Sin duda el miedo -hecho de miedos- es uno de los componentes básicos que polucionan el medioambiente simbólico en el que vivimos. Son miedos virtuales, colectivos, propiciados por gobiernos y trasladados a la atmósfera simbólica a través, como siempre, de los medios. A veces son miedos puntuales de enorme repercusión y efectos devastadores en la economía, con un pico muy alto y una breve resolución en semanas o en días. Otras veces son miedos de largo recorrido que se alimentan de manera continua, que aparecen y desaparecen recurrentemente y se adhieren a nuestro pensamiento parasitando de temor nuestra vida cotidiana. Unas veces son miedos agitados con muy buena intención para conseguir un supuesto efecto benéfico-social, otras veces están movidos por oscuros intereses económicos o políticos. En cualquier caso, su efecto siempre, es nefasto para la libertad porque ―del mismo modo que la sobreinformación, aunque sea por otra vía― produce la parálisis de los ciudadanos, la obediencia pasiva, la falta de reacción.
Mi recomendado Antonio Uriarte en su blog CO2, nos ofrece en este enlace un artículo de John Carlin en El País que me permito resumir aquí directamente. En él nos da un repertorio de miedos contemporáneos y nos transmite la idea de que estos miedos son propios exclusivamente de las sociedades del bienestar y que van acompañados de la insensata idea de que cualquier peligro ―incluso la muerte misma― puede ser evitado. Paradójico y muy significativo: miedos que nos paralizan y soberbia que nos hace olvidar olvidar que somos simplemente humanos.
El artículo merece la pena:
«Es […] poco probable, que haya habido otra época en la que las vacas, los pájaros y los cerdos hayan sido motivo de tanta alarma para tanta gente como en la primera década del siglo XXI. La llamada enfermedad de las vacas locas, la gripe aviar y la gripe porcina han generado un grado de histeria colectiva y de gasto económico en completa desproporción a su peligro real. […] El terrorismo global, los teléfonos móviles, los fumadores pasivos, el alcohol, lospedófilos, el cambio climático, el islam, la comida transgénica, la contaminación ambiental, la velocidad en las carreteras…, representan algunos de la infinidad de pretextos que nos buscamos para […] vivir nuestra breve estancia en la Tierra en un estado de casi permanente ansiedad. A esto se suma la creencia implícita de que si uno arma las defensas de manera eficaz, si existe un buen plan, los peligros se pueden evitar.
El susto [de las vacas locas] se originó en el Reino Unido. «¡Millones van a morir!», chillaban los titulares, con lo cual exterminaron, por las dudas, a cinco millones de reses. El entonces presidente del Gobierno español dijo que, con la excepción de la locura del País Vasco, ésta era la crisis más grave que amenazaba a España. Sus palabras resultaron ser proféticas: el consumo español de carne bajó al 30% y los ganaderos vivieron una pesadilla. En el Reino Unido murieron más ganaderos a causa del suicidio que de la tan temida enfermedad cerebral.
Hoy, el Gobierno quiere replicar en España el ilimitado terror al tabaco que consume a los británicos, alemanes, escandinavos, estadounidenses. No satisfechos con haber (muy responsablemente) advertido a la ciudadanía sobre los peligros que representan los cigarrillos para la salud, ahora van a prohibir fumar en todos los bares y restaurantes del país. El posible suicidio, o al menos la muerte económica, de una buena parte de los dueños de los bares y restaurantes no es un factor que se tome en cuenta.
Los generadores del miedo suelen tener buenas intenciones. Como en el caso del tabaco. O el de las frutas y los vegetales transgénicos, cuyo impacto sobre la salud, dicen algunos sin saber a ciencia cierta si es verdad, va a ser desastroso. O el de los teléfonos móviles y el supuesto riesgo que su repetido uso puede tener en la incidencia de cáncer cerebral. O el miedo a que si los musulmanes siguen emigrando a Europa, los habitantes del continente se despierten un día de aquí a 30 años y descubran que están viviendo bajo la sharia. O (una tesis más arraigada) la de los peligros del cambio climático.
John Adams, profesor emérito de University College London, […] distingue entre riesgos concretos, visibles, palpables ―»¿cruzo la calle antes de que llegue ese autobús?«― y lo que él llama «riesgos virtuales«, que no son medibles o visibles, y sobre los que «Los científicos no están de acuerdo o no existen pruebas demostrables«. […]
Para Adams, el tema del cambio climático, que penetra la vida normal de la gente más y más, cae dentro de la definición de riesgo virtual, ya que no existe consenso científico sobre la cuestión crucial del papel del hombre en el calentamiento planetario. Con lo cual, dice Adams, «para los que no son científicos nucleares o epidemiólogos o expertos sobre el medio ambiente, acaba siendo una cuestión no de verdad objetiva, sino de lo que uno cree«. Por eso, el debate sobre el tema adquiere tonalidades más políticas, o religiosas, que científicas.
