nos debatimos con nosotros mismos buscando la esencia de no ser.
No somos hombres en busca de sentido en un camino de ascética interior, sino individuos troceados por nosotros mismos mientras surfeamos por la espuma de las pantallas. Frankenstein no lo hubiera hecho mejor.
Usen de las pantallas, no las consuman o serán consumidos por ellas… a trocitos.
Espero y deseo que no se cumpla nunca la literalidad de tu post, Pepe. Qué duda cabe de que lo que describes “está ahí” flotando en el medioambiente simbólico. Parece que son muchos los posibles modelos a tomar. Yo interpreto que el peligro está en iniciar el proceso. Por momentos podemos, en efecto, querer ser “otra cosa” y ello con mayor o menor consciencia. Lo importante aquí, no es querer “ser como el otro” (cosa ridícula, aunque algunas minorías la hayan practicado) sino creernos, sin percibirlo, que el proceso a seguir para ser “otros” existe y funciona bien. Los ejemplos que citas para ilustrar esta idea, parecen confirmarlo. “Tú puedes cambiarte, puedes ser otros, otros lo hacen, te los enseño constantemente” sería, en síntesis, el ideograma mediático (millones de imáganes reducidas a una sola que no es ninguna) vomitado a la atmósfera por la virtualidad del plasma: un ideograma que es un idea visual sin imagen, un residuo, un sin concepto, instalado en algún lugar de nuestra epidermis mental. En suma: una contaminación del pensamiento.
Pero, aun considerando las virguerías que el patchwork permite hacer, ¿Quién no prefiere una pieza extensa, perfecta, de seda pura? Todos no, desde luego.