Comienza Dans recordando, como hacía yo ayer, la existencia de regímenes que utilizan la tecnología para espiar a sus ciudadanos.
He repetido muchas veces que, lejos del papanatismo de algunos que ven una democracia nueva y sobrevenida en este maravilloso invento de Internet, yo creo que los gobiernos y sus servicios de inteligencia están encantados con la Red. Antes el espionaje tradicional se limitaba a los teléfonos fijos y a la correspondencia de papel. Después vino el satélite espía. Luego aparecieron los móviles, mucho más fáciles de rastrear sin necesidad de pinchar las comunicaciones y ahora la Red en la que todo el mundo se zambulle y se vierte a sí mismo desde su ordenador personal en absoluta inconsciencia. Ya no hay dos bloques, sino una sola pecera en la que todos quieren pescar.
Lo asombroso es la inocencia interesada de algunos defensores de la red que obvian el hecho de que en esta sociedad sin claves éticas claras, lo que la tecnología es capaz de hacer, independientemente de su bondad moral, se hará. Da lo mismo que se trate de la investigación militar, biológica o de las comunicaciones. Es terrible, pero es así.
Por eso, del anuncio del gobierno inglés de que va a espiar legalmente a sus ciudadanos a través de la red sin ningún tipo de supervisión judicial, no me sorprende que haya decidido hacerlo, sino que haya decidido hacerlo público. Porque yo, al revés que Dans o algunos optimistas digitales, creo que es algo que ya es práctica habitual aunque oculta de los gobiernos que tienen capacidad tecnológica para llevar a cabo este tipo de espionaje a través de los servicios que no en vano se denominan secretos.
Estoy absolutamente de acuerdo con Dans en que la deriva es peligrosísima y que igual que otras medidas será lamentablemente aceptada a cambio del mezquino chantaje de la seguridad. Y eso es tremendo porque es un camino sin retorno. Como dice Dans «La idea de “yo no hago nada malo ni pienso hacerlo y, por lo tanto, a mi no me afecta” es una absoluta barbaridad. Por enésima vez es preciso citar a Benjamin Franklin: “Aquellos que están dispuestos a entregar sus libertades fundamentales a cambio de un poco de seguridad temporal, no merecen ni la libertad que pierden ni la seguridad que ganan”».