Tal es la desesperación por persuadir y la dificultad en explicar, que aquellos que se han convencido del papel del hombre en el cambio climático recurren al alarmismo; se ven obligados a utilizar adjetivos como «catastrófico«, «irreversible» y «caótico» al advertir sobre lahecatombe que nos espera. Como se ha visto en las últimas semanas, los científicos responsables del informe oficial de Naciones Unidas sobre el tema no pudieron resistir la tentación de inflar los datos a favor de su tesis. El propio Al Gore, en su celebre documental titulado Una verdad incómoda, cayó en varios errores, en todos los casos destinados a incrementar la alarma general. […]
Lo notable de la época en la que vivimos, independientemente de si el riesgo es virtual o real, […] es la predisposición de la gente a creerse lo peor. […] Toda una victoria para Al Qaeda, una banda de fanáticos que está en declive pero que logra un impacto sobre la mente colectiva occidental admirablemente desproporcionada si se considera la capacidad real que tiene para matar a infieles. Osama Bin Laden, que será un loco pero no es tonto, dijo en una entrevista en 2001 quelos medios «implantan el miedo y la desazón en los pueblos de Europa y Estados Unidos«. Bin Laden agradece, por supuesto, que esto sea así. Si existiera más cordura y sensatez en Europa y Estados Unidos la propaganda del terror de Al Qaeda no sólo pasaría bastante más inadvertida, sino que la guerra de Irak seguramente se podría haber evitado.
¿De dónde procede esta propensión al miedo? Adams cree que de la prosperidad. En el Congo y Bangladesh existen demasiados riesgos inmediatos como para darse el lujo de preocuparse por los riesgos virtuales también. La prosperidad de Occidente, la victoria que se ha logrado sobre las penurias materiales de la vida, también genera la noción de que el destino humano se puede controlar, que si uno se prepara bien y hace buenos planes, evitará el sufrimiento; evitará, incluso, la muerte misma. […].»
Utilicen las pantallas, pero no las consuman o serán consumidos por ellas y por sus miedos.
Bonito artículo y, como siempre, estupendo resumen (adivino) el que has hecho. Es verdad y es gracioso leer algunos de los numerosos miedos que padecemos y si, por ventura, no los padecemos, esto es lo gracioso, alguien se preocupa siempre de que los padezcamos. Es el factor “inseguridad” quien presumo detrás de todo el fenómeno. Es verdad: hay miedos puntuales, concretos, normales, y hay miedos virtuales, contagiados, que se derimen, fuera de la objetividad, como “lo que se cree” ….. ¡pero se duda! Son los miedos de largo recorrido, tan largo como la vida.
Voy al último párrafo: “¿De dónde procede esta propensión al miedo?” La idea de Adams parece plausible e incluso cierta, pero ….. insuficiente para explicar los otros miedos: los que no son concretos, ni virtuales, sino “esenciales”. Creo que en un comentario no muy remoto a algún post, cité aquí algunos versos de J.L.Borges sobre la muerte sentida por “Alguien”, es decir, por cualquiera, por todo hombre perseguido por la duda que genera su ignoto destino. Si no sé cuál es mi destino ¿cómo no dudar del sentido de lo que digo, de lo que hago? ¿cómo no sentir miedo de mi vida misma? ¿Cómo saber si lo que hago es lo acertado? Miedo por mi duda.
No sé si cabrá, pero deseo transcribir el poema “Alguien” completo:
Un hombre trabajado por el tiempo,/ un hombre que ni siquiera espera la muerte / (las pruebas de la muerte son estadísticas / y nadie hay que no corra el albur / de ser el primer inmortal), / un hombre que ha aprendido a agradecer / las modestas limosnas de los días: / el sueño, la rutina, el sabor del agua, / una no sospechada etimología, / un verso latino o sajón, / la memoria de una mujer que lo ha abandonado / hace ya tantos años / que hoy puede recordarla sin amargura, / un hombre que no ignora que el presente / ya es el porvenir y el olvido, / un hombre que ha sido desleal / y con el que fueron desleales, / puede sentir de pronto, al cruzar la calle, / una misteriosa felicidad / que no viene del lado de la esperanza / sino de una antigua inocencia, / de su propia raíz o de un dios disperso.
Sabe que no debe mirarla de cerca, / porque hay razones más terribles que tigres / que le demostrarán su obligación / de ser un desdichado, / pero humildemente recibe / esa felicidad,, esa ráfaga.
Quizá en la muerte para siempre seremos, / cuando el polvo sea polvo, / esa indescifrable raíz, / de la cual para siempre crecerá, / ecuánime o atroz, / nuestro solitario cielo o infierno.
Este es para mí el miedo “esencial”, el de raíz, el de no saber si acaso somos alguien, es decir, cualquiera. Esa sí que es una terrible desproporción.
Efectivamente, debajo de todos los miedos está el miedo a la muerte: el miedo de todos los miedos. Y quizá la soberbia no sea más que una venda que nos ponemos para no afrontarlo.