La pantalla nos mira sin vernos. Buscamos desesperadamente el rostro, la mirada, el primer plano y, al encontrarlos en el cristal, vemos como nos mira, pero sufrimos el pinchazo permanente de la frustración. Hay algo de fraude, de engaño, de espejismo: nos da la sensación de que alguien nos mira, pero en el fondo, sin admitirlo del todo, sabemos a ciencia cierta que nadie nos ve.


Desde los ojos se manifiesta y se contempla el misterio cuando los ojos que mutuamente se ven están frente a frente, orgánicamente presentes. Dice Machado:

«El ojo que ves no es/ ojo porque tú lo veas/ es ojo porque te ve. / Los ojos porque suspiras, / sábelo bien, / los ojos en que te miras / son ojos porque te ven.»

La persona que tienes enfrente no es persona porque tú la mires y la hagas así persona. Es persona porque te ve a ti y viéndote te devuelve su ser personal. La persona lo es porque te devuelve la mirada. A través de la mirada no sólo nos expresamos como somos, además nos relacionamos con lo que son los que nos ven.

La mirada requiere de otra mirada para completarse, para ser. El actor al que miro y veo en la pantalla también me mira, pero no me puede ver. Me mira sin verme. No es persona, sino personaje, por eso no puede mirarme. No puede verme ni recibir mi mirada.

Las pantallas no pueden mirarnos porque no son nada. No tienen ojos, no son humanas, por mucha humanidad suplantada que desfile por ellas. En el cine y en la imagen telemática en general, los personajes no miran a nadie y los receptores sólo ven al personaje. No hay humanización alguna e incluso se da una cierta relación de vasallaje y de dominio de las pantallas: sin poder vernos, nos exigen que no dejemos de mirarlas.

La pantalla, por no poder mirarnos, no pone en marcha nuestra afectividad y, en consecuencia, no necesitamos ser expresivos ante ella cuando la miramos. Sufrimos una frustración inadvertida pero verdadera porque, quizá sin saberlo, buscamos una relación afectiva y, en cambio, nos encontramos con que el tiempo que pasamos ante ella es un tiempo inexpresivo e inafectivo, un tiempo de ensoñación, un tiempo detenido, casi muerto o muerto del todo.

No hay mayor forma de anulación, de rechazo que ignorar al otro con la mirada. Y, sin embargo, soportamos felices el vacío de la pantalla y su mirada muerta.

Miren las pantallas, pero no las consuman o serán consumidos por ellas.