En algunas comunidades primitivas, se cree que la fotografía se apodera del ‘alma’ del individuo fotografiado. Para el indígena, la imagen no es algo que esté fuera de sí. Si el fotógrafo captura su imagen, se lleva con ella un pedazo de su identidad. Verse fotografiado es como presenciar un desdoblamiento, un “alter ego’, que le hace sentirse en una cierta precariedad respecto de la propiedad de su mismo cuerpo, ya que ambos, propiedad y cuerpo, han sido “alterados”, entregados a otro. La imagen para el antiguo nativo era algo serio. La imagen era él mismo.

El que fue marido de Marlene Dietrich, J. Stremberg, tras rodar El ángel azul (1930), la hizo adelgazar 15 quilos, acentuó su palidez con un nuevo maquillaje y controló durante años todas las fotos de la diva. «Marlene, ésa soy yo», llegó a decir, expresando así la propiedad creadora del personaje que encarnaba su mujer, es decir, de su imagen. Muchos años después, a partir de 1974, la propia actriz, con esta frase: «He sido fotografiada hasta la muerte», se negó sistemáticamente a ser retratada de nuevo, hasta que falleció en 1992. Quizá había en ese hartazgo un deseo de recuperarse a sí misma, recomponiendo los miles de trozos desperdigados en cincuenta años de exposición pública. Cincuenta años de extimidad tras los que necesitaba recuperar una intimidad desde la que reconstruir su identidad dispersa, atrapada, en los ojos de los demás.

Cuando miles de ojos te miran quizá miles de ojos se apropien de ti. Pero esto no es tanto porque en verdad lo hagan, cuanto porque les damos nuestro consentimiento. Si Marlene tuvo interés en ser famosa tuvo también que “regalarse” miles de veces mediante su imagen. Ese regalarse sin medida y a lo largo del tiempo es lo que pudo “vaciarla de sí misma”, fue su acto, no el medio. Yo no poseo a Marlene por muchos miles de veces que mire sus fotos, pero ella sí ha quedado en cierto modo desposeída de sí misma por haberse “extimizado”. Por eso se entiende que para “recuperarse” decidiera no regalarse más.

Quizá el ser mirado no es algo inocuo, sino que algo nuestro se queda en la mirada de los demás. Quizá el indígena primitivo tenía razón.

Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella