«Los personajes que interpreto me atraviesan, no me influyen.―dice John Malkovich. Yo nunca pongo en ellos mis emociones ni mis reflexiones, si es que las tengo. Mi misión es quitarme de en medio. […]A los actores nos cuelgan sambenitos porque, en realidad, no nos conocen; jamás transmitimos lo que somos. […] Ser actor es fingir. […] En el teatro es más difícil fingir, pero en el cine se puede fingir todo: amor, sexo, efectos especiales, horror. Lo único que no se puede fingir es la inteligencia. En una obra de teatro uno recrea algo vivo cada noche, algo que recuerda a la vida. En las películas no hay nada vivo; carecen de profundidad.» «Nunca actúo» Afirma, paradójico, Adrien Brody, en una valla publicitaria y no sabemos si quiere decir que finge siempre o que siempre es él mismo incluso cuando interpreta un personaje.
Nosotros, espectadores, ¿miramos a los actores o a los personajes?
Desde que el hombre es hombre, siempre ha representado la figura humana en imágenes. En un dibujo o en una escultura, el lienzo, el color, el trazo, la materia, son una huella del autor, del intermediario, que nos impide la confusión de lo representado con su representación. La semejanza entre ambas realidades es lo suficientemente lejana como para no confundirlas. La mirada permanece objetiva delante del plano de la pintura o alrededor del volumen de la escultura.
En el teatro, se produce el fenómeno opuesto. El actor y su personaje están tan próximos que son la misma persona, la semejanza entre ambos es absoluta. Y esa semejanza absoluta, paradójicamente, me impide confundirlos. Porque en el teatro yo no veo la representación, sino que formo parte de ella, la vivo. No veo la imagen del personaje sino la del actor interpretando un personaje. Veo al actor y reconozco el personaje que interpreta. La mirada está igualmente objetiva ante la persona-actor, que finge ser su personaje.
En la imagen fotográfica o cinematográfica, en cambio, se produce una primera revolución perceptiva: la semejanza entre la realidad representada y su representación es también máxima, como en el teatro. Pero el actor ha desaparecido en su imagen: ya no veo al actor, sino su imagen. Veo a la vez la imagen del actor y la imagen del personaje y la identificación es absoluta. El personaje es ficción, pero la persona que lo interpreta, el actor, también lo es. Esa es la magia de la pantalla. La mirada ha perdido su objetividad y ya no distingue la representación de lo representado.
Por último, la televisión añade dos valores que con su ‘bondad’ multiplican el simulacro: en vivo y en directo introducen en casa una realidad perceptivamente idéntica a sí misma, pero desrealizada, devaluada y, por lo tanto falsa.
Por último, la televisión añade dos valores que con su ‘bondad’ multiplican el simulacro: en vivo y en directo introducen en casa una realidad perceptivamente idéntica a sí misma, pero desrealizada, devaluada y, por lo tanto falsa.
En el teatro y en el cine los actores prestan su cuerpo, para ser otros. Pero no son otros. Sólo lo parecen. Nunca dejan de ser ellos. Sólo nos engañan haciéndonos creer que lo son. Pero mientras en el teatro la realidad encarnada del actor me impide confundirlo con su personaje, en el cine -y también en la televisión- ambas realidades se superponen de un modo perfecto en una única imagen. Si miro al actor de teatro veo simplemente a un actor. Cuando miro al actor de cine o televisión, veo un icono, una imagen, una estrella.
Y Nos encanta verlos. Ya lo dice, de nuevo, Jon Malkovich «quizá un buen actor en el cine no es más que aquel que nunca te cansas de mirar».
Miren las pantallas, pero no las consuman o serán consumidos por ellas.
Estupenda disección de la percepción que tine lugar en los ámbitos a los que alude el post.
Desmenuzamiento, consideración y síntesis son las propiedades de toda buena reflexión y la que está encerrada en el post, lo es sin paliativos. Pero siendo esto importante, lo deseable será que la misma sea utilizada con utilidad. Ser conscientes de que cómo percibimos, de «a quién miramos», puede ayudarnos mucho a mantenernos más «libres» durante y después de nuestra intervención en el consumo de imágenes. Y sin duda, de disfrutarlas más aún.
José Luis Rodríguez