by Quino.

Hubo un periodo histórico amplio en el que la infancia no existió. De hecho, la infancia es un invento, una conquista, dicen, de la modernidad. ¿Existe hoy la infancia en esta sociedad postmoderna dominada por los medios? ¿Quiénes son nuestros menores?

Para algunos la generación de menores mejor preparados de nuestra historia con unos niveles de fracaso escolar, comprensión lectora y cálculo matemático por debajo de la media europea. Esos menores a los que no leemos y luego nos quejamos de que no saben leer. Los menores dicen que nativos y multitarea capaces de atender varias cosas a la vez, pero que no se enteran de ninguna porque no siembran nada en ellas. Quizá Arcadi Espada tenga razón y no es que haya más tontos, sino que son solamente más visibles. Quizá los informes Pisa ya no estén midiendo lo relevante y haya que encargar otros que establezcan la velocidad en el manejo de los pulgares sobre el teclado del móvil o en el acceso a Tuenti.

Menores a los que por serlo, les apartamos de la muerte real, la de sus familiares ―que será también la suya― impidiéndoles comprenderla y asumirla, mientras consumen miles de muertes virtuales ante las pantallas.

Esos que pixelamos para proteger su intimidad y luego utilizamos abiertamente para que nos cuenten sus intimidades con unl presunto asesino sevillano delante de las cámaras. O esos a los que protegemos con un código de autorregulación que nadie cumple en un horario de protección sin programación infantil.

O son quizá los menores de los guionistas: los de la antifamilia de Ana y los 7 o el batiburrillo endogámico de Los Serrano con su infumable anticolegio; los de las inverosímiles aulas de Al salir de clase; los de Física y Química; los de Compañeros; los famosos de Fama; los que lloran y se abrazan recurrentemente en Operación Triunfo porque logran triunfar sin dar un palo al agua; los colegas tan guais de Compañeros; los de las minifaldas y besuqueos del mexicano Rebelde Way…; los que cantaban o bailaban disfrazados de adultos bajo la mirada embelesada de sus padres y de Bertín Osborne; son menores las veinte Supermodelos, las veinte perchas que se miran durante veinticuatro horas al espejo y son el espejo en el que se miran mis alumnas de cuarto, también menores, soñando que son ellas soñando con ser otras; o son menores, finalmente, los del casting de las agencias que aparecen en los anuncios consumiendo barritas de chocolate o yogur mientras aumenta sin pausa la obesidad de los que los contemplan al otro lado del cristal de la tele.

Son ese 9% de menores de entre 12 y 14 años que tienen problemas graves de adicción a las nuevas tecnologías o ese 47% que muestra síntomas leves de esa misma dependencia según el programa piloto denominado «Avanzamos» realizado por la Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid. (Vid. Defensor del Menor, Informe anual 2007)

O Son los que consultan esas páginas web llamadas en el argot pro-ana (pro anorexia) y pro-mía (pro bulimia) que exhiben impúdicamente sus trastornos induciendo a otros en la misma dirección.

Quizá los que están perfectamente «controlados» (¿?) a través del móvil, pero que llegan a casa con la llave en el cuello porque no suele haber nadie para abrirles.

Esos a los que les está prohibido el acceso directo a las revistas porno en los kioscos, que por eso deben aparecer cubiertas, pero tienen en su cuarto o en el móvil la Red con toda la pornografía a su disposición. Aquellos que pueden tener legalmente su primera relación sexual consentida a los catorce años y que algunos quieren que puedan abortar a los dieciséis sin autorización paterna. Esos mismos que desde hace unos años pueden tomar la píldora postcoital sin más evaluación adulta que los cinco minutos de pedirla en cualquier servicio de urgencias. Son quizá los menores a los que, con las campañas de educación sexual al uso, les enviamos el mensaje de que son unos irresponsables sin la capacidad suficiente para poder vivir libremente un planteamiento integral, profundo y vital de su sexualidad por lo que siempre deben llevar el condón en el bolsillo, como el moderno remedio contra la vieja concupiscencia del padre Astete. Son los menores que cada vez más abusan de otros menores…

 ¿Menores? ¿Qué menores?

Vean televisión, no la consuman o serán consumidos por ella